263 migrantes de diferentes nacionalidades, llegados desde Libia son rescatados por la Guardia Costera italiana y asistidos por la Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras en el puerto de Roccella, Italia. (Valeria Ferraro/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

Un viaje histórico sobre el movimiento de personas en Europa que ayuda a reflexionar sobre los valores y las políticas europeas hacia los refugiados en la actualidad.

The Outsiders, Refugees in Europe since 1492

Philipp Ther

Princeton University Press, 2022

Siempre es buen momento para leer un libro sobre refugiados. Solo en este año, a los millones de refugiados ucranianos se añaden decenas de miles de jóvenes rusos que huyen del reclutamiento para la guerra de Ucrania. Como deja claro esta detallada obra, existen muchas razones para huir de muchos países en un momento dado, y el humanitarismo mundial sigue llevando la mancha de episodios tan vergonzosos como los esfuerzos de los refugiados judíos por llegar a Estados Unidos en el buque St Louis para encontrarse con que los hicieron volver a Europa porque “la cuota anual de inmigración para Alemania y Austria ya se había agotado”. El autor, Philipp Ther, afirma que hay otra gran crisis, el conflicto por el control de Palestina desatado a partir de 1945, que “no puede concebirse solo como un problema entre árabes y judíos o exclusivo de Oriente Medio. Las ideas y los actores europeos influyeron de diversas maneras: mediante el legado europeo del dominio colonial, la idea de un Estado-nación homogéneo, el hecho de que, tal como ocurrió en India en la misma época, el Ejército británico hizo poca cosa para contrarrestar la escalada de violencia en Palestina… y los países árabes no ayudaron, ya que la mayoría de ellos no concedieron la ciudadanía a los refugiados palestinos, a pesar de que llevaran decenios establecidos en sus respectivos países. “Desde la perspectiva árabe, la inmigración masiva de judíos europeos equivalía a hacer que una potencia colonizadora se adueñara de territorios; de hecho, el asentamiento judío en Palestina tiene características comunes a otros asentamientos de colonos europeos, como en Argelia. La principal diferencia era que los colonos judíos no habían llegado por motivos económicos y como miembros de un Estado-nación colonialista en expansión sino, en su mayoría, como víctimas de persecuciones y como refugiados. Después del Holocausto, la fundación del Estado nacional judío adquirió más legitimidad y más urgencia”. La trágica ironía, por supuesto, es que el Holocausto fue obra de una ideología europea, sin que estuviera ni remotamente relacionada con el islam.

En contra de lo que muchos creen, las migraciones a Europa no comenzaron a mediados de los años 50, cuando llegaron a lo que entonces era Alemania Occidental los primeros Gastarbeiter procedentes del sur o el este de Europa. Tampoco en 1918, cuando empezaron a llegar los primeros trabajadores argelinos a los barrios obreros de París. Ni tampoco cuando empezaron a emigrar los habitantes de las entonces colonias del Caribe al Reino Unido, en 1945. En 1665, 50.000 hugonotes franceses, ante la exigencia de Luis XIV de que se convirtieran al catolicismo, decidieron establecerse en tierras alemanas. Y un número aún mayor huyó a Londres, con el consiguiente impulso económico para esa ciudad y el norte de Alemania, y el empobrecimiento de las regiones que habían dejado atrás en Francia.

El autor sitúa la primera oleada moderna de refugiados en Europa en la huida de cientos de miles de judíos y musulmanes de España tras la conquista de Granada por los reyes Fernando e Isabel, en 1492. En general, sobre todo en América, 1492 se recuerda como la fecha en la que Cristóbal Colón descubrió el Nuevo Mundo. Pero es más apropiado pensar en él como el año en el que la intolerancia religiosa, de una dimensión hasta entonces inimaginable, se transformó en pobreza de Estado. Los judíos huyeron a Ámsterdam y Livorno y al Imperio Otomano: Salónica, Esmirna, Estambul y Túnez. Su marcha empobreció la vida económica y cultural española durante siglos, al tiempo que enriqueció la de las ciudades en las que se refugiaron. Los musulmanes que escaparon al norte de África llevaron consigo nuevas técnicas culturales e industriales a Marruecos, Argelia y Túnez. Ther aclara muchos aspectos de ese temps long de l’histoire, como lo llamó el historiador francés del Mediterráneo Fernand Braudel. Une todos estos acontecimientos históricos dispersos en un relato coherente que concluye con un alegato razonado sobre la necesidad de actuar. Un elemento que añade interés al libro es que explica lo bien o mal que se integraron los refugiados en sus nuevos países, pero, aunque conocer y comprender la historia ayuda a dar sentido al presente, no nos permite predecir el futuro. Son de agradecer los análisis que hace Therr de la larga sombra que el pasado suele proyectar sobre las cuestiones políticas y sociales contemporáneas, pero la obra no predice cómo será Europa dentro de 10 o 20 años.

En varios capítulos que no son estrictamente cronológicos examina las principales causas de los éxodos masivos, desde la intolerancia religiosa y la limpieza étnica de los siglos XVI y XVII hasta el auge del nacionalismo y las consecuencias de la revolución de finales del siglo XIX al XX. La intolerancia de los primeros tiempos de la Edad Moderna, que había sido la causa principal de la huida de refugiados, se convirtió en el etnonacionalismo xenófobo, lo que hace que la estructura temática de este libro sea muy pedagógica. Ther personifica las grandes oleadas de refugiados en 15 casos concretos y utiliza las experiencias, los itinerarios y las convicciones personales de sus sujetos para poner rostro humano a un fenómeno global que nos concierne a todos. Los medios de comunicación se olvidan con demasiada frecuencia de la complejidad de las historias individuales en medio de las explicaciones generales de lo que está ocurriendo.

En el siglo XX, distingue tres etapas: los primeros años del periodo de entreguerras, cuando la Sociedad de Naciones desarrolló unos principios e instrumentos duraderos para gestionar crisis humanitarias a gran escala; los años 30, “cuando los Estados occidentales no supieron hacer frente a los problemas desencadenados por el fascismo y el nacionalsocialismo”; y la época de la Guerra Fría, “cuando los refugiados experimentan lo que Daniel Gerard Cohen ha llamado su ‘Edad de Oro’”. Quizá es exagerado llamarla Edad de Oro, pero la explicación del autor de por qué ha habido periodos —la Guerra Fría— en los que se ha dado la bienvenida a los refugiados y los solicitantes de asilo y otros, como el actual, en los que se los ha rechazado, está bien fundamentada. También examina la vida posterior de los refugiados en los países de acogida, que suele depender de si la economía está creciendo, como ocurrió hasta mediados de los 70, o está en crisis, como ha sucedido en las últimas décadas.

Como corresponde a un historiador de habla alemana —es profesor de Historia de Europa Central en la Universidad de Viena—, el autor es especialmente positivo sobre la decisión de la ex canciller alemana Angela Merkel de admitir a un millón de refugiados sirios en 2015. En cambio, la reputación de los dirigentes austriacos no sale reforzada de este libro.

Esta obra, sobria y bien argumentada, proporciona una buena perspectiva sobre una cuestión que hoy ocupa un lugar importante en la agenda global y en la política interna de todos los países europeos. Therr plantea una cuestión crucial sobre la que, en mi opinión, la Unión Europea y Estados Unidos deberían reflexionar: "El poder blando de Occidente en la época de la Guerra Fría y su hegemonía en el periodo posterior a 1989 se apoyaron de forma particular en el atractivo normativo y político de los derechos humanos. Sin los derechos especiales concedidos a los refugiados, sin la Convención de Ginebra sobre los Refugiados que les sirve de fundamento, Occidente habría perdido mucho y se habría visto obligado a retroceder al terreno de la Realpolitik, una palabra extraña, porque da a entender que los valores no son reales. Pero, muy al contrario, los valores no solo son reales sino que tienen verdadera utilidad, sobre todo como forma de comunicar a los refugiados recién llegados qué es lo que defienden las sociedades que los acogen y señalar la dirección hacia la que deben encaminarse los recién llegados al tiempo que se esfuerzan por integrarse". La pregunta implícita que recorre el libro es si Estados Unidos y Europa corren peligro de perder esos valores.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia