El ex líder de los serbios de Bosnia, Radovan Karadžić , en el TPIY, La Haya. Serge Ligtenberg/Getty Images
El ex líder de los serbios de Bosnia, Radovan Karadžić , en el TPIY, La Haya. Serge Ligtenberg/Getty Images

Cómo las ansias de protagonismo del ex líder de los serbios de Bosnia le terminaron delatando.

Las imágenes hablan por sí solas. Se encuentran en un documental de 40 minutos, Serbian epics, que expone pasajes protagonizados por el ex líder de los serbios de Bosnia, Radovan Karadžić. Cuenta el célebre documentalista serbio, Lazar Stojanović, que no fue tan difícil grabar al político serbio durante la guerra en Bosnia (1992-1996). Para explicarlo recurre a la frase: “Daj im dovoljno dugačko uže, obesiće se sami” (“dales una cuerda lo suficientemente larga, que se ahorcarán solos”). Stojanović solo tuvo que decirle al político serbio: “me gustaría mostrar su verdad, solo diga qué quiere que grabemos, de qué quiere hablar y dígalo con sus palabras, no voy a cortar nada”.

El documental, a ritmo de las melodías del gusle, entre otros fragmentos, refleja la vida en lo alto de las montañas que rodean el Sarajevo asediado: un hombre varando un árbol, niños jugando en un tanque abandonado, familias bailando el kolo o un grupo de soldados bebiendo rakija en un ritual de confraternización tan típico en los Balcanes, que, como marca los códigos locales, no debe ser interrumpido ni cuando caen las bombas. Sin embargo, estas imágenes son inquietantes. Son un remanso de placidez primaveral pero con la vista de los edificios humeantes de Sarajevo.

El escritor ruso, Eduard Limonov, aparece, al amparo del líder serbo-bosnio, rifando balas a discreción. Siendo la primera guerra europea grabada en directo, y siendo 1992, momento de eclosión del proyecto europeo, Karadžić no supo ver que cualquier exposición, dando órdenes, en este caso, desde un teleférico inerme, le pondría en evidencia. Sin embargo, en Karadžić siempre cundió más la necesidad de atención. Otros imputados, hoy libres, como Naser Orić (bosniaco), Ramush Haradinaj (albanés) o Ante Gotovina (croata), con menos muertes pero también con ejércitos peor equipados a sus espaldas, esquivaron las cámaras, sabedores de que sus acciones eran reprobables, incluso en tiempos de guerra.

Karadžić, alto, como un montenegrino de guión, con su melena canosa, quiso superar sus propios complejos, aquellos que él mismo trató cuando fue psicólogo en las filas del Estrella Roja de Belgrado. El político serbio representa para los capitalinos yugoslavos algo que han detestado y lo siguen detestando ahora: la de los desclasados, aquellos que vienen con ínfulas desde lo rural a la gran ciudad, incluso aunque su planta y labia pudieran disimularlo como lo haría un recepcionista del Hilton. No en vano, en serbio hay más de 15 formas de decir “paleto”.

Llegado de una aldea, estudiante de medicina en Sarajevo, editor de una revista estudiantil, y miembro de la Liga Comunista, ya, en los 80, estuvo en prisión por malversación junto con su colega, y también condenado por La Haya —hoy libre—, Momčilo Krajisnik, fondos con los que se construyó una vikendica (casa de fin de semana) en el resort invernal ...