Los perfiles de los votantes de los principales candidatos a presidente de EE UU.

Demócratas

Hillary Clinton

Joe Raedle/Getty Images

Votantes de Hillary Clinton

  • Factores demográficos. En general, Clinton domina entre los de más edad (mayores de 45 años, especialmente). Tiende a mejorar sus resultados a medida que aumenta el nivel de ingresos de los votantes y cuenta con una gran ventaja entre la comunidad afroamericana.
  • Afiliación. Se suele imponer entre aquellos registrados como demócratas.
  • Zonas geográficas. Ha arrasado en los estados del sur, desde Texas a Virginia, pasando por Florida. Ha ganado en algunos estados del Medio Oeste (como Ohio e Illinois) y ha conseguido hacerse con un estado del noreste (Massachusetts), además de con Nevada y Arizona en el oeste.

Bernie Sanders

Sean Rayford/Getty Images

Votantes de Bernie Sanders

  • Factores demográficos. En general, Sanders domina entre los más jóvenes (menores de 30 años, especialmente, tanto hombres como mujeres). Tiende a mejorar sus resultados a medida que desciende el nivel de ingresos de los votantes y no ha conseguido ser competitivo con los afroamericanos, dependiendo en gran medida del voto blanco.
  • Afiliación. Tiene ventaja entre los registrados como independientes.
  • Zonas geográficas. Sanders ha ganado en varios estados del centro y el oeste (como Colorado, Nebraska, Kansas, Oklahoma y Washington) y, a excepción de Massachusetts, en todos los del noreste (venció en New Hampshire, Vermont y Maine). Además, ha conseguido la victoria en dos estados del Medio Oeste (Minnesota y Michigan), en Alaska y en Hawái.

Demócratas: rebeldía versus ‘establishment’

La favorita Hillary Clinton domina la carrera por la nominación demócrata, habiendo ganado en 18 de los 32 estados que han votado hasta ahora. El aspirante Bernie Sanders se ha hecho con los 14 estados restantes.

Sanders ha planteado mucha más batalla de la que se podía imaginar al principio de la campaña. Cuando el senador por Vermont anunció en primavera del año pasado que se presentaba, gran parte de la ciudadanía estadounidense ignoraba quién era y qué proponía. Las encuestas otorgaban una amplísima ventaja a Clinton, mucho más conocida y a la que muchos daban ya por presidenta. Sanders ha ido recortando distancias desde entonces, hasta convertirse en una amenaza real para la ex secretaria de Estado.

Desde el punto de vista demográfico, Clinton cuenta con una gran ventaja entre los afroamericanos respecto a su adversario, que solo consigue competir entre los más jóvenes. En cuanto a los latinos, aunque quedan por votar estados donde esta comunidad es muy influyente (como California y Nuevo México), hasta ahora parece que el voto hispano está bastante repartido.

La crítica de Sanders al sistema económico y político de Estados Unidos −que cree dominado por los multimillonarios−, sus medidas izquierdistas y su llamamiento a una “revolución política” han calado entre el electorado más joven de las primarias. Por paradójico que pueda resultar, un político de 74 años ha logrado despertar el entusiasmo de estudiantes y trabajadores jóvenes, que valoran la autenticidad de “Bernie” y conforman el núcleo duro de sus seguidores, con sus horas de voluntariado para la campaña y frenética actividad en redes sociales.

Mientras tanto, Clinton −con su mensaje de reformas más incrementales, sus propuestas más pragmáticas y su más amplia experiencia de gobierno− consigue convencer a los electores de edad más avanzada, menos proclives a un idealismo que muchos creen excesivamente arriesgado.

El contraste entre el cambio profundo que ansía Sanders y el planteamiento de reformas progresivas de Clinton se ve reflejado también en el apoyo que ambos cosechan a lo largo de la escala de ingresos: los electores con ingresos más bajos, más descontentos con el sistema y con más ganas de darle la vuelta, tienden a apoyar a Bernie; mientras que aquellos con ingresos más altos y más satisfechos con el statu quo suelen inclinarse por el pragmatismo de Hillary.

