El presidente Sooronbai Jeenbekov besando la bandera nacional en la ceremonia de toma de posesión del cargo. (Vyacheslav Oseledko/AFP/Getty Images)

Sooronbai Jeenbekov, el nuevo presidente de Kirguistán, debe controlar a las poderosas élites del sur, definir el papel de la religión en la sociedad e iniciar el proceso de reconciliación con sus vecinos en Asia Central, Kazajistán y Uzbekistán.

El quinto presidente de Kirguistán juró su cargo después de haber vencido en unas elecciones ajustadas, impredecibles y controvertidas pero, en definitiva, legítimas. El nuevo líder, fiel miembro del Partido Socialdemócrata de Kirguistán (SDPK), en el Gobierno, obtuvo el 54% de los votos y la mayoría en todas las provincias menos Chui y Talas, el territorio del principal candidato de la oposición, Omurbek Babanov.

Como presidente, Jeenbekov va a enfrentarse a una serie de retos y oportunidades dentro de su país y en Asia Central. El 4 de noviembre, el Comité de Seguridad Nacional (GKNB), un órgano estatal, abrió una investigación contra Babanov por incitación al odio étnico, tras un discurso que pronunció en una zona de etnia uzbeka de Osh, una ciudad en el Valle de Ferghana, en el sur del país. Babanov llamó a los uzbekos a defender sus derechos y exigió que se despidiera a cualquier policía kirguiso que los acosara. Algunos observadores creen que la investigación del GKNB está motivada por razones políticas.

Aunque el foco principal de tensiones sigue siendo Osh, el epicentro de unos enfrentamientos violentos entre etnias que causaron la muerte de 400 personas —en su mayoría uzbekas— en junio de 2010, también pueden estallar disturbios en otros lugares. Al terminar la campaña, Babanov se fue al extranjero, pero, si regresa, podrían detenerlo en el aeropuerto. Eso causaría protestas en su bastión de Talas, una ciudad a 300 kilómetros al oeste de Biskek (capital kirguisa). Su detención y juicio debilitarían la credibilidad internacional de Kirguistán, dejarían al descubierto la politización de los servicios de seguridad y el aparato judicial y mostrarían la falta de voluntad para abordar los profundos problemas étnicos que existen en el sur.

El expresidente Almazbek Atambayev, también del SDPK, a veces era imprevisible, pero consiguió mantener el equilibrio entre los distintos intereses regionales y económicos enfrentados en el país, que habían contribuido de manera fundamental a las destituciones de los presidentes Kurmanbek Bakiev en 2010 y Askar Akayec en 2005. Jeenbekov tiene que ser capaz de reproducir ese equilibrio y tomar la decisión estratégica de restablecer o no el control del Gobierno central en Osh, que funciona como un feudo. Si lo hace, corre el riesgo de irritar a personajes importantes que tienen sus propios intereses en la parte sur del país. Pero, si no lo hace, perpetuará las tensiones políticas internas.

El nuevo presidente también tendrá la oportunidad de generar el debate sobre el papel de la religión en la sociedad. Kirguistán ha decidido, durante demasiado tiempo -igual que otros Estados de Asia Central-, que la forma de tratar con quienes practican formas no tradicionales del islam era ponerlo en manos de los servicios de seguridad, lo cual ha servido para crear tensiones y resentimientos. Al mismo tiempo, los políticos al frente de un Estado laico hacen exhibiciones públicas de piedad y las consideran parte intrínseca de su faceta política. Muchos observadores piensan que Kirguistán es un blanco fácil para la actividad terrorista, como se vio con el atentado de agosto de 2016 contra la embajada de China. Será fundamental encontrar un equilibrio que permita evaluar qué son riesgos reales y qué cuestiones de libertad religiosa y derechos civiles.

Jeenbekov debe hacer todo lo posible para reparar la relación de Kirguistán con Kazajistán, que sufrió un tremendo deterioro después de que el anterior presidente Atambayev acusara a Astaná de interferir en las elecciones presidenciales kirguisas para impulsar a Babanov. El país vecino respondió con unos controles de aduanas nuevos y más estrictos en la frontera, con la excusa de la preocupación por el contrabando de artículos chinos. Esto está teniendo efectos negativos para la economía del país, que se ha quejado ante la Organización Mundial de Comercio y la Unión Económica Euroasiática, encabezada por Rusia, un bloque comercial del que Kazajistán es miembro fundador. Hasta ahora, Moscú no ha hecho ningún comentario sustancial sobre el pulso entre las dos repúblicas.

No está claro hasta qué punto Kazajistán actúa por enfado con Atambayev o por la genuina preocupación sobre el contrabando en la frontera. En cualquier caso, tendrá que ser Jeenbekov quien emprenda la reconciliación. La apertura de Astaná a resolver o no la disputa dependerá también de si piensan que Jebeenkov es un líder fuerte e independiente o una simple marioneta de Atambayev.

En cuanto a las relaciones con Uzbekistán, existe un margen para mejorarlas que era inimaginable antes de que el presidente Shavkat Mirziyoyev asumiera el cargo, en diciembre de 2016. La iniciativa procede sobre todo del lado uzbeko, pero los avances que han hecho los dos Estados son extraordinarios. La cooperación regional, a largo plazo, fomentará la estabilidad en Asia Central. Kirguistán puede desempeñar un papel crucial ejerciendo y promoviendo una cooperación capaz de apaciguar tensiones en las zonas fronterizas y en recursos compartidos, como el agua y la energía. De esa manera, Kirguistán y Uzbekistán podrán ofrecer un modelo de colaboración y consolidación de la paz en la región.

Kirguistán es todavía una democracia parlamentaria joven en un vecindario difícil. Si Jeenbekov quiere continuar el programa de lucha contra la corrupción de Atambayev, necesita ampliar sus objetivos más allá de los adversarios políticos del SDPK. Kirguistán y sus socios deben empezar a estudiar cómo luchar contra la corrupción en la política. Aparte del triunfo técnico que supone poder votar electrónicamente, existen muchas oportunidades para las prácticas ilegales. Los observadores electorales de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) dijeron que las elecciones habían sido legítimas, pero las preocupaciones locales tienen que ver con la detención de personas de la oposición, la compra de votos y el uso indebido de recursos administrativos.

El hecho de ser el primer país de Asia Central en el que un presidente ha dejado de forma voluntaria su cargo al terminar su mandato constitucional indica que Kirguistán está mucho más avanzado que sus vecinos en ese aspecto. Tayikistán vivirá en 2020 una transición que puede ser desestabilizadora y el presidente de Kazajistán, Nursultan Nazarbayev, de 77 años, no puede permanecer en el poder eternamente. Jeenbekov debe dedicarse a asegurar una estabilidad duradera para el país mientras las cosas están tranquilas ya que cualquier tensión regional repercutirá de inmediato en su país.

 

El artículo original ha sido publicado en inglés en International Crisis Group

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia