Póster rasgado con la imagen del Presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika en la ciudad de Borj al Bahri. Patrick Baz/AFP/Getty Images

La baja participación en las recientes elecciones legislativas es solo una evidencia más de cómo la distancia entre las inmovilistas élites del país y la población argelina se ha convertido en un abismo.

 “Estable”, afirman sus defensores, que evocan el drama de la “década negra”  y la guerra contra el terrorismo islamista, no ocultando su desconfianza ante el caos que podría engendrar el más mínimo cambio. “Aletargado”, estiman sus detractores, cada vez más resignados, pero que no cesan de denunciar el sentimiento de injusticia y de reclamar derechos políticos sin por ello amenazar la paz civil o socavar los cimientos de la convivencia. Sea como fuere, el sistema político argelino parece inexorablemente enrocado.

Los comicios legislativos del pasado 4 de mayo han confirmado el apriorismo de la inmutabilidad del régimen y, de paso, la acusada desafección política de la población. Con una abstención récord y más de dos millones de votos en blanco o nulos, arreciando las acusaciones de “fraude masivo”, el escrutinio se saldó sin sorpresas, no modificando un ápice el panorama político ni la ordenación del poder, en manos del clan de un presidente octogenario, Abdelaziz Bouteflika, aupado a la jefatura del Estado hace casi dos décadas y apenas visible desde 2013, cuando fue víctima de un accidente vascular cerebral que mermó considerable sus capacidades físicas. Como era previsible, salvaguarda su supremacía la coalición que durante las últimas legislaturas ha controlado la mayoría de los 462 escaños de la Asamblea Nacional Popular (ANP).

A la cabeza de esta alianza vencedora el otrora partido único, el Frente de Liberación Nacional (FLN), formación que, pese al multipartidismo de fachada, lleva las riendas del poder desde la independencia, en 1962. A su lado, la Reagrupación Nacional Democrática (RND) de Ahmed Ouyahia, ex primer ministro y director de gabinete de El Mouradia, la sede de la presidencia de la República. “La nueva Asamblea sanciona una vez más la supremacía de los principales partidos de la administración, es decir, los nacional-conservadores, y demarca claramente dos sectores antagónicos en la oposición, a saber, demócratas e islamistas, cuyos pesos casi equivalentes en el hemiciclo sólo servirán para que se neutralicen los unos a los otros”, resume Alí Benyahia, editorialista del diario El Watan. A la luz de los resultados definitivos, hechos públicos por el Consejo Constitucional el 19 de mayo, el FLN pierde 70 diputados con respecto a 2012, obteniendo 161 escaños, mientras que su socio parlamentario pasa de tener 70 representantes en la pasada legislatura a contar con 100 en la actual. “La remontada del partido Ouyahia sólo adquiere sentido en el contexto de la competición con su partido hermano, el FLN, con ciertas implicaciones a nivel del reparto de influencia y puestos de dirección entre los suyos”, explica Benyahia. Para Zahir Mehdaoui, periodista de Le Quotidien d’Oran que ha seguido de cerca las elecciones, “se ha impuesto el status quo, nada ha cambiado y los argelinos que ha votado han elegido a los mismos sin mayor aliciente que volver a recomenzar, una vez más, otros cinco tediosos años de legislatura”.

 

Impotencia opositora

En el bando opositor, la coalición islamista, el Frente por el Cambio (FC), encabezada por el Movimiento de la Sociedad por la Paz (MSP, ex Hamás), próximo a los Hermanos Musulmanes, del doctor Abderrazak Makri, muy lejos de los dos primeros partidos, ha sido tercera en los comicios legislativos, con 34 diputados. Inmediatamente después se sitúa la Reagrupación por la Esperanza de Argelia (TAJ, en sus siglas en árabe) de Amar Ghoul, fundador y principal responsable de esta formación próxima a los partidos de la administración, habiendo él mismo ocupado diferentes carteras ministeriales en sucesivos ejecutivos. La alianza compuesta por los partidos islamistas Ennahda (renacimiento), El Adala (justicia) y El Bina (edificación) se ha hecho con 15 escaños. El Frente El Moustakbal (porvenir) y el Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) obtuvieron 14 representantes cada uno, 13 el Movimiento Popular Argelino y los laicos del Partido de los Trabajadores (PT) de Louisa Hanoune y la Reagrupación por la Cultura y la Democracia (RCD) del cabildo Mohcine Belabbas, 11 y 9 respectivamente. Junto a todos estos, hasta 50 formaciones y 28 candidaturas independientes cuentan con al menos un representante en la ANP.

El hemiciclo muestra lo diverso y harto fragmentado de una oposición que “es formalista, funciona tácticamente, no tiene estrategia y que adolece de la ausencia de un líder carismático”, explica el sociólogo Mohamed Talbi. Los coyunturales intentos de alianzas para intentar conformar un frente unido se han caracterizado por su precariedad, lastrados las más de las veces por las ambiciones personales de los diferentes líderes. Para el sociólogo, “más allá de acciones de denuncia concretas y poco estructuradas, donde afloran continuamente las discrepancias entre sus diferentes componentes, el FFS, el RCD, el PT, el MSP, Ahd 54, Talaie El Hourriyet y otras formaciones que se reivindicación de oposición laica no logran constituir un frente con peso político y para colmo ya no movilizan como antaño, de ahí la debacle en las legislativas”. ¿Cuál es el margen de maniobra de la oposición?  “Más allá de la denuncia o rechazo de algunas leyes, los diputados opositores son impotentes frente a los partidos del poder, que sí son muy solidarios entre ellos cuando la situación lo impone”, concluye Talbi.

 

Abstención y votos en blanco

Gente camina en el distrito Bab El Oued, Argel. Fayez Nureldine/AFP/Getty Images

La baja tasa de participación (35,7%, oficialmente) lastra la legitimidad de los comicios. A pesar de la campaña lanzada por el Gobierno para incitar a los 23 millones de electores inscritos (sobre una población total de 36,5 millones de personas) a ir a las urnas, la participación ha incluso disminuido con respecto a las legislativas de 2012 (43%). Las acusaciones de fraude electoral también han estado al orden del día. Vídeos y fotografías han circulado a través de las redes sociales durante la jornada de los comicios mostrando conductas sospechosas o, al menos, poco respetuosas con el juego limpio electoral. Abderrazak Makri, máximo responsable del MSP, no dudó en afirmar que “las elecciones han sido trucadas y falsificadas masivamente”. Según éste, “sin fraude” su coalición islamista habría obtenido 120 escaños, en lugar de 34 “La elección se ha visto manchada por irregularidades que sobrepasan ampliamente las tradicionales manipulaciones (…) que han servido para dopar las candidaturas del poder”, condenó Mohcine Belabbas, secretario general de la RCD. El presidente del Frente Nacional Argelino (FNA), Mousa Touati, ha llegado incluso a amenazar con iniciar una huelga de hambre para protestar contra “el fraude masivo de los partidos del poder”.

No obstante, una vez analizados los 295 recursos presentados, el Consejo Constitucional apenas sí ha retenido un 10% de éstos, rechazando el resto por “defectos de forma”, “insuficiencia de pruebas” o “medios infundados”. La máxima instancia electoral del país apenas sí ha procedido a rectificar y a anular el escrutinio en unos pocos despachos de voto sitos en las circunscripciones de Illizi, M’sila, Sétif y Orán. “Estas anulaciones y rectificaciones de resultados del voto tienen una incidencia sobre los resultados contabilizados, pero no han tenido impacto sobre la repartición de escaños en las circunscripciones electorales concernidas”, reza un comunicado vertido por el Consejo Constitucional el pasado 19 de mayo. Para Belabbas, “nada se podía esperar del Consejo Constitucional, que no es una simple instancia administrativa, imparcial, sino que actúa como apéndice político del aparato del poder”.

“El poder ha mostrado históricamente su capacidad de recuperar aquello que no puede controlar y utilizarlo en su favor”, apostilla Abed Charef, analista político que colabora con varios medios, nacionales e internacionales, y cuyo blog, activo desde diciembre de 2004, se ha convertido en lugar de paso ineludible de quienes busquen profundizar sobre las vicisitudes de la política argelina. El fenómeno Mansotich (yo no voto), impulsado por jóvenes a través de las redes sociales, ha atraído suficientemente la atención para que Argelia, y el mundo, obviasen el resto: la indigencia política del poder, su incapacidad para hacer frente a la crisis, el bloque político, la morosidad de la campaña electoral, la eliminación de cualquier alternativa creíble antes del voto, etcétera.  “Los contestatarios no han estado lúcidos llamando a no votar. Abstención, voto en blanco, boicot, pueden tener un significado político, pero no determinan el resultado. Pensar que el poder podría incomodarse por una participación demasiado baja en las legislativas equivaldría a pensar que un asesino tendría miedo de saltarse un semáforo”, critica el veterano periodista Abed Charef.

Pocos albergan dudas sobre el efecto del movimiento Mansotich. Del total de 8.624.199 votantes, 2.109.917 papeletas fueron en blanco o nulas, confirmando la progresión de los últimos años: casi 500.000 en 2002, alrededor de un millón en 2007 y 1,6 millones en 2012. En apenas una década los votos en blanco se han duplicado y supera con creces el número de votos obtenidos por los dos primeros partidos. “Las papeletas en blanco o nulas no constituyen un sufragio neutro, sino que es un voto de elevado significado político”, considera el politólogo Mokrane Aït Ouarabi. Para éste, “los ciudadanos querían claramente expresar su cólera, malestar y descontento frente a sus condiciones de vida y a la situación general del país. Votar en blanco indica una voluntad de participar en el debate democrático y la politización de estos ciudadanos, pero también marca un rechazo incontestable a las opciones propuestas, una voluntad de invalidar una oferta política juzgada inapropiada”. “El voto en blanco y la abstención es un acto político que dirige de manera civilizada y pacífica un mensaje fuerte de desaprobación y exasperación sobre el estado general de Argelia”, sostiene el siempre incisivo Kamel Daoud, durante años redactor jefe de Le Quotidien d’Oran, ganador del Premio Goncourt de novela en 2015 y actualmente columnista del semanario parisino Le Point.