En último término, las primarias demócratas no dejan de ser un enfrentamiento entre la maquinaria del establishment del partido −representada por Hillary Clinton− y un movimiento de rebeldes de base liderado, de manera inesperada, por un relativo outsider: Bernie Sanders fue un político independiente durante décadas y no se afilió al Partido Demócrata hasta noviembre de 2015. No en vano, los votantes registrados como demócratas suelen favorecer a Clinton, mientras que los independientes se inclinan por Sanders.

Tal y como están las cosas en este momento, la ex secretaria de Estado cuenta con una cómoda ventaja en el cómputo de delegados que elegirán al candidato demócrata en la convención del partido el próximo julio. Los votos de los electores en las distintas primarias celebradas hasta la fecha se traducen en 1.243 delegados para Clinton, frente a los 975 de Sanders (hacen falta al menos 2.382 delegados, incluyendo “superdelegados” que no son elegidos por votación popular, para ganar).

Bernie Sanders lo tiene difícil, aunque no imposible. Quedan algo menos de la mitad de los estados por votar: matemáticamente, necesitaría conseguir cerca de un 60% de los delegados que restan por elegirse para alcanzar a Clinton en el marcador. Dado que las primarias demócratas se rigen por un sistema proporcional, esto quiere decir que Sanders precisaría obtener aproximadamente el 60% de los votos por depositar.

Clinton sigue siendo la indudable favorita y confía en que la ventaja que atesora sea suficiente para asegurarse la nominación demócrata. Enfrente, Sanders espera que un calendario de primarias más escorado hacia el progresista oeste del país −teóricamente por tanto más favorable a sus intereses− le ayude a remontar y ha prometido continuar su campaña hasta el final. Los delegados que se reunirán del 25 al 28 de julio en la convención de Filadelfia tendrán la última palabra.

Republicanos

Donald Trump

Tom Pennington/Getty Images

Votantes de Donald Trump

  • Factores demográficos. Trump ha pescado votos en todos los segmentos de población, aunque el núcleo duro de sus seguidores lo forman hombres blancos con escasa formación, no excesivamente ideologizados, pero sí muy enfadados con el rumbo de la sociedad estadounidense.
  • Afiliación. Tiene un especial atractivo para los votantes independientes, aunque también ha triunfado a menudo entre aquellos que están registrados como republicanos.
  • Zonas geográficas. El apoyo a Trump se extiende por todo el país. Se ha hecho con los 11 estados del “Sur Profundo”, incluyendo Florida; ha ganado en todos los que han votado en el noreste, salvo Maine; y también se ha impuesto en Michigan, Illinois, Missouri, Nevada, Arizona y Hawái.

Ted Cruz

Erich Schlegel/Getty Images

Votantes de Ted Cruz

  • Factores demográficos. En los estados donde ha vencido Cruz, lo ha hecho gracias a los votos de los ciudadanos más rígidos ideológicamente, más conservadores y más religiosos, con un especial apoyo entre los cristianos evangélicos.
  • Afiliación. Aunque atrae tanto a republicanos como independientes, sus votantes tienden a ser afiliados del partido más a menudo que los de Trump.
  • Zonas geográficas. Cruz domina en el centro del país, pues ha ganado en el estado del que es senador, Texas, así como en Oklahoma, Kansas, Iowa, Wyoming, Utah y Idaho. También se impuso en Maine y Alaska.

Republicanos: los candidatos incómodos

El ciclón de Donald Trump ha barrido 20 estados y domina con comodidad −para éxtasis de sus seguidores y espanto de casi todos los demás− la carrera por la nominación republicana. El único candidato que ha logrado arrebatarle más de un estado es Ted Cruz, que se ha impuesto en nueve y se perfila a día de hoy como la alternativa al multimillonario. El candidato John Kasich aguanta en liza por los pelos, habiendo ganado solo en su estado de origen, Ohio.

Las primarias republicanas están siendo una auténtica escabechina, que está haciendo trizas casi todos los esquemas que los conservadores daban por hechos y, de paso, la unidad del propio partido. Cuando en junio de 2015 Trump anunció que se presentaba, bajando de manera surrealista por las escaleras mecánicas del rascacielos que lleva su nombre en la Quinta Avenida de Nueva York, su candidatura parecía una broma. Nueve meses después, es el aspirante republicano con más votos y la derecha estadounidense está patas arriba.

