Un repaso de las voces que piden reformas en el reino Al Saud.

 

Las revueltas en el mundo árabe y, en concreto, en Bahrein, Yemen y Omán, han asustado a Arabia Saudí. Antes de que la crisis llegue hasta Riad, el rey Abdalá Al Saud ha ofrecido a sus súbditos miles de millones de dólares en ayudas sociales y económicas. Nada peor, para un musulmán, que la fitna, la división y el caos. Sin embargo, el Corán también dice que un soberano debe consultar a su gente, algo que no hacen las autoridades saudíes, que creen que comprar la paz social es suficiente. La paradoja política de Arabia Saudí consiste en que el islam sirve tanto a algunas voces disidentes para pedir reformas como al régimen para reprimirlas.

En los últimos años, las redes sociales en Internet, las asociaciones feministas (Baladi, Saudi Women Revolution) y los centros de defensa de los derechos humanos (Saudi Centre of Human Rights) han dado la imagen de una sociedad que se plantea cada vez más pensar en la res publica; es decir, que critica a la todo poderosa familia real y que cree tener un papel en la gestión de los asuntos públicos del reino. Una visión que no está dispuesto a aceptar un Gobierno que se considera el padre de la nación. El problema de Arabia Saudí es que nació en 1932 con un férreo contrato social: yo gobierno y te protejo, tú me obedeces. ¿Quién vigilará el valor de ese contrato? Alá.

 

AFP/Gettyimages

 

Fue precisamente en el nombre de los valores islámicos que varios intelectuales empezaron, en los 90 y tras la Guerra del Golfo, a criticar el poder. No hay que olvidar que el monarca es oficialmente el líder de los creyentes y protector de los lugares santos del islam. La reacción del rey Fahd en aquel momento fue represión interior, reforma exterior; es decir, adoptó una serie de cambios para satisfacer a la comunidad internacional, mientras encerraba a los intelectuales. Lo mismo pasó en 2003 y 2004 cuando una serie de peticiones llamaban a una profunda reforma de las instituciones. Esa vez, por miedo a represalias, los firmantes siempre insistieron en su lealtad a la familia Al Saud y en su deber religioso, islámico, de pedir reformas. Se habló entonces de la primavera de Riad.

En un país donde no existen los partidos políticos, es difícil hablar de oposición. En un país donde el única texto de ley es el Corán, escasas son las voces que no sean islamistas. El islamismo saudí nació en los 70 cuando el reino se convirtió en un pilar de la estrategia estadounidense contra el comunismo. La sumisión política y militar de Arabia Saudí a EE UU, el control de la esfera religiosa por el poder político y un desarrollo económico que generó excesos y corrupción fueron los principales argumentos de los primeros disidentes. El islamismo encontró cierto eco en una sociedad piadosa y se convirtió en un movimiento y una ideología importante. En 1993, nació el Comité por la Defensa de los Derechos Legítimos (CDDL), cuyos líderes fueron encarcelados o se exiliaron a Londres. El CDDL perdió a lo largo de los años contacto con la realidad saudí, una debilidad que se confirmó cuando una parte del CDDL formó el Movimiento para la Reforma Islámica en Arabia (MIRA). Ambos movimientos apenas tienen eco entre la sociedad y Riad consiguió, gracias al respaldo de la comunidad internacional, desacreditarlos.

Otros líderes pasaron años en la prisión de Al Hayir, en Riad, conocido centro de debates entre las principales fuerzas, entre yihadistas e islamistas leales a los Al Saud. Fue también donde se radicalizaron muyahidines saudíes de Afganistán. Algunos fomentaron la acción violenta, como el más famoso de ellos, Osama Bin Laden. Los yihadistas de la actualidad no son los viejos muyahidines, sino jóvenes de buena educación y en su mayoría licenciados que ven en la lucha armada una manera de volver a los orígenes del islam. En un país donde no existe ningún tipo de grupo corporativo, la yihad puede ser una afirmación de identidad. No les interesa ser saudí ni formar parte de la sociedad. El Ministerio del Interior saudí calcula que unas 10.000 personas son capaces de llevar a cabo acciones violentas. La incógnita es la importancia y amplitud de este fenómeno.

En un país donde no existe ningún tipo de grupo corporativo, la yihad puede ser una afirmación de identidad

Las críticas vienen también desde el interior. El caso del incendio en una escuela de niñas en 2002 es un ejemplo de los excesos de la policía religiosa. Los mutawa son cada vez más criticados por la sociedad que empieza a ver en ellos una mala influencia. Una de las consecuencias de esa debilidad del clérigo es la aparición de neoislamistas que adoptaron como estrategia acercarse al poder. Además de contar con tecnócratas y hombres de negocios seculares, la familia Al Saud empezó a rodearse de neoislamistas, más conocidos bajo el nombre de Sahwa (“el despertar”, en árabe), que criticaron las prácticas de la familia real y del clérigo, aunque sean leales a los Al Saud. Los líderes de Sahwa son dos jeques conocidos: Safar Al Haualí y Salmán Al Auda, firmantes de las peticiones de 1991. Tras salir de la cárcel, ambos desempeñaron un papel importante en la mediación de las autoridades con los yihadistas y los religiosos más radicales. Sahwa pretende reestructurar el liderazgo religiosos del país, siempre apoyándose sobre los valores islámicos como única vía de la sociedad. Por eso, respaldan las reformas políticas de Abdalá, aunque no las sociales. Los representantes de Sahwa son criticados por los islamoliberales, que no distinguen entre reformas sociales y políticas, por considerarlas necesarias.

Pero el mayor problema del reino es la cerrazón de las autoridades, que siguen considerando que sólo ellos pueden encarnar el pueblo en nombre Alá. No quieren renunciar al sistema actual y asegurarse del control de las fuerzas políticas. Las elecciones municipales de 2005 fueron una reforma cosmética destinada a valorar la gestión de la familia real ante la opinión pública occidental y calmar las esperanzas locales. Mientras, varios actores que participaron a la apertura de la escena pública fueron detenidos. El nacionalista árabe Matruk Al Fatih, el islamista Abdalá Al Hamid y el comunista Alí Al Dumayni suelen ser condenados por “desobediencia al soberano” y encarcelados. No son los únicos; es muy difícil saber cuántos opositores hay en las cárceles del país (entre 2.000 y 10.000, según las fuentes).

Las revueltas en el mundo árabe poco han inspirado a los saudíes, que no se manifestaron en masa contra el régimen. El rey Abdalá ha recibido en los últimos meses muchas cartas de intelectuales que piden reformas políticas, pero no buscan cambiar el marco actual.

 

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