El primer ministro británico, David Cameron, en un discurso sobre la relación de Reino Unido con la Unión Europea. (Oli Scarff/Getty Images)
El primer ministro británico, David Cameron, en un discurso sobre la relación de Reino Unido con la Unión Europea. (Oli Scarff/Getty Images)

Las recetas para evitar que Reino Unido salga de la Unión Europea.

El nuevo Gobierno conservador de David Cameron se ha comprometido a celebrar un referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea en 2016 o 2017. Muchos comentaristas suponen que el primer ministro negociará un paquete de reformas de la UE, convencerá a un gran sector de su partido para que apoye el resultado y navegará sin problemas hacia la victoria en el plebiscito. Y es posible que así sea. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. ¿Cómo puede tener Cameron las máximas posibilidades de ganar?, ¿y cuáles son los principales obstáculos en su camino?

Cinco consejos al primer ministro británico

El primero, no ser demasiado ambicioso. Muchos conservadores le exigirán que pida la luna. Pero, si intenta hacer cambios fundamentales en la UE, fracasará. Los socios de Reino Unido no tienen ninguna gana de un nuevos tratado, que tendría que ser ratificado en los 28 Estados miembros, y en algunos de ellos, mediante un referéndum. La mayoría de las capitales, incluida Berlín, temen que el largo proceso de modificar los tratados sería como abrir la caja de Pandora. No hay posibilidad de que se ratifique ningún texto nuevo antes de que acabe 2017. Lo máximo a lo que puede aspirar Cameron es a un acuerdo sobre unos cuantos cambios de poca importancia que se ratificaría en algún momento en el futuro.

Segundo, Cameron debe empezar a defender la permanencia en la UE. Lo hizo en su discurso en la sede de Bloomberg de enero de 2013, pero no lo desarrolló más, por miedo a molestar a los euroescépticos de su partido y los posibles votantes de UKIP. Los socios de Reino Unido no tomarán al primer ministro en serio hasta que no se muestre dispuesto a explicar a los británicos las ventajas de pertenecer a la Unión Europea y a hacer los enemigos que eso conlleve en su propio partido. Cameron debe hacerse a la idea de que en algún instante de la campaña el Partido Conservador se dividirá en dos bandos hostiles y eso quizá debilitará su cohesión de siempre.

Tercero, Cameron debe emprender iniciativas en la UE y tratar de liderar en los ámbitos en los que Gran Bretaña tiene experiencia. La influencia británica se ha evaporado en los últimos años, entre otras cosas, porque con mucha frecuencia ha preferido permanecer al margen y dejar que dirigieran otros. Los socios europeos de Reino Unido le escucharían con más respeto si presentara propuestas concretas en áreas como la política exterior y defensa, el clima y la energía, el comercio y el mercado único y la cooperación policial y antiterrorista. Todos recibirían con los brazos abiertos a una Gran Bretaña más activa.

Cuarto, debe esforzarse por construir alianzas en la Unión, porque tiene pocos buenos amigos. Cuando el Consejo Europeo escogió al nuevo presidente de la Comisión el pasado mes de junio, el húngaro Viktor Orban fue el único que votó con Cameron contra Jean-Claude Juncker. Angela Merkel es amiga de Cameron cuando todo va bien, pero los dos tienen tendencia a malinterpretarse (como sucedió con la designación de Juncker). Otros dirigentes se quejan a veces de que Cameron es un político que solo se preocupa por la negociación inmediata y no dedica tiempo suficiente a construir relaciones. En los últimos años se han deteriorado los lazos de Reino Unido con los centroeuropeos, en parte por la retórica de los conservadores contra la inmigración. Pero los conservadores no son el único problema. Ya con el último Gobierno laborista, muchos miembros pequeños de la UE protestaban de que los ministros y funcionarios británicos no solían tomarles en serio ni, por ejemplo, se tomaban la molestia de visitarles para hablar sobre ámbitos posibles de colaboración.

El quinto y último factor que debe tener Cameron en cuenta es que los clubes, además, de reglas, tienen costumbres. Los políticos británicos tienden a olvidar que el estilo alborotador típico de su parlamentarismo nacional -con enfrentamientos, brusquedad y una psicología de ir a por todas- encaja mal en Bruselas. La UE funciona a base de largas negociaciones y acuerdos con los que todo el mundo tiene la sensación de que ha sacado algo. A veces, Cameron lo entiende: hace dos años trabajó pacientemente con Alemania y otros socios para forjar un pacto que redujo el presupuesto de la Unión. Pero a veces, no: durante las conversaciones sobre la presidencia de la Comisión, el premier británico le dijo a un líder que la designación de Juncker podría animarle a hacer campaña para sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea. Amenazas así alejan a los posibles aliados.

