Por mucho que la crisis económica internacional traiga problemas a su mandato, Nicolas Sarkozy no tiene que preocuparse por sus rivales políticos. La oposición no es capaz de plantarle cara, a pesar de que hay suficiente material de trabajo: se prevé que la economía gala entre en recesión en 2009.

 

La maquina presidencial francesa está bien engrasada y no hay quien la sabotee. Entre octubre de 2007 y julio de 2008, el Ejecutivo ha sacado adelante hasta 61 leyes que ponen en marcha las “reformas estructurales” deseadas y promovidas por el presidente Sarkozy. Entre las medidas aprobadas, se encuentra la instauración de los servicios mínimos en los transportes públicos, el envío de refuerzos al contingente galo en Afganistán, la eliminación parcial de las 35 horas de trabajo semanal o las rebajas fiscales por valor de 15.000 millones de euros. El principal partido de la oposición del país, el Partido Socialista francés (PS), ha tratado de oponerse a ellas, así como al resto de los proyectos de ley aprobados entre octubre y finales de este año. Sin embargo, los diputados y senadores socialistas no han conseguido resultados pese a la “valentía” con la que dicen oponerse al Gobierno.

De poco sirve ese vigor cuando el partido en el poder, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), campa a sus anchas. La UMP cuenta con 340 escaños de los 577 de la Asamblea Nacional, mientras que en Senado el partido de Sarkozy dispone de hasta 180 asientos de un total de 343. La valentía tampoco es productiva en política si se emplea para enfrentarse a los miembros de tu propia formación. Y precisamente eso es lo que ocurre en el PS desde que en mayo de 2007 François Hollande decidiera abandonar el cargo de primer secretario de los socialistas.

Así, los miembros del PS han centrado sus esfuerzos durante más de un año en la guerra de los elefantes. Con esta metáfora zoológica se hace alusión a las hostilidades desencadenadas entre líderes socialistas antes, durante y después del proceso de sucesión de Hollande. En la primera batalla de esta guerra, la alcaldesa de Lille, Martine Aubry, se ha impuesto de manera pírrica a la ex candidata socialista a la jefatura del Estado, Ségolène Royal, quien asegura estar trabajando “a fondo” con un objetivo: las elecciones presidenciales de 2012. Por lo tanto, no hay por qué sorprenderse de que los observadores vean dos PS, el de Aubry y el de Royal.

Cuando “el Parlamento es un teatro de sombras, la oposición se realiza en la calle”, dice Jack Lang, ex ministro socialista y uno de los decanos de la Asamblea Nacional, cuando se le pregunta sobre la superioridad política de la UMP. Sin embargo, el principal sindicato francés, la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), lleva dos otoños sin participar en las tradicionales protestas sociales que se desarrollan en los meses de octubre y noviembre. “Los sindicatos no deben sustituir a la oposición política” y “las reformas no tienen por qué ser algo negativo”, asegura Marcel Grignard, secretario nacional de la CFDT. En consecuencia, las recientes huelgas de los funcionarios de educación y de los empleados de las empresas públicas de radio y televisión sólo han tenido un impacto muy moderado.

Pese a todo, en Francia es más habitual que se genere una oposición fuera de la esfera parlamentaria que en otros países europeos, porque la configuración institucional gala excluye al presidente de la República de cualquier interacción con el Parlamento. A diferencia de España, donde el jefe del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, debate casi todas las semanas con el líder de la oposición, Nicolas Sarkozy no da explicaciones a nadie de su política a menos que lo haga en un discurso, en una conferencia de prensa o en una entrevista. Cargado de poderes ejecutivos, el presidente francés equivale a lo que en España sería la suma de las figuras políticas del Rey Juan Carlos y Zapatero. Gracias a su cargo, Sarkozy no asiste a la Cámara baja para escuchar las diatribas de la oposición. Según el artículo 18 de la Constitución gala, el jefe de Estado sólo se “comunica con las dos asambleas del Parlamento” a través de mensajes “que se leen y que no dan lugar a ningún debate”.

