Las grandes finanzas van a encogerse mucho.


El futuro próximo estará lleno de grandes cosas que, hace sólo un año, eran impensables. Alterarán rápidamente el panorama económico y, junto a las consecuencias inevitables de los 50 billones de dólares de destrucción de riqueza en 2008, reconfigurarán la economía mundial. Y uno de los aspectos más llamativos será la espectacular reducción del sector financiero. He aquí cómo va a desarrollarse.

En primer lugar, hay ya un cambio de modelo en Wall Street, que se aleja de las empresas apalancadas que crecían mucho más allá de sus competencias iniciales para pasar a servicios con poco riesgo y adelgazados, centrados en estrictas funciones bancarias. A partir de ahora, menos es más.

Segundo, los gobiernos se convertirán en dueños y controladores –no sólo reguladores– de los bancos. Se regirán por una actitud de “nunca más” y reconocerán que, en una democracia, no puede (y no debe) tolerarse un sistema que privatiza ganancias inmensas y socializa pérdidas gigantescas.

Tercero, quienes dependen del crédito lucharán para estabilizar unos modelos de negocio que se apoyan demasiado en la financiación barata y fácil. El ajuste no será sencillo ni suave. Acentuará la desaceleración económica y el perjuicio al empleo y al comercio.
Por último, el universo de firmas que ofrecen servicios de gestión a ahorradores, inversores y fondos de pensiones se reducirá. Más de la mitad de la comunidad apalancada desaparecerá, empezando por los fondos alternativos. Las firmas tradicionales no son inmunes, sobre todo las que se mueven en el ámbito de los valores y han visto la rápida evaporación de más de la mitad de sus ingresos y activos en uno de los derrumbamientos del mercado más espectaculares de la historia.

¿Por qué tiene que importarnos? Es el propio sector financiero el que se ha hecho daño a sí mismo y ha provocado condiciones de guerra en la economía. Deberíamos sentir poca o ninguna simpatía cuando los gobiernos impongan un tratado de paz. Pero el sector financiero está muy vinculado a las fuerzas que impulsan el crecimiento mundial, el empleo y la prosperidad. Es como el aceite de los coches: lubrica el motor del crecimiento mundial y, cuando se estropea, nada funciona como es debido.

La reducción de las grandes finanzas agravará la enorme contracción de la actividad económica y de la riqueza, amplificará las fuerzas de la desglobalización y será un obstáculo para actuaciones que han contribuido a sacar a millones de personas de la pobreza. A medida que el crecimiento mundial se frene, tendremos menos de todo y los segmentos más pobres de la sociedad sufrirán los mayores costes.