El presidente ha perdido muchos apoyos en Irán, entre ellos el del ayatolá Jamenei.

Atta Kenare/AFP/Getty Images
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Mahmoud Ahmadineyad ha demostrado que es hábil con las palabras, que le gusta crear polémica, que se sabe mover en la arena política, que es ambicioso y que no teme a las grandes peleas, pero hasta ahora se desconocía hasta donde podía llegar su grado de obstinación. Después de siete meses en los que su círculo cercano se ha visto en medio de un huracán de acusaciones interminables, ha ido en contracorriente de sus críticos al conservar a sus controvertidos asesores en su cargo y ha dado pistas de que ni él ni su grupo se van a dejar sacar del escenario político iraní tan fácilmente. Esto a pesar de haber perdido el apoyo de muchos de quienes lo respaldaron con determinación en su momento, entre ellos influyentes personalidades religiosas encabezadas por el líder Supremo Alí Jamenei, que de momento habría decidido mantenerlo en su cargo debido, entre otras cosas, a que las consecuencias de deshacerse del presidente serían bastante costosas. Especialmente después de haberlo defendido como lo hizo después de las elecciones de 2009 cuando más de dos millones de personas salieron a la calle a protestar por el resultado de su polémica victoria.

Ahmadineyad, aún bajo estas circunstancias, no pierde oportunidad para confrontar a quienes lo acusan. “Ellos dicen que me he convertido en un pervertido. Si el camino correcto es el que le está señalando la oposición al Gobierno entonces digo que siempre he sido un desviado”, dijo en una extraña reunión que mantuvo día atrás sin presencia de la prensa, -que luego se enteraría de los pormenores- con alrededor de 500 personas que ya hicieron parte de su campaña presidencial en 2009. Esta era la evidencia que muchos esperaban para comprobar que su grupo está trabajando para hacerse con la mayoría del Parlamento en las elecciones del 2 marzo de 2012 y, por qué no, con la presidencia del país al año siguiente, a pesar de que esto significa ir en contra de la voluntad del ayatolá.

Esta nueva batalla, coinciden algunos analistas, podría no ser tan exitosa como Ahmadineyad y su grupo piensan. Primero está la ley, pocos creen que sus nombres pasen la evaluación del Consejo de Expertos que es un requisito previo que hay que pasar para poder presentar el nombre a las elecciones . El presidente y su círculo también podrían estar desestimando las consecuencias de la polémica que los ha rodeado en los últimos meses. Según se ha conocido, ellos creen que su bastión más importante está en la población, pero algunos expertos piensan que lo más probable es que hayan perdido gran parte del apoyo que tenían dentro de los sectores populares, religiosos y leales al líder que llevan meses oyendo acusaciones contra los “desviados”. Cada vez parecen quedarles menos amigos, si es que todavía les quedan algunos.

Se habla de que están confiando en el apoyo futuro de representantes regionales que han ganado influencia gracias a las ayudas económicas dadas por el Gobierno y que una vez elegidos podrán ponerse de su lado en el Parlamento. Pero, ¿se atreverán a posicionarse en contra del líder una vez sean escogidos? Es una idea suicida, piensan algunos analistas. En su contra también juegan las medidas económicas del Ejecutivo, que no tienen contento a casi nadie. El sistema de subsidios en efectivo que se puso en marcha hace un año, y que desde el punto de vista ortodoxo era una buena estrategia, no ha tenido los efectos esperados. La inflación que oficialmente es del 19%, en la calle se siente como si fuera de más del 30%.

Puede que el presidente haya perdido gran parte del apoyo que tenía dentro de los sectores populares, religiosos y leales al líder que llevan meses oyendo acusaciones contra los “desviados”

Una de las pocas cartas que tienen a su favor está relacionada con la presión internacional a Irán que podría enfocar la atención de los medios y políticos en la amenaza externa y quitarle presión al presidente y sus amigos. Pero al mismo tiempo, dicen otros, esta amenaza haría que aquellos que todavía simpatizan con Ahmadineyad cerraran filas en torno al ayatolá y no cuestionaran sus decisiones de seguridad nacional.

La caída en desgracia de Ahmadineyad comenzó el 16 de abril cuando el ayatolá Jamenei lo desautorizó públicamente en una acción sin precedentes en la escena política de la República Islámica. Para entonces el presidente había aceptado la renuncia del ministro de Inteligencia que, según algunas versiones, habría decidido retirarse por presiones llegadas desde el Gobierno. Desde ahí empezó una cadena de sucesos que llevó al dirigente a ausentarse de la oficina once días y que no han parado hasta hoy.

El escenario político se convirtió entonces un caldero donde las acusaciones se hicieron cada vez mayores y algunas personas cercanas a su círculo terminaron en la cárcel. El último round fue el 22 de noviembre cuando las fuerzas de seguridad trataron de arrestar al asesor de prensa y director de la Agencia Irna, Alí Akbar Javanfekr, a quien un juez penal de Teherán había condenado a un año de cárcel y tres a no practicar su profesión. Todo terminó cuando Ahmadineyad hizo las gestiones necesarias para evitar el arresto.   Y es que a los “desviados del momento” se les empezó a acusar, entre otras cosas, de estar promoviendo una campaña en contra del islam y a favor del nacionalismo iraní, de estar buscando restablecer relaciones con Estados Unidos, de ir en contra del sector clerical y de tener ideas más liberales en cuanto la mujer y la sociedad que los mismos “sedicionistas”, como se les llama al reformismo que hoy está aislado políticamente. También se les vinculó con el caso de corrupción más grande de la historia de Irán relacionado con las cartas de crédito por el valor de 2,8 billones de dólares que ha salpicado a un par de docena de personas, muchas de ellas cercanas a su círculo.

El caso llegó hasta el Parlamento donde el ministro de Economía, Seyyed Sham Seddin Hoseyni, fue llamado a contestar preguntas por su participación en el escándalo. Al final salió bien librado. Ahmadineyad todavía está en el limbo de pasar por el mismo proceso. “Alguien en mi posición no puede expresar sino un 10% de sus pensamientos, tal vez un 25% en el futuro, pero hay un 60% del que no puedo hablar porque hay intereses más importantes”, dijo desafiante el presidente en aquella reunión que volvía a dejar en evidencia que su pelea es contra esa vieja estructura de la República Islámica , hoy agrupados bajo una etiqueta política conocida como principalista, que ahora cierra filas para presentarse unidos a las elecciones parlamentarias que ganaron mayor importancia de la que ya tenían semanas atrás.

Esto se debe a que el líder lanzó la perla de que en el futuro Irán podría pasar a ser un sistema parlamentario. La figura del presidente quedaría abolida y se retomaría la de primer ministro. Con este nuevo escenario Jameini no sólo tendría mayor maniobra para controlar a la persona que ocupe esta posición, sino que además estaría haciendo las cosas más fáciles para el momento en el que él falte y tengan que reemplazarlo. La figura del presidente, al fin y al cabo, se ha vuelto extremadamente problemática para el Gobierno islámico desde los tiempos del ex presidente reformista Mohammad Jatami que también fue visto desde el régimen como una amenaza.

Pocos analista, sin embargo, creen que este cambio pueda hacerse en los próximos meses pues para esto se necesita cambiar la Constitución, proceso que podría tardar tiempo, pero sí deja en evidencia que el Gobierno Islámico habría llegado a la conclusión de que el coste de tener un presidente, especialmente si es ambicioso y obstinado, no es la mejor opción. Y más aún en esta época cuando se necesitan cerrar filas en contra de la unidad nacional ahora que todos los vientos acusan a Irán.

 

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