Americanos
Un grupo de personas camina por San Francisco, California. (Justin Sullivan/Getty Images)

Depende de su orientación política los ciudadanos de EE UU tienen un concepto muy variado de lo que significa y representa la UE.

En España, la mayoría de las veces, puedo adivinar la orientación política de una persona por cómo reacciona cuando le digo que soy estadounidense. Los que se deshacen en alabanzas y cuentan cuánto admiran a Estados Unidos suelen ser más bien conservadores, mientras que los que muestran su escepticismo tienden a ser de izquierdas. No es una verdad absoluta, desde luego, porque la gente que ha vivido un tiempo en Estados Unidos suele tener una opinión bastante positiva de mi país, algo que me resulta muy alentador. Y desde que Trump llegó al poder, he descubierto que los españoles son comprensivos y separan sus sentimientos respecto al pueblo y el país de los que les despierta el actual presidente.

Algo similar ocurre cuando se pregunta a los estadounidenses sobre la Unión Europea, salvo que allí son los izquierdistas y liberales (liberales en el sentido norteamericano de la palabra, es decir, progresistas) los que se derriten con la UE. La gente de derechas puede manifestar cierto desprecio e incluso burlarse de ella. Aunque el hecho de que el presidente Trump llamara “enemigo” a la UE es, por supuesto, una afirmación sin precedentes y llena de ignorancia, esos sentimientos negativos hacia Europa se han estado gestando durante años entre los conservadores y ya han aflorado en alguna ocasión, en especial durante las tensiones transatlánticas a propósito de la guerra de Irak.

Aunque esos mismos conservadores cambiaran el nombre de las patatas fritas de French fries por freedom fries debido a lo que les enfureció la oposición de Francia a la guerra, su desprecio no se limitó a este país sino que lo extendieron a toda Europa. Por más que España apoyara la guerra, me temo que la mayoría de los estadounidenses solo se acuerda del papel del Reino Unido, porque Gran Bretaña, Alemania y Francia son los únicos países que parecen recibir mucha atención de los medios en Estados Unidos. Aparte de eso, muchos norteamericanos asocian Europa a unas vacaciones de ensueño, y la gente que de verdad pasa esas vacaciones europeas suele pertenecer a las élites progresistas de las dos costas.

Esta dimensión cultural es un pilar muy importante de estas actitudes. Igual que los europeos pueden sentir cierto complejo de inferioridad económica respecto a Estados Unidos, los estadounidenses tienen un complejo de inferioridad cultural respecto a Europa. Cuando John Kerry fue el candidato presidencial demócrata en 2004, su campaña tuvo mucho cuidado de no destacar que hablaba francés y, sobre todo, de que no aparecieran vídeos de Kerry hablando, porque eso habría podido dar una imagen de él todavía más elitista de la que ya tenía.

En definitiva, muchos de los que viajan a Europa son personas con dinero, personas con educación universitaria y personas que, en general, votan a los demócratas. Esta gente ama y admira el sólido sistema de bienestar social europeo, la sanidad universal, los trenes de alta velocidad y el fantástico transporte público. Barack Obama ha dicho que envidia estos aspectos de Europa y, cuando estoy en mi país y le digo a alguien que vivo en España, la reacción habitual es: “¡Qué suerte tienes!” Lo he oído innumerables veces; ahora bien, eso pasa cuando estoy en mi estado, California, o en el estado de Washington, dos lugares a los que, junto con Oregón, muchos apodan “la costa izquierda”.

Existen pocas encuestas sobre las actitudes de los estadounidenses respecto a Europa, pero un sondeo de Gallup hecho en 2004 llegaba a la nada sorprendente conclusión de que los estadounidenses, en su mayoría, saben muy poco de la Unión Europea. En concreto, el 37% decía que sabía muy poco y el 40%, nada en absoluto. Solo el 3% decía saber mucho, y el 19%, bastante. Unos datos muy limitados de Pew Global en 2011 y 2012 muestran que el 55% y el 50% de los estadounidenses, respectivamente, tenían una opinión favorable de la UE.

Con tan pocos datos disponibles, he hecho mi propia encuesta cualitativa entre amigos y familiares de distintas tendencias políticas en Estados Unidos, para conocer mejor estas actitudes. Brian Burychka es profesor de historia en un instituto de Pennsylvania, un estado famoso por ser un swing state, es decir, en el que el voto puede ir por igual a uno u otro partido. En sus clases habla sobre la Unión Europea, pero me dice: “Tengo que mantenerlo en un nivel muy superficial”. Aunque reconoce que él es un poco parcial en favor de la Unión (ha viajado mucho por Europa y vota siempre al Partido Demócrata), enseña en un distrito conservador y evita mencionar incluso las concesiones en materia de soberanía, porque la palabra despierta unos sentimientos muy negativos. En lugar de ello, explica a sus alumnos que “es como si hubieran creado un nuevo país con 28 estados, lo que significa que uno no tiene que gastar tanto dinero en comprar cosas”.

