Chipre
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Que la isla sea un punto de equilibrio en una de las zonas más convulsas del mundo y el hallazgo de gas y petróleo en sus aguas ha devuelto a Chipre a las agendas internacionales, especialmente de EE UU, tras 40 años de división.

 

“Los EE UU, y quiero ser muy claro sobre esto, reconocen solo un Gobierno legítimo de la República de Chipre. (…) Es mi posición propia, la de los EE UU y la del mundo entero, excepto un país”. Estas explícitas palabras fueron pronunciadas por el vicepresidente norteamericano Joe Biden el pasado mayo, en la primera visita de un dirigente de alto nivel de EE UU a Chipre desde 1962. Un total de 52 años que separan dos mundos.

En aquella visita del 62, protagonizada por Lyndon B. Johnson, Chipre vivía los albores de su recién estrenada república bicomunal, presidida por el arzobispo Makarios y regida por una Constitución y unos acuerdos que garantizaban un estatus igualitario para sus dos comunidades : la mayoritaria grecochipriota y la turcochipriota. Hoy, la isla está dividida en dos. Por un lado, la República de Chipre, reconocida, como decía Biden, por todo el mundo excepto por Turquía. Por otro, una entidad política denominada República Turca del Norte de Chipre, que representa el 37% del territorio y que declaró su independencia en 1983 después de que, en 1974, fuera invadida por tropas turcas.

Hoy, cuando se cumplen 40 años de esa invasión, la isla es un miembro más de la Unión Europea, comienza a recuperarse de una hecatombe económica sin precedentes y se sitúa como actor relevante en el Mediterráneo oriental tras el hallazgo de importantes bolsas de gas y petróleo en la zona, que podrían reducir la dependencia energética de Rusia. Tras cuatro décadas sin apenas avances y con las negociaciones paralizadas desde 2012, en febrero de este año se reanudaron las conversaciones entre Nikos Anastasiades, actual presidente de la República de Chipre, y Dervis Eroglu, representante de los turcochipriotas (bajo los auspicios de la ONU) y, en mayo, la visita histórica de Biden. Dos hechos que pueden dar pistas sobre la importancia geoestratégica de la isla para el gigante americano.

Dos tipos de paz

Sin embargo, la situación entre las dos comunidades parece enquistada en dos posturas equidistantes que han impedido avances significativos. Aunque ambas anhelan la reunificación, su concepto sobre la paz es muy distinto. Los grecochipriotas aspiran a una “paz hegemónica”, basada en la existencia de un Gobierno federal reconocido internacionalmente y protector de la minoría turca. Y los turcochipriotas desean una “paz confederal”, fundamentada en un acuerdo sobre el principio de igualdad política entre las dos comunidades, algo a lo que la otra parte se niega por ser su población y su territorio considerablemente mayor.

A ello se unen varios errores por parte de las distintas partes implicadas para los que hay una difícil (en ocasiones, imposible) vuelta atrás: por parte de los griegos, su intento de enosis o unión en los años 70; por parte de los turcos, la militarización permanente de la zona norte, la proclamación de su independencia y el trasvase de población anatolia a la zona; por parte de los grecochipriotas, el no al referéndum del Plan de Paz de 2004 del entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, que podría haber terminado en unificación. La adhesión de Chipre a la UE y el, para muchos, pragmatismo de la entidad que la ha llevado a desvincularse desde entonces de la resolución del conflicto, no ha ayudado; mientras que los EE UU, hasta ahora reticentes a molestar al que ha sido durante mucho tiempo su gran aliado en Oriente Próximo, es el único que parece haberse decidido a mover ficha.

‘Enosis’ versus ‘taksim’

La República de Chipre nació en 1960 a consecuencia del desmantelamiento progresivo del imperio británico tras la Segunda Guerra

Behrouz Mehri/AFP/GettyImages
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Mundial. Un dominio que no supo intervenir convenientemente entre las dos comunidades para evitar fricciones. Los deseos de los grecochipriotas por la descolonización y la enosis con Grecia eran constantes y adquirieron una inquietante relevancia a mediados del siglo XX, con la campaña de lucha armada iniciada por la Organización Nacional de Luchadores Chipriotas (EOKA–A) y respaldada por el futuro presidente del país unido, el arzobispo Makarios. Precisamente para evitar una descompensación de fuerzas y la pérdida de su dominio, los propios británicos alentaron a los turcos, hasta ese momento conformes con el dominio cultural heleno, a defender sus intereses, que impulsaron el concepto de taksim, es decir: la partición de la isla en dos y la unión con Turquía de la parte correspondiente. Era la primera piedra de una división que se arrastra hasta hoy.

Superado por el elevado coste de mantener la isla como colonia, Reino Unido quiso abandonarla sin dejar detrás un polvorín. Por ello, abogó por la paz entre ambas partes con la ayuda de Grecia y Turquía, lo que derivó en tres tratados -de Garantía, Alianza y Establecimiento- y la Constitución de 1960. En ellos se contemplaba que Chipre sería bicomunal, lo que significaba el reconocimiento del territorio turcochipriota, por primera vez, como parte de una asociación igualitaria. Grecia, Turquía y el Reino Unido tenían derecho de intervención si el régimen constitucional se veía amenazado. Además, el presidente sería grecochipriota y el vicepresidente, turcochipriota, elegidos por sufragio universal y con poder de veto; se creó una cámara de representantes común en función del peso demográfico. Por último, las dos comunidades acordaron rechazar los conceptos de enosis y taksim: ambas eran igualmente soberanas y el país, ni total ni parcialmente, podría unirse política o económicamente a otro Estado.

A pesar de la firma, los grecochipriotas nunca aceptaron de buen grado la igualdad política concedida a sus vecinos turcos. En 1963, Makarios, ya presidente del Gobierno, intentó anular el derecho de veto de éstos y reducir sus poderes, por lo que modificó, unilateralmente, la Constitución. Se abrió así un periodo de violencia que se extendió hasta 1967 y que derivó en el abandono, por parte de los turcochipriotas, de sus propiedades y a la renuncia de sus legítimos poderes en las instituciones del país. La ONU, en 1964, colaboró en el enconamiento al reconocer a la parte grecochipriota como única representante de la República.

La invasión del norte

El polvorín chipriota estalló en 1974 a partir de las acciones, precisamente, de dos de los tres garantes de la Constitución. Por un lado, la denominada Dictadura de los Coroneles griega (1967-1974) vio en la famosa enosis con Chipre un empujón a su maltrecha popularidad, y colaboró en un golpe de Estado contra Makarios. Por otro, Turquía respondió a la injerencia helena alegando su papel de garante y, en dos tiempos, 20 de julio y 14 de agosto de 1974, invadió militarmente el norte de la isla: un 37% del territorio, dividiéndola de facto en dos zonas y provocando el éxodo de entre 140.000 y 160.000 refugiados grecochipriotas. En otro golpe de efecto, Turquía proclamó en 1975 el Estado Federado Turco de Chipre que, tras la declaración de independencia en 1983, se convertiría en la República Turca del Norte de Chipre (RTNC), solo reconocida por el país anatolio pero que dio a la comunidad turcochipriota la oportunidad de sentarse a negociar con la otra parte como dos “Gobiernos soberanos”.

“La separación política y física de las dos comunidades ha sido el objetivo de Turquía y de los dirigentes turcochipriotas desde la independencia de 1960, algo que se recogió incluso en los informes que la ONU redactó sobre el caso”, explica Elias Eliades, embajador de Chipre y experto en el conflicto. “Y esta segregación culminó en 1983 cuando, para consolidar su dominio de la zona ocupada, Turquía la declaró, unilateralmente, Estado independiente, un acto condenado por el Consejo de Seguridad de la ONU y que no cuenta con el reconocimiento de ningún país, excepto el de Turquía” añade. “La creación de esa entidad política fue un fracaso internacional para este país, uno más a su larga lista en las últimas dos décadas”, apunta Ricardo Angoso, analista en relaciones internacionales.