“Los franceses ven ahora a un presidente Sarkozy activo frente a la crisis internacional”, explica Vacas

Que Sarkozy goce de una cierta distancia respecto del debate entre el Gobierno y la oposición no impide que otras figuras igual de extraparlamentarias que él traten de oponerse a su política. El ejemplo más claro es Olivier Besancenot, un cartero de apenas 34 años que lidera la Liga Comunista Revolucionaria, un partido de extrema izquierda sin escaños en el Parlamento. Pese a su escasa representatividad, Besancenot es una de las personalidades más populares de Francia. Los sondeos le atribuyen hasta un “69% de opiniones positivas mientras que Sarkozy recoge un 49% de opiniones favorables”, sostiene Federico Vacas, director de estudios de opinión en el instituto IPSOS.

Los hay que explican el fenómeno Besancenot definiéndolo como una “aberración que siempre ha tenido éxito en Francia”. Sin embargo, siguiendo los datos del instituto OpinionWay, que tres de cada cuatro franceses estén convencidos de que el PS se encuentra en una “crisis duradera” explica que la opinión pública prefiera a otros líderes de la izquierda, independientemente de lo extrema que sea. También puede parecer aberrante que la sociedad gala no sancione a Sarkozy cuando la economía de su país se hunde con las del resto de Europa, pero esto es lo que señalan los sondeos. “Los franceses ven ahora a un presidente Sarkozy activo frente a la crisis internacional”, explica Vacas.

La opinión pública francesa parecía acostumbrada a valorar poco o nada a Sarkozy pero “la crisis ha represidencializado al presidente”, mantiene Frédéric Dabi, del instituto de estudios de opinión IFOP. Desde que en el pasado mes de julio, Sarkozy se hiciera con la presidencia del Consejo Europeo, ha demostrado ser un político capaz de salir airoso de cualquier situación. En agosto, la mediación francesa en nombre de la UE puso paz entre georgianos y rusos en el conflicto de Osetia del Sur. Un par de semanas antes de que estallara el polvorín del Cáucaso, el líder francés reunió sin sobresaltos al que fuera primer ministro israelí, Ehud Olmert, con los mandatarios de la rivera sur del Mare Nostrum para lanzar con éxito la Unión por el Mediterráneo. La más reciente y determinante acción internacional de Sarkozy como presidente de Francia y de la UE ha sido la iniciativa conjunta que protagonizó junto al premier británico, Gordon Brown, gracias a la cual se reunió el G-20 en Washington para corregir las derivas del capitalismo.

En el último medio año, Sarkozy apenas ha recibido críticas sobre su acción internacional. En realidad, “la mayoría de los parlamentarios franceses presta poca atención a la política exterior porque son personas muy centradas en el debate franco-francés”, explica Philip Moreau de Farges, investigador del Instituto Francés de Relaciones de Internacionales de París. A este argumento culturalista se une el relativo consenso que existe entre la UMP y el PS en materia de diplomacia. Por mucho que Sarkozy haya roto ese consenso con su desvergonzado proamericanismo, ahora que Barack Obama se dispone a presidir EE UU, ¿quién puede reprochar al presidente francés haber roto con el antiamericanismo articulado por Jacques Chirac en 2003?

En materia internacional, el PS ha llegado a ver a Nicolas Sarkozy como a un neoconservador a la estadounidense. Sin duda, la falta de argumentos y las divisiones internas llevan a hacer una oposición caricaturesca. En lugar de continuar por esa senda, los socialistas franceses deberían ser conscientes de las responsabilidades que entraña representar a casi la mitad de los electores, salir de la crisis de liderazgo que atraviesan y ponerse a trabajar en argumentos que permitan elaborar una alternativa desde la crítica constructiva al Ejecutivo. Tienen material de trabajo: el paro es la principal preocupación de los franceses, la OCDE prevé que la economía gala entre en recesión en 2009 y Sarkozy no cumplirá su promesa de alcanzar un ritmo anual de crecimiento del PIB del 3%.

 

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