Ann Shriver Peck, profesora de lengua y literatura en un instituto de Silicon Valley, coincide con esa sensación de tener una visión muy limitada de la UE, y dice que “mi percepción de la Unión ha sido tradicionalmente simplista: una sola moneda, la toma de decisiones como una unidad económica”. Peck fue votante de Obama, pero en 2016 votó a Trump, y expresa cierto escepticismo sobre Europa: “No me extrañó nada que ganara el Brexit. Como estadounidense, comprendo perfectamente el deseo de Gran Bretaña de recuperar cierta sensación de control y soberanía”. Peter Moceri, que se califica a sí mismo de independiente y vota a menudo a los republicanos, pero no a Trump, también sabe poco sobre la UE pero tiene reservas al respecto. “No entiendo cómo funciona la UE”, me dice. “Sabemos más o menos lo grande que es, pero muchos de nosotros pensamos que es una bobada que unos países aten su economía a la de otros. Porque nosotros no lo haríamos. No lo entendemos y no podemos identificarnos con ello, eso es todo, así que el Brexit es muy lógico para muchos estadounidenses”.

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Donald Trump junto a las banderas de EEUU y UE, durante la reunión del G7 en Sicilia. (JONATHAN ERNST/AFP/Getty Images)

Aunque los estadounidenses de derechas puedan mirar la UE con más escepticismo, en conjunto, a todos les gusta Europa. Un artículo publicado en Gallup en 2018 destacaba que “las amenazas de Trump contra Canadá y los países europeos cuentan con menos apoyo entre los estadounidenses, a los que estos países les gustan, en general. La mayoría de los norteamericanos dice que sus prácticas comerciales son limpias”. Sin embargo, hay una diferencia cada vez mayor a este respecto entre los demócratas y los republicanos. En 1993, el 54% de los republicanos y el 51% de los demócratas pensaban que las políticas comerciales de la UE respecto a EE UU eran limpias. En 2018, solo el 29% de los republicanos lo pensaban, frente al 70% de los demócratas.

Lo corroboran los comentarios de Jill Whitmore Hansen, que dice que es independiente, votó a Hillary Clinton en 2016, vivió un tiempo en Europa en los 90 y, como es natural, ve algunas de las ventajas prácticas que tiene la UE para los ciudadanos: “Abrir las oportunidades de trabajo es estupendo. A lo mejor has estudiado algo [en la universidad] y hay una empresa en otro país en ese sector. Es fácil mudarte para trabajar”. También comprende la importancia de la Unión Europea en el mundo, y dice: “Son una auténtica superpotencia”, aunque añade: “Un poco más desorganizada y menos ambiciosa”.

Judi Hesser Sanders, una demócrata convencida cuya hija vive en Europa, es muy positiva: “No sé mucho de esto, pero sé que se creó después de la Segunda Guerra Mundial para evitar nuevas agresiones (…) Siempre está bien unirse. Obliga al grupo a resolver las cosas [y] a comunicarse unos con otros. ¡Y eso es bueno!”.

Rachael Hazen, del ala izquierda del Partido Demócrata, dice: “Valoro la Unión Europea y creo que debería permanecer intacta. Sin embargo, creo que Alemania debe ser más progresista y ayudar más a otros países como Grecia, no castigar tanto. En mi opinión, los británicos deberían quedarse”. E incluso lo lleva más allá: “Creo que necesitamos una coalición europea fuerte para contrarrestar el fascismo creciente de Trump y las tendencias nacionalistas en Estados Unidos, aunque sé que también existen esas tendencias en algunos países europeos. Los líderes europeos no parecen ser unos estafadores ignorantes, extremistas y especuladores como los nuestros”.