 

Ausencia de legitimidad

La débil participación constituye un toque de atención para el poder, pero también para toda la clase política. Ilustra el desinterés de los argelinos por la cosa pública y la pérdida de confianza en los representantes electos. La última legislatura ha dejado en evidencia que la ANP únicamente sirve para registrar las decisiones del Ejecutivo y que los diputados no están en disposición de prestar atención a los problemas cotidianos de los argelinos. La percepción de los diputados entre los ciudadanos es muy mala, identificándolos con personas más interesados en promocionarse individualmente y defender sus propios intereses, su carrera, que en atender las inquietudes de los argelinos, poner freno a las desigualdades o luchar contra la corrupción. La falta de interés de los propios partidos durante la campaña y los escándalos que la prensa ha destapado concernientes al pago de importantes sumas de dinero para figurar en las listas electorales no han contribuido a aumentar la expectación ciudadana. La elección de casi 80 importantes empresarios como diputados bajo el signo de los partidos del poder, la instalación de los negocios en el Parlamento, no anuncia un futuro nada halagüeño para la imagen de la institución y, por extensión, de la política argelina. “Las instituciones y élites políticas se encuentran a un lado, y al otro la sociedad real. Hay una fosa enorme entre el sistema político, sus élites, instituciones, discurso, su gestión, y la sociedad”, sentencia el investigador Nacer Djabi.

Las legislativas sobrevienen en pleno marasmo económico y social, y en un contexto regional cada vez más inestable y agitado. Argelia, país rico en hidrocarburos, atraviesa una crisis financiera sin precedentes por la caída del curso del bruto y la poca, o nula, diversificación de su economía. En su más reciente informe, el FMI prevé un crecimiento del 0,6% del PIB, una tasa de paro que alcanzará el 13,2% (en septiembre de 2016 era del 10,5%, con un 27% de menores de 25 años en situación de desempleo) y una elevada inflación, que ya hace mella en hogares donde los ingresos medios mensuales apenas sí alcanzan los 39.200 dinares (322 euros), siendo el salario mínimo de apenas 18.000 dinares (148 euros). La función pública congeló las contrataciones en 2016 y las empresas que logran capear el temporal apenas sí pueden mantener su masa salarial. Se acabaron los años de vacas gordas gracias a los hidrocarburos, que suponen el 28% PIB, el 95% exportaciones y más del 60% de los ingresos públicos. Tras décadas de Estado providencia, Argel se ha visto obligada a entrar en una fase de austeridad. Los presupuestos de 2017 contemplan una reducción general del 28% con respecto al curso precedente (aunque mantiene estable la partida destinada a Defensa), previendo un aumento del IVA general del 17% al 19%, del precio de los carburantes (40% de incremento en los últimos dos años) y de las tasas de telefonía e Internet (50% más). Un estudio desarrollado por la Liga Argelina para la Defensa de los Derechos del Hombre entre 4.500 hogares en diferentes wilayas (provincias) ha concluido que un 35% de éstos vive bajo el umbral de la pobreza, con menos de 1,25 dólares al día. La precarización social ha redundado en huelgas, manifestaciones y disturbios, multiplicándose durante las últimas semanas los incidentes en la capital, en Cabilia y en el gran Sur.

Por otra parte, la precaria salud del Presidente es motivo continuo de especulaciones y se multiplican las quinielas sobre su sucesión al frente del Estado. Los desafíos que debe afrontar el próximo Gobierno son, por tanto, de calado. Con las manos libres para continuar a hacer y deshacer a su antojo, se plantea, no obstante, la cuestión de la legitimidad de los vencedores. “¿Hasta qué punto una minoría, elegida con apenas un 35% de tasa de participación y con menos apoyo de los votos en blanco o nulos, puede decidir por enésima vez sobre la suerte de millones de argelinos, sin contrapoder alguno ni un real control de la oposición?”, inquiere Mehdaoui. En la práctica, a pesar de enarbolar la bandera del “hacer democrático”, el FLN es el único partido que reina en Argelia desde la independencia, amoldándose a nuevas realidades pero sin ceder un ápice de su poder, una situación que desespera cada vez más a las nuevas generaciones. Este escrutinio es la muestra de que, elección tras elección, el poder es incapaz de renovarse, siempre en manos de los mismos clanes, que se suceden al frente del Ejecutivo y en los principales sectores de la economía del país. Un bloque inmovilista, indiferente a las necesidades y expectativas de la población, y que en esta ocasión, a la luz del escrutinio legislativo, se ha quedado solo.