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A falta de guías para combatir a los terroristas y llevarles ante la justicia que gozaran de un amplio consenso, George W. Bush cometió graves errores al intentar escribir sus propias reglas para la guerra contra el terrorismo. Barack Obama lo ha hecho mejor, pero su Administración no está menos atascada decidiendo cuál es el modo adecuado de detener y juzgar a los presuntos terroristas.

Nueve años después del 11-S, arreglémoslo de una vez por todas.  El actual presidente debería liderar una iniciativa internacional para despejar la confusión y la ambigüedad que rodean el terrorismo, la guerra y el “derecho” a la resistencia invocado por grupos como Hamás y Hezbolá para justificar los ataques contra civiles y el empleo de éstos como escudos humanos.

En concreto, Obama tendría que reclamar una nueva Convención de Ginebra, la quinta, que proporcione un marco jurídico común para combatir el terrorismo. Esto ayudaría al mundo a resolver el dilema de qué hacer con los considerados “ni soldados ni delincuentes” que ha afectado a dos sucesivas administraciones estadounidenses. Y lo que es más importante, estigmatizaría el uso sistemático de la violencia contra civiles en los países frágiles o convulsos de todo el planeta.

Una convención más dura con el terrorismo daría a la comunidad internacional nuevas armas en la batalla para desacreditar el extremismo violento. Si se califican los atentados masivos y el terrorismo suicida como crímenes contra la humanidad, le quitaría algo de glamour a la violencia. También proporcionaría la base jurídica para que los tribunales internacionales procesaran a quienes reclutan a los asesinos y planifican los ataques. Por último, liderar la ofensiva para lograr una nueva Convención de Ginebra fortalecería uno de los lemas centrales de la política exterior de Obama: restaurar el liderazgo moral de EE UU en el marco de una cooperación internacional para la seguridad mutua.

Puesto que el terrorismo azota al planeta entero, no tiene sentido que cada país escriba sus propias normas para combatir y castigar a los terroristas. Éste es el momento de dotar al mundo de los instrumentos jurídicos que necesita para luchar y derrotar a los terroristas, de una forma civilizada.