Los dirigentes demócratas, en general, comparten las opiniones de sus votantes sobre Europa, y de hecho han influido en ellas. Aunque fuera brevemente, el partido dedicó en su programa de 2016 dos párrafos a Europa que deja muy claros sus sentimientos:

– Europa sigue siendo el socio indispensable de Estados Unidos y una pieza clave de la seguridad mundial. Los demócratas estarán junto a nuestros aliados y socios europeos para impedir las agresiones rusas, abordar los problemas de seguridad al sur de Europa y hacer frente a unos retos económicos y sociales sin precedentes. Mantendremos nuestro firme compromiso con la relación especial que mantenemos con Reino Unido y la cooperación transatlántica con la Unión Europea. Intentaremos reforzar nuestra asociación estratégica con Turquía al tiempo que presionaremos para que haya reformas, se ponga fin a la división de Chipre y se siga cultivando una estrecha relación con los Estados que deseen reforzar sus lazos con la OTAN y Europa, como Georgia y Ucrania.

Rechazamos las amenazas de Donald Trump de abandonar a nuestros aliados europeos y de la OTAN mientras logia a Putin. Cuando Estados Unidos sufrió los atentados del 11 de septiembre de 2001, nuestros socios de la OTAN invocaron el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que afirma que un ataque contra uno es un ataque contra todos, por primera y única vez en su historia. Nuestros aliados de la OTAN lucharon a nuestro lado en Afganistán y hoy continúan allí. Mantendremos nuestros compromisos con la seguridad colectiva de la OTAN en virtud del Artículo 5 porque somos más fuertes cuando tenemos junto a nosotros a nuestros aliados. Y seguiremos presionando a los miembros de la OTAN a que hagan las aportaciones que les corresponden-.

En su visita a Bruselas en febrero, después de asistir a la Conferencia de Seguridad de Múnich, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, lo más parecido que tienen los demócratas a un líder de la oposición parlamentaria, se reunió con dirigentes europeos para “[reafirmar] nuestro compromiso con la alianza transatlántica, nuestro compromiso con la OTAN y nuestro respeto a la Unión Europea”. Su delegación y ella trataron de asegurar a los líderes de la UE que tienen la capacidad de controlar la peor política exterior del presidente, y la revista web Politico lo interpretó como una forma de decir que “Trump no es el jefe”.

En un correo electrónico, la representante Dina Titus, una demócrata por Nevada que es miembro del Comité de Asuntos Exteriores, destacó que tanto los demócratas como los republicanos del Congreso valoran a la Unión Europea. “Estados Unidos y la UE son socios en materia de seguridad, socios económicos y socios democráticos desde hace décadas. Por desgracia, el escepticismo del presidente Trump sobre las instituciones multilaterales está poniendo en peligro la historia y los valores que compartimos. Mis colegas del Congreso, de los dos partidos políticos, opinan que la UE proporciona estabilidad regional y que todos debemos seguir apoyando esta alianza fundamental. Nuestro éxito en el escenario internacional depende de que seamos capaces de confiar en nuestros aliados y trabajar con ellos”.

Es posible que los congresistas de los dos partidos valoren las relaciones, pero los demócratas aprecian Europa especialmente por su compromiso con la paz y los conservadores suelen burlarse de ella por su falta de poderío militar. Y, desde luego, Trump no es el único al que le cuesta entender cualquier poder que no sea un poder duro. El tan citado ensayo que escribió Robert Kagan en 2002 sobre las relaciones entre Estados Unidos y Europa, titulado Poder y debilidad prestaba atención exclusivamente al poder duro y hacía una desafortunada referencia al popular libro Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus al escribir: “Sobre las grandes cuestiones estratégicas e internacionales de hoy, los americanos son de Marte y los europeos, de Venus: están de acuerdo en pocas cosas y cada vez se entienden menos”.

Sin embargo, no todos los estadounidenses necesitan un poder duro y viril para inspirar admiración. De hecho, un fascinante estudio llevado a cabo por los politólogos Danny Hayes y Matt Guardino y resumido en el libro Influence from Abroad revela que los mensajes de los dirigentes europeos que se opusieron a la guerra de Irak tuvieron peso entre muchos demócratas e independientes en Estados Unidos. El motivo fue la falta de liderazgo del Partido Demócrata, que se mostró confuso, dividido y, en general, partidario de la guerra. Pese a ello, los líderes europeos lograron difundir sus mensajes en los medios norteamericanos e influir en la izquierda de mi país. Esa es la fuerza del poder blando, el poder de atracción.

Politizar la decisión de considerar ciertos países como aliados y otros como enemigos es emprender una ruta peligrosa en un mundo de poderes cambiantes, extremismos políticos en ascenso y desinformación incontrolada. A pesar de sus diferencias, Estados Unidos y la UE comparten muchos valores y la visión en la que se apoya el orden liberal mundial, y, si los dirigentes y ciudadanos estadounidenses y europeos creen en ese orden mundial y desean que sobreviva, van a tener que esforzarse mucho más.

 

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia