Un hombre suelta palomas en el día Internacional de la Paz en la ciudad de Goma, República Democrática del Congo, septiembre de 2014. Phil Moore/AFP/Getty Images
Un hombre suelta palomas en el día Internacional de la Paz en la ciudad de Goma, República Democrática del Congo, septiembre de 2014. Phil Moore/AFP/Getty Images

En el último año se han defraudado muchas de las esperanzas suscitadas por los avances del la RDC en 2013.

Las reformas prometidas por el presidente Joseph Kabila, especialmente en el sector de la seguridad, se han estancado. Aunque en 2013 las tropas congoleñas y un contingente especial de la ONU, la Brigada de Intervención (FIB en sus siglas en inglés), derrotaron al M23, la milicia respaldada por Ruanda, los intentos de desmovilizar otros grupos armados han fracasado. Las fuerzas oficiales emprendieron ataques contra las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), pero sus líderes permanecen en libertad y combatientes sin identificar siguen asesinando a los habitantes de los pueblos en su zona de operaciones.

Más complicadas son las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), herederas de las fuerzas paramilitares hutus que cometieron el genocidio de Ruanda en 1994. El Gobierno del Congo y los países que contribuyen a las tropas de la FIB, en especial Suráfrica y Tanzania, se resisten a atacar a los enemigos de Ruanda, el FDLR, de la misma forma que llevaron acciones contra sus aliados, el M23. Una estrategia contra el FDLR no puede depender solo de la acción militar. Es preciso combinar medidas más blandas -realojamiento en terceros países, un plan de desarme que se ocupe de los combatientes y sus comunidades, acción policial contra las redes ilícitas que apoyan al FDLR y un acuerdo sobre el proceso judicial de sus dirigentes- con una amenaza creíble de emplear la fuerza.

Por ahora, sin embargo, falta esa amenaza. El escaso número de combatientes del FDLR que está entregándose permite pensar que el grupo no renunciará a las armas de manera voluntaria; es evidente que el plazo de seis meses impuesto por las potencias regionales para este proceso no era más que una táctica para ganar tiempo. Ahora que el desarme de las milicias se ha congelado, es posible que haya otra escalada de la violencia en las provincias orientales, sobre todo si Ruanda se retira del proceso político encabezado por Naciones Unidas.

Igual que en Nigeria, las próximas elecciones en la RDC son un desafío temible en un entorno político ya frágil. Kabila, cuya legitimidad ya es muy débil y al que la constitución prohíbe presentarse a un tercer mandato, puede intentar cambiar las reglas o retrasar los comicios para prolongar su estancia en el poder. Cualquiera de las dos cosas desatará las protestas de la oposición. Dado que la violencia en el este de la RDC es en gran parte un síntoma del mal gobierno y el carácter disfuncional del Estado, los comicios serán tan cruciales para la estabilidad del país como las milicias y los vecinos entrometidos.