Aquel día de junio, Trump prometió que construiría un muro en la frontera con México y que este país pagaría por él, quizá su mantra más repetido y popular. También dijo que los mexicanos que llegan a Estados Unidos son “violadores”. Desde entonces, ha repartido palabras ofensivas a diestro y siniestro: desde el ex candidato presidencial republicano John McCain, del que se burló por haber sido capturado por el enemigo en la guerra de Vietnam (fue torturado), hasta la famosa periodista Megyn Kelly, a la que menospreció con un comentario machista porque no le gustaron sus preguntas. Además, ha defendido la tortura y ha dicho que habría que prohibir la entrada en EE UU a cualquier persona de religión musulmana y matar a los familiares de los terroristas del autodenominado “Estado Islámico”.

Con cada barrabasada, cada insulto y cada mentira de Trump, su apoyo, en lugar de disminuir, ha ido aumentando. Hasta ahora, tampoco le ha perjudicado electoralmente el hecho de que haya incitado a la violencia a sus seguidores, algunos de los cuales han agredido a manifestantes pacíficos que protestaban contra él. Lo cierto es que ha sido retorcidamente hábil en utilizar a su favor la desmesurada atención mediática que ha recibido para movilizar a una parte del electorado a base de propagar miedo y odio.

Una parte significativa de la población blanca estadounidense, especialmente los segmentos con escasa formación académica y baja cualificación laboral, está enfadada porque siente que está perdiendo poder económico y social en una economía cada vez más dependiente del conocimiento y más globalizada. Trump se aprovecha de este resentimiento y blande como chivos expiatorios a los inmigrantes y a las minorías raciales y religiosas, utilizando también el terrorismo como gasolina para avivar las llamas.

Mucha gente compra estos argumentos simplistas y divisivos, propios del populismo más demagógico. Por ejemplo, la extrema derecha racista y neonazi, que todavía no ha aceptado que en EE. UU. haya un presidente negro y que se ha movilizado para apoyar a Trump. Pero también numerosas personas sin un perfil ideológico demasiado definido, que se habían desentendido de la política por hastío y porque se sentían abandonadas, y que han empezado a ver en Trump a una especie de caudillo salvador. Se creen sus lemas vacíos y han acudido en grandes números a votar por él en las primarias republicanas.

Además, a Donald Trump le ha beneficiado electoralmente que compitieran tantos candidatos republicanos durante tanto tiempo (llegó a haber 17 al principio de la campaña), puesto que, al dividirse el voto, en varios estados le han bastado menos de un 40% de los sufragios para hacerse con la victoria.

Lo cierto es que Trump, un outsider de la política que estuvo registrado con el Partido Demócrata entre 2001 y 2009, ha conseguido secuestrar el Partido Republicano y convertirse en su líder de facto. Hasta ahora, sus numerosos opositores en el establishment republicano no han conseguido evitarlo, a pesar de que muchos lo han intentado. Por ejemplo, Mitt Romney, el candidato presidencial que se enfrentó a Barack Obama en 2012, le ha calificado de “fraude”.

Tras la retirada de la carrera presidencial de pesos pesados como Marco Rubio o Jeb Bush, la última estrategia de los republicanos que desean evitar la nominación de Trump como su candidato es unirse alrededor de Ted Cruz. Éste representa el conservadurismo más rígido y religioso y su bastión de apoyo son los cristianos evangélicos. No despierta simpatías entre el establishment, pero muchos no ven otro remedio para parar al estridente multimillonario. En enero, el senador republicano Lindsey Graham dijo que elegir entre Trump o Cruz era como elegir entre morir de un disparo o morir envenenado. Hace unos días, se tuvo que desdecir al optar por recaudar fondos para Ted Cruz.

En el cómputo de delegados, Trump goza de una amplia ventaja: tiene 736 frente a los 463 de Cruz y los 143 de Kasich. Hacen falta al menos 1.237 delegados para conseguir la nominación. Si Trump sigue ganando estados, se irá acercando cada vez más a la cifra mágica. Sus opositores confían en que no llegue y que el resto de los delegados de la convención republicana se unan para nominar a un candidato alternativo, quizá Cruz o quizá alguien inesperado. Trump ya ha amenazado con “disturbios” si le arrebatan la nominación. Nadie sabe qué ocurrirá en la convención, que se celebrará en Cleveland del 18 al 21 de julio, pero todo indica que va a ser agitada.