El continente africano se reposiciona en la geopolítica mundial y se convierte en actor necesario. ¿Cuáles son los retos?

Los funestos presagios a golpe de crisis de naturaleza sanitaria o humana y las convulsiones políticas o sociales han debilitado a los países africanos envolviéndolos en un solo imaginario colectivo: fracaso. Sin embargo, el continente africano se ha reposicionado durante esta última década en la geopolítica mundial enfrentándose a los nuevos desafíos que le han convertido en un actor preponderante dentro del sistema internacional.

Los países africanos, aún no influyendo como sí hacen los países industrializados, han generado una relación de dependencia en el eje norte-sur. Francia, por ejemplo, necesita a Níger para asegurar la electricidad de su población. Tanto es así que el 80% de la electricidad producida en el país galo proviene de la explotación del uranio nigerino en manos de la empresa AREVA. Sin embargo, su impacto en el desarrollo económico y humano de la sociedad nigerina es prácticamente inapreciable.

El desequilibrio entre la explotación de un recurso natural fuera de las fronteras europeas y el delgado capital que permanece en el país fruto de un intercambio comercial desigual explica la recolonización económica del continente africano de la que participa no sólo Francia, también Estados Unidos, Canadá, Rusia o China. El gigante chino halló en el mercado africano su deslocalización internacional porque importa ingentes recursos al mismo tiempo que invierte en múltiples sectores de naturaleza energética, educativa o militar.

Cada uno de los actores mencionados que gobiernan el mundo se posicionan en alguno de los 54 países del continente negro representando un vector de crecimiento de sus economías nacionales, pero ¿y qué gana África? Algunos puentes y carreteras siendo éstos una necesidad relativa.

 

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Un grupo de niños recogen algodón en Malí. (MICHELE CATTANI/AFP/Getty Images)

La agricultura, el alma de África

Las poblaciones necesitan rentabilizar sus tierras como fuente primaria de abastecimiento familiar teniendo en cuenta que la mayoría de las poblaciones se asientan en las zonas rurales. Sin embargo, la falta de voluntad política de los gobiernos africanos y de la cooperación internacional para convertir el sector agrícola en un arma de defensa de las poblaciones verdadera han disparado el éxodo del campo hacia las ciudades que añade nuevos problemas sociales.

La transición de la ciudadanía, cada vez más joven, hacia la urbanización no es una solución porque, al final, el capital humano hay que convertirlo en recurso productivo. Una verdadera capacidad de subsistencia económica requiere una ruptura con los modelos de producción y de acumulación heredados del periodo colonial como propone el escritor Felwine Sarr en su obra Afrotopia con la finalidad de resolver los desequilibrios sociales y políticos.

La juventud africana puede constituir la alternativa a un nuevo orden de sociedad alejada del estigma de la violencia y se convierte en motor de la construcción de la paz y del desarrollo de las diferentes Áfricas. Así se posiciona la CEDEAO (La Comunidad Económica de Estados de África Occidental), un grupo regional de 15 Estados que promueven la integración, el desarrollo regional y cuyo compromiso explícito se sitúa en el desarrollo juvenil. Tanto es así que un segmento de la población de entre 15 y 35 años constituye la principal fuente del trabajo y su potencial es visto por los operadores económicos como una oportunidad. Eso sí, se plantea el reto de cómo el mercado será capaz de absorber una mano de obra que experimentará un inédito aumento según las previsiones demográficas.

Un estudio de Naciones Unidas, África en movimiento: Dinámica y motores de la migración al sur del Sáhara, publicado por la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura (FAO) y el Centro de Investigación Agrícola para el Desarrollo (Cirad), advierte de que el continente africano aumentará de 208 millones de habitantes a 2.200 millones. Y cuanto más crece, más se mueve. Sólo en 2017 migraron 36 millones de africanos, pero no lo hicieron hacia los países nórdicos, sino dentro del mismo continente. El 75% de los que se movilizan lo hacen entre las fronteras intrafricanas. Es decir, se quedan.

“El crecimiento demográfico se traduce en un formidable aumento de la mano de obra. Se espera que unos 380 millones de personas se incorporen al mercado de trabajo para 2030. De ellos, se estima que unos 220  millones están en las áreas rurales. El desafío es generar empleos suficientes para absorber esta creciente fuerza laboral”, aseguró Kostas Stamoulis, director general adjunto de la FAO, al frente del Departamento de Desarrollo Económico y Social. Por ello, la agricultura y el desarrollo rural deben ser parte integral de cualquier respuesta a los grandes movimientos migratorios.

Un empleo correcto de la mano de obra logrará reducir las previsiones de paro, por eso sólo una estrategia de integración económica servirá de señuelo para jóvenes tentados por horizontes en las rutas clandestinas. Lo decía el profesor Joseph Ki-Zerbo: “Sin integración, somos los fantasmas de nosotros mismos. Por ello, hablar de desarrollo en África hoy sin estructuras de unidad, es hablar para decir nada)”. África dispone de los recursos suficientes para disuadir el éxodo juvenil, sólo se requiere de una gestión ordenada y transparente de los mismos y, por supuesto, precisa acabar con el descontrol de mercados hipotecados al exterior.

La disponibilidad de recursos naturales y de materias primas están haciendo de África el futuro Dorado del capitalismo mundial. Canadá, Estados Unidos, Rusia, China, Europa están presentes en el continente a través de multinacionales que desembarcan bajo el eslogan de know how con el fin de alcanzar réditos económicos, contribuyendo en la dinamización de las economías del país de destino pero, sobre todo, de origen. La incoherencia en África se produce entre la viabilidad de una economía floreciente y su incapacidad de competir en el mercado mundial al verse sometida, en palabras del profesor Mbuyi Kabunda Badi, a las “duras leyes de la ideología neoliberal dominante”.

 

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Un hombre muestra una bandera de Sudán durante las protestas en el país. (MOHAMED EL-SHAHED/AFP/Getty Images)

Modelos alternativos

Algunos países lograron salirse de la tangente. Ruanda, Kenia, Cabo Verde, Ghana, Etiopía, Botsuana, Uganda y las Islas Mauricio han conseguido, a través de otros modelos, dinamizar sus economías y generar nuevas esperanzas entre los ciudadanos. Así las cosas, en materia de acceso a Internet, más de un 95% de la población ruandesa se beneficia de una cobertura de red y su incorporación a las nuevas tecnologías empieza a ser una realidad. La transformación digital que está atravesando el mundo acorta las distancias entre los países subdesarrollados, emergentes y en vías de desarrollo porque da visibilidad a todos sin exclusión y sin excepción.

La incorporación de África a las herramientas digitales la sitúa a medio camino entre la tradición y la modernidad, la dicotomía de estas naciones y pueblos que al mismo tiempo que abrazan Internet defienden el espacio de cultura tradicional. El desarrollo tecnológico, la creación de un nuevo discurso como resultado de la sociedad en red, la creciente juventud que sustituye el rol del Estado desempeñando funciones en sus comunidades a través del uso de la tecnología muestran el impulso de nuevas generaciones y, sobre todo, el cambio.

El futuro de África empieza a observar una juventud emancipada cada vez más consciente de los roles del fuerte y del débil siendo el débil (África) el que sustenta al fuerte (Occidente). Esto hace que los jóvenes africanos se movilicen y se presenten como parte del cambio social reaccionando de manera más activa a las narrativas de las élites políticas y participando en los procesos electorales. “El día en que el pueblo africano haga su revolución contra el modelo económico colonial nos volveremos influyentes de verdad porque, de momento, no influimos pero sí hemos creado dependencia”, analizó para esglobal el investigador marfileño Rafael Gomis.

Sudán es el último ejemplo del despertar africano que logró a través de una inédita movilización social descabezar el régimen militar e introducir a su país en los raíles de una transición hacia el poder civil. Al menos ésta sigue siendo la reivindicación popular que mantiene al pueblo en la calle. El ruido sudanés llegó al Magreb, en Argelia, país que, igualmente, está viviendo históricas protestas en favor de un cambio integral del sistema. El efecto cascada del sur hacia el norte es una nueva demostración del empoderamiento progresivo de los países africanos.

La globalización para África (competitividad, apertura…) no se lee de manera exclusiva por su desarrollo económico en términos de construcción de mercados o progreso de la productividad sino por “su trayectoria socio-histórica relacionada con la redefinición de las fronteras y la doble legitimidad externa e interna de los poderes”, señala Sarr. África está construyendo su propia modernidad combinando los tiempos históricos con los nuevos aires de la globalización, sólo que ésta debe ser lo suficientemente controlada para generar prosperidad y no acentuar el colapso.

 

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Vista de la planta solar Noor 1 en Marruecos. (FADEL SENNA/AFP/Getty Images)

El futuro de las renovables  

Ante las previsiones del impacto del cambio climático en África, al continente se le abre una oportunidad a través de la innovación tecnológica y las inversiones masivas para desarrollar proyectos verdes. Las energías renovables, al igual que ocurrió con recursos naturales como los minerales o el petróleo, se encuentran en las venas del continente africano y de ello es consciente Europa que explora una futura vía de explotación.

Nuevos conceptos como la triangularidad se han empezado a manejar entre los países de Europa occidental (Francia y España) junto con Marruecos (la pasarela) y el resto de la vecindad africana (Níger o Malí) teniendo en cuenta las previsiones de futuro en el campo de las energías renovables. Estos recursos se necesitan y paradójicamente se hallan en el continente más pobre del mundo.

El sol es una de las fuentes de energía abundantes y disponibles en el continente africano pero requiere, una vez más, recursos para su explotación de los que no disponen los países del sur. O sí. Todo dependerá de las prioridades de las agendas regionales. La energía solar se ha venido utilizando en las tierras sahelianas para secar las pieles de los animales y las ropas, conservar la carne, secar los productos recolectados y vaporar el agua del mar para extraer la sal. Su enorme potencial permitirá, igualmente, disminuir, por una parte, la importación eléctrica y reducir el coste de la factura de la luz o simplemente generar electricidad, deficitaria en muchos países. Y por otra parte, la extracción de agua básica para el campo.

Entre las aspiraciones de Estados Unidos, China y Europa está implantar la central solar más grande del mundo en el desierto del Sáhara con la finalidad de poner coto a los males endémicos de las poblaciones africanas pero, al mismo tiempo, importar energía limpia que el otro lado del mundo necesita. Por tanto, ¿quién se vuelve dependiente, el sur o el norte? ¿quién es más influyente el sur o el norte?