Las transformaciones actuales del poder y la política en el mundo árabe han hecho que la reconciliación entre Hamás y Al Fatah fuera inevitable.

 

ABBAS MOMANI/AFP/Gettyimages

 

 

La reconciliación entre Hamás y Al Fatah ha pillado a muchos por sorpresa. En ese sentido, es un reflejo de las revoluciones árabes de 2011, que han sorprendido a todos por su dimensión e intensidad.

Hasta que se produjeron estos amplios cambios en la región, Al Fatah y Hamás eran dos movimientos tan distanciados en lo político y lo personal que no había ninguna fuerza capaz de unirlos, ni siquiera la abstracción de una causa palestina común. Pero las transformaciones actuales del poder y la política en el mundo árabe han hecho que su reconciliación fuera inevitable.

El primer reto que las dos organizaciones tuvieron que afrontar en 2011 fue palestino. Comenzó con manifestaciones contra los abusos de Hamás en Gaza y el temor a hechos similares contra Al Fatah en Ramala. Después vino una campaña en Facebook y en las calles, desarrollada sobre todo por los jóvenes, que exigía la reconciliación entre los dos segmentos políticos de la sociedad palestina. Dicha demanda captó más seguidores que una revuelta contra sus dirigentes o la exigencia del fin de la ocupación israelí. La campaña no produjo la reconciliación por sí sola, pero fue una llamada de aviso.

Hubo otros dos hechos fundamentales para que los partidos palestinos dejaran de lado sus diferencias. Uno fue la rebelión en Siria, con el debilitamiento del régimen de Bashar al Assad y la conclusión de que Hamás debía alejarse ligeramente del régimen sirio y mantener una estricta neutralidad entre Assad y los rebeldes. El resultado ha sido un distanciamiento entre Damasco y Hamás que no existía antes, tanto en la toma de decisiones como a la hora de llevarlas a la práctica.

El segundo acontecimiento, más importante, es el proceso de reorientación de la política exterior de Egipto tras la revolución. En conformidad con las demandas del pueblo egipcio e influido por los Hermanos Musulmanes, ahora legales, el Gobierno de transición se ha vuelto más receptivo con Hamás y sus necesidades. Como señal de que ahora existe más confianza entre el movimiento palestino y las nuevas autoridades egipcias, éste ha cambiado su posición anterior, ha firmado un acuerdo con Egipto que antes había rechazado (y que Al Fatah sí había firmado) y se ha visto recompensado con otro pacto para reabrir el paso de Rafah entre Sinaí y Gaza.

Por parte de Al Fatah, el gran desastre de la estrategia estadounidense respecto a las negociaciones palestino israelíes ha hecho que Abu Mazen pueda permitirse el lujo de despertar la ira de Estados Unidos, Israel o cualquier otro, por su acuerdo con Hamás. Este paso forma parte de una tendencia más amplia de la entidad política palestina -la iniciativa encabezada por Al Fatah para obtener el reconocimiento como Estado en otoño- que podría causar grandes problemas al país hebreo en los próximos meses.

En este contexto regional tan distinto, el fracaso de las negociaciones con Israel promovidas por EE UU y el miedo de los dirigentes palestinos a que su pueblo los considere ilegítimos (el motor fundamental de las revoluciones árabes), han surgido las presiones y los motivos para la reconciliación. Todos estos factores parecen ser lo bastante consistentes como para que este proceso, a diferencia de otros intentos anteriores, se consolide, pese a que sea difícil llegar a un acuerdo sobre los detalles relativos a la seguridad o las diferencias sobre posibles negociaciones futuras con Tel Aviv.

Sin una intervención decisiva de Estados Unidos la probabilidad de enfrentamientos es alta

Las consecuencias para la causa palestina y la política de la región son importantes. En primer lugar, la queja de Israel y muchos occidentales sobre que no era realista pensar en negociar con una entidad política fragmentada, ya no tiene sentido. Ahora, los palestinos señalarán el acuerdo de El Cairo y un nuevo gobierno de unidad nacional como síntomas de cohesión de su movimiento nacional, pese a la disparidad de sus posturas.

Segundo, cuando el proyecto de Salam Fayad (crear un Estado palestino en 2011) termine oficialmente en agosto, un nuevo gobierno sin miembros de Al Fatah ni Hamás, ofrecerá a los palestinos la oportunidad de emprender un nuevo rumbo. Las consecuencias para los donantes occidentales, en especial la UE y EE UU, serán muy importantes. La confianza en Fayad era crucial para que fluyera el dinero. Si se va, y si Hamás está detrás de la administración que se forme, se plantearán muchos interrogantes sobre si el futuro puede incluir una prolongación de los intentos anteriores de construcción institucional en Palestina.

Pero lo más importante es que la reconciliación coincide con la campaña palestina para obtener el reconocimiento como Estado con las fronteras de 1967, en la reunión de la ONU el próximo otoño. Su cohesión impulsará el respaldo a dicha medida. Gaza ya está dentro de las fronteras de 1967; por consiguiente, los territorios que se reclamarán serán Cisjordania y Jerusalén Este. Una reivindicación que completa el mapa y puede crear numerosos problemas para el estatus de Israel en esas zonas.

A corto plazo, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aprovechará sin duda la futura hamasización de la Autoridad Palestina y Cisjordania y la utilizará de excusa para evitar las negociaciones con Abu Mazen y proclamar los peligros y la escasa credibilidad de los palestinos. Es posible que encuentre apoyos entre los republicanos estadounidenses, el reelegido Gobierno de Canadá y grandes sectores de la población israelí, pero no en el resto del mundo.

Por desgracia, es probable que la dinámica actual prepare el terreno para una confrontación entre Israel y Palestina en otoño. Tel Aviv no reaccionará bien ante un reconocimiento internacional del Estado palestino, y esa actitud se verá agravada por la idea de que al menos la mitad de los palestinos reconciliados son hamasnitas, que nunca van a reconocer al país vecino. Sin una intervención decisiva de Estados Unidos que satisfaga las necesidades de todas las partes e incluso se imponga a sus distintas estrategias por el bien de sus propios intereses de seguridad nacional, la probabilidad de que haya violencia y enfrentamientos en los próximos meses es alta.

Asimismo, el paso dado por los palestinos es el preludio de un nuevo orden de política exterior en Oriente Medio, en el que Egipto, como demuestra el que haya servido de mediador en el acuerdo, esté dispuesto a abrir Rafah y haya dicho a Washington que debe reconocer Palestina en otoño, está desempeñando un papel que tenía olvidado, el de padrino político del mundo árabe y líder real de su diplomacia y su política. El ascenso de El Cairo refleja su nueva situación política interna y el hecho de que ya no hace oídos sordos a las demandas populares de sus ciudadanos ni del mundo árabe, sobre todo en relación con la causa palestina.

Ni Israel ni Estados Unidos van a poder dar marcha atrás y renunciar a la dirección emprendida. Algunos comentaristas ven la oportunidad de que EE UU haga algo original y piense y actúe de forma creativa en una circunstancia en la que Hamás pasa a formar parte de la normalidad. No obstante, sin un compromiso coherente y serio que desemboque en la independencia de Palestina, mediante negociaciones u otros medios, esta reconciliación deja a israelíes y estadounidenses todavía más atrás respecto a los cambios actuales, amplios y duraderos, de los egipcios y todo el mundo árabe.

 

 

 

 

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