Cameron es un político inteligente, triunfador y, hasta ahora, afortunado, que probablemente sabrá hacer lo que debe en alguno de estos aspectos. Pero los últimos decenios de la historia de Europa demuestran que, cuando se someten asuntos de la UE a referéndum, es frecuente que los gobiernos pierdan el control.

Cinco cosas que podrían salir mal

En primer lugar, puede ocurrir que el tenso debate sobre Europa en Reino Unido no solo empuje a los euroescépticos conservadores a exigir reformas inalcanzables, sino también a dañar la marca británica, ya empañada, y por tanto hacer que a Cameron le sea más difícil concretar un buen acuerdo con sus socios. Por ejemplo, en los últimos años, la histeria ocasional de la prensa británica sobre los inmigrantes procedentes de la UE ha hecho que muchos en el continente piensen que es un país desagradable. La negativa actual del Gobierno a acoger a ninguno de los que llegan en barcas desde el Norte de África y la posibilidad de que Gran Bretaña se desvincule del Convenio Europeo de Derechos Humanos (con lo que coincidiría con Bielorrusia en ser los dos únicos países no firmantes) no mejoran las cosas, precisamente. Cuanto peor sea la reputación británica, menos probabilidades hay de que otros gobiernos -que tienen sus propios problemas políticos en los que pensar- den a Cameron lo que quiere.

El segundo motivo para preocuparse es que puede que otros líderes europeos no hagan grandes esfuerzos para ayudar a Cameron. Claro que esperan que Reino Unido permanezca en la UE, pero el premier no les ofrece nada a cambio de sus concesiones. Varios gobiernos han dejado entrever que no van a aceptar sus demandas más probables y que, si los británicos deciden irse, allá ellos. Madrid, París y Viena son tres capitales en las que no se ve demasiada voluntad de adaptarse a los deseos británicos.

La tercera preocupación es que una gran trifulca a propósito de la inmigración durante la renegociación dé un nuevo impulso a la campaña de los partidarios de marcharse. Para Cameron y para muchos británicos, lo prioritario será restringir el acceso de los inmigrantes comunitarios a las prestaciones, tanto las vinculadas al empleo como las destinadas a los desempleados. Varias exigencias de Cameron cuestionan el principio de no discriminación, que es fundamental para la Unión y requeriría modificar los tratados. Pero, como han escrito Camino Mortera y John Springford, los socios europeos no están dispuestos a ceder ante Gran Bretaña en este aspecto. El peligro es que Cameron dé a los británicos falsas esperanzas sobre lo que puede obtener y luego acaben decepcionados.

Un cuarto riesgo es que la crisis del euro empeore. A pesar de la modesta mejoría experimentada por la economía de la Eurozona este año, la situación de Grecia en la unión monetaria sigue siendo precaria. Un Grexit podría desatar el pánico en los mercados financieros, y de ahí la necesidad de cumbres de urgencia y arreglos institucionales improvisados. Si los dirigentes de la zona euro -que son los dirigentes de la UE- vuelven a parecer incompetentes en economía, la imagen de la Unión en Reino Unido quedará dañada. Además, una nueva crisis de la Eurozona coparía el tiempo y las energías de los líderes, que no podrían ocuparse de las preocupaciones británicas.

La última incógnita es si los proeuropeos británicos son capaces de hacer una campaña eficaz por la permanencia. Como ocurrió en el referéndum de 1975, lo normal es que gran parte de la clase política defienda quedarse. Pero el país ya no le tiene tanto respeto como entonces. En Gran Bretaña, como en gran parte de Europa, la UE cae mal porque la ven como un proyecto de una élite rica, triunfadora, cosmopolita y viajada. Las fuerzas europeístas deben reunir argumentos que atraigan a la gente que nunca ha ido a la universidad. Un lema desde arriba, del tipo “sabemos lo que os conviene”, puede muy bien fracasar. Pero, si Cameron es discreto en sus demandas, cultiva sus relaciones con otros líderes y utiliza sus finas habilidades de vendedor para hacer campaña por la Unión, podrá ganar el referéndum.

 

El original de este artículo ha sido publicado en Centre for European Reform

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia