La corrupción

Existe la corrupción en lo más alto y existe la corrupción en lo más bajo. En las más altas instancias de los Estados fallidos, los robos y los fraudes masivos cometidos sin cesar por las clases dirigentes desvían fondos de los proyectos sociales y ahuyentan a los inversores. Esta corrupción a lo grande, cuando va unida al descubrimiento de recursos naturales, suele desembocar en conflicto, porque se crean expectativas que caen aplastadas al ver que unos cuantos escogidos se quedan con la mayor parte de los beneficios. La pequeña corrupción cotidiana, irónicamente permite que la vida funcione en países en los que los salarios son bajos e irregulares. Pero, con el tiempo, también acaba debilitando la fibra moral de una sociedad y haciéndola más difícil de gobernar. El carácter opaco de la corrupción, que no rinde cuentas a nadie, es irreconciliable con los principios de transparencia y responsabilidad, precisamente los más necesarios para la creación de sociedades pacíficas, estables y prósperas.

Mo Ibrahim es presidente de la Mo Ibrahim Foundation, que concede un premio anual al mejor dirigente de África. En 2009, el galardón quedo desierto.

Los facilitadores 

Quienes aceptan sobornos perjudican enormemente a un país que se encuentra al borde del abismo; pero, por cada persona que acepta un soborno, tiene que haber otra que lo ofrece, y esos facilitadores proceden demasiadas veces de los países ricos. Son empresas que están promoviendo la corrupción y paralizando o incluso aniquilando Estados vulnerables. En África, los culpables más recientes son los chinos. Ahora bien, aunque Estados Unidos está hoy muy lejos de lo que era en la época de la guerra fría, cuando canalizó más de 1.000 millones de dólares al corrupto Zaire, las empresas estadounidenses tampoco son ningunos ángeles. En 2008, Transparency International incluyó dos petroleras (ExxonMobil y Devon Energy), junto con dos empresas chinas y una de cada uno de estos países: India, Japón, Kuwait, Malaisia y Rusia, como las menos comunicativas sobre el dinero que obtienen de ellas diversos países. Tal vez no tienen nada que ocultar. Pero la mejor forma de demostrar que no están sobornando a nadie es abrir sus actividades al escrutinio público. Y deben rendirnos cuentas a todos.

Paul Wolfowitz es ex presidente del Banco Mundial e investigador invitado en el American Enterprise Institute.

Los consumidores estadounidenses

Uno de los factores que más contribuyen a crear Gobiernos fallidos y corruptos en todo el mundo somos los estadounidenses y nuestro consumo insaciable de petróleo. Somos los mayores consumidores mundiales de crudo y, por tanto, el motor de un mercado energético mundial en el que los proveedores son, a menudo, regímenes corruptos que conservan el poder, en parte, gracias a los ingresos que obtienen de nuestro consumo. Si queremos arreglar el problema de los Estados fallidos, debemos empezar por reformar nuestra propia estrategia energética: adoptar políticas de crecimiento inteligente, ir menos en coche y crear fuentes de energía alternativas. Hasta entonces, no haremos más que alimentar la misma corrupción que estamos condenando.

El senador demócrata Benjamin Cardin preside la Comisión de Seguridad y Cooperación en Europa (Comisión Helsinki).

La madera

Si de verdad quieren sumir a un país en el caos, el recurso fundamental que deben explotar no es el petróleo ni el oro ni los diamantes, sino algo un poco más prosaico: los árboles. La extracción creciente y corrupta de madera está siempre unida con efectos devastadores a la quiebra de los Estados, desde la tala brutal de bosques de los jemeres rojos en los 90 hasta la deforestación de Liberia que llevó a cabo Charles Taylor a cambio de armas a principios de este siglo. Hoy, en la Cuenca del Congo, varios grupos rebeldes financian sus ruinosas actividades vendiendo árboles tropicales a través de oscuras compañías madereras europeas a los ávidos consumidores en Occidente, que valoran muchísimo las maderas exóticas. En Birmania, unos grupos chinos están cortando bosques vírgenes de teka, cuyos beneficios sirven para apoyar a la Junta militar. Con tanta corrupción y tanto secretismo, calcular qué proporción de la industria maderera mundial es ilícita es muy difícil, pero el Banco Mundial calcula que el coste que supone la pérdida de ingresos y recursos es de unos 10.000 millones de dólares anuales, ocho veces el volumen de la ayuda destinada a la gestión sostenible de los bosques tropicales. Y, aparte de la catástrofe ambiental que origina este sector tan insostenible, el contrabando de madera exige una red de sobornos, corrupción y cohechos que vacía el Estado desde dentro.

Bruce Babbitt fue secretario de Interior de Estados Unidos de 1993 a 2001, y presidente de la Junta Directiva del World Wildlife Fund (WWF).

Una policía en inferioridad de condiciones

Puede parecer obvio: un Gobierno que no da seguridad a sus ciudadanos se encontrará pronto dirigiendo un Estado débil o fallido. Reconocer el problema no lo hace mucho más fácil. De Chad a Colombia, de Somalia a la República Democrática del Congo, la ausencia de fuerzas de seguridad dignas de confianza ha hecho que los grupos armados se protejan a sí mismos y resuelvan sus disputas por todos los medios. Sin embargo, reforzar a la policía y al Ejército sólo sirve para solucionar la mitad del problema; la fácil circulación de armas exacerba la proliferación de grupos armados. Los traficantes son expertos en aprovechar la falta de regulación del comercio mundial de armas, con consecuencias letales. Por ejemplo, al menos el 95% de las más utilizadas en los conflictos africanos procede de fuera del continente. Es decir, hasta que los Gobiernos tomen auténticas medidas para limitar este tráfico, es poco probable que los Estados en apuros resuelvan sus problemas.

Raymond Offenheiser es presidente de Oxfam América.