El senador republicano Rand Paul en un debate en Fox News, agosto de 2015. Scott Olson/Getty Images
El senador republicano Rand Paul en un debate en Fox News, agosto de 2015. Scott Olson/Getty Images

Un repaso a las singularidades de este candidato del Partido Republicano y sus posibilidades en el panorama político estadounidense.

Entre los -nada más y nada menos- diecisiete contendientes a la designación como candidato/a del Partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, hasta ahora ha sido Donald Trump el que, de manera tan sorprendente como indiscutible, más ha destacado en los titulares. Aunque todavía es muy pronto y probablemente haya cambios importantes, a día de hoy su condición de outsider de la política o su absoluto desdén por muchas de sus costumbres establecidas (y en ocasiones por las mínimas normas de respeto o educación) le han aupado a lo más alto de las encuestas. La enorme atención mediática sobre Trump ha eclipsado a otros aspirantes que confiaban en sobresalir por ser diferentes de lo habitual. Quizá afectado por una sensación de habérsele birlado el papel que pensaba jugar en la campaña, uno de ellos se desmarcó en el primer debate republicano atacando a Trump con más ganas que cualquiera de los demás: Rand Paul.

El senador por Kentucky Rand Paul luce unos característicos rizos de color castaño claro, estudiadamente enmarañados, que le dan un aire no se sabe si de beatífico querubín o niño travieso de las películas. Su posición en el tablero del Partido Republicano -en el que, como Trump, aunque por razones diferentes, acostumbra a romper los esquemas más tradicionales de la vieja guardia- indica que en lo político tiene más de revoltoso que de cándido. Rand Paul confía en que su traviesa heterodoxia sea compatible, a ojos de los votantes en las primarias, con la condición de Comandante en Jefe y custodio de los códigos nucleares del Ejército más poderoso del mundo.

Rand Paul es la figura más representativa de la corriente libertaria del Partido Republicano, que aunque nunca ha sido mayoritaria, siempre ha sido significativa en un país donde la creencia en la autonomía individual y el escepticismo ante el papel del Estado están muy extendidos culturalmente. De hecho, Paul consiguió su escaño de senador en 2010 aupado por los activistas del Tea Party, que irrumpieron en esas elecciones con un mensaje radicalmente contrario a los impuestos, al déficit público y, sobre todo, a la reforma sanitaria -“socialista” y “totalitaria”, decían algunos- que el presidente Barack Obama había logrado aprobar a duras penas ese año.

En línea con la ideología libertaria de Rand Paul, uno de los principales eslóganes de su campaña sugiere un espíritu de rebeldía ante un supuesto sistema político estadounidense de tintes orwellianos: “Derrota a la máquina de Washington”. Resulta curioso este desmarque del establishment viniendo de alguien cuyo padre ejerció de congresista en Washington por más de dos décadas: Rand Paul fue estrecho colaborador de su padre, Ron Paul, en muchas de sus campañas y, tras la retirada de este de la primera línea política, ha heredado por línea sanguínea la posición de adalid del movimiento libertario.

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