El Plan Annan

Jean-Marc Ferre/AFP/Getty Images
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En estos 40 años, solo dos conjuntos de acuerdos, firmados en 1977 y 1979, han fructificado en su reconocimiento por ambas partes. Nunca han sido implementados: “Es importante recordar que un estado federal, bizonal y bicomunal ha sido el único acuerdo mutuo para una solución y corroborado en febrero pasado en el comunicado conjunto firmado por el presidente Anastasiades y el líder de la comunidad turcochipriota, Eroglu”, comenta Eliades. Algo no falto de realidad si se tiene en cuenta el descarte, por imperativo constitucional, de la división de la isla o su unión a otro Estado y el rechazo de los grecochipriotas a una confederación, alegando que los turcochipriotas reales (es decir, excluidos los de origen anatolio) solo representan el 12% de la población.

 Con este escenario, el último gran intento de solución fue el denominado Plan Annan, impulsado en 2003 por el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan. Establecía la creación, a partir del modelo suizo, de una federación de dos Estados unidos por un aparato de gobierno federal mínimo. Sin entrar en detalles, exigía la ratificación de un Acuerdo de Fundación por el que ambas partes afirmarían que Chipre es su “casa común” y que “los trágicos acontecimientos del pasado no deben repetirse nunca, renunciando para siempre a la amenaza o al uso de la fuerza o la dominación por ninguna de las partes”. Annan tenía prisa: quería que las dos entidades finiquitaran el asunto antes de que Chipre ingresara en la Unión Europea, en mayo de 2004. El 24 de abril se convocó un referéndum para que ambas partes ratificaran el Plan. La turcochipriota la aceptó en un 65%; un 75,8% de grecochipriotas votó en contra por razones ya conocidas como los (demasiados) privilegios a sus compatriotas turcos o la influencia en la demografía de la isla de los anatolios; también por otras algo más delicadas : el de la permanencia de tropas turcas en la isla de forma indefinida. Según Ricardo Angoso, “fue la última oportunidad para resolver este embrollo, el último tren que pudo tomar Nicosia y que lo perdió por la irresponsabilidad de algunos políticos. Tengo mis dudas sobre si Turquía volvería a aceptar ese punto de partida en estos momentos”.

Chipre y Turquía ante la UE

Para algunos analistas, la entrada en la UE de Chipre supuso perpetuar la división y obstaculizar una solución al permitir la entrada del sur como representante de la isla entera y al establecer el Consejo Europeo de Helsinki de 1999 que la reunificación no representaba un requisito para la adhesión de Chipre. Grecia había amenazado con vetar la candidatura turca e incluso una ampliación de UE si este no era el caso. Para algunos especialistas en el tema, la integración de Chipre supuso una violación de los compromisos jurídicos internacionales acordados en 1960 al no contar con el apoyo de una de sus partes firmantes, en este caso, Turquía.

Precisamente la consistente oposición de Francia y Alemania a una rápida integración de Turquía en la UE empujó a este país a mirar

Patrick Baz/AFP/Getty Images
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hacia Oriente Próximo y Medio, en un viraje que hace unos años parecía justificado, dados los problemas socioeconómicos de Europa y el crecimiento impresionante de la economía turca. “La diplomacia neootomana diseñada por el actual ministro de Relaciones Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, llevaba casi una década intentando alcanzar la meta ideal del mejor entendimiento posible con los países de la región, bajo el lema ‘Cero problemas con los vecinos’. Ahora eso ha quedado en ruinas, porque la mal nombrada Primavera Árabe la ha distanciado de sus antiguos aliados cercanos, Irán y Siria”, explica Eliades. “La decisión de Turquía de instalar en su territorio un sistema antimisiles de radar de la OTAN, precisamente como medida de protección contra los de largo alcance de Irán, así como el haber ofrecido refugio a los enemigos sirios del presidente Assad, lo ratifican. Sin embargo, siguen lentamente las negociaciones con la UE, aunque la adhesión de Turquía pasa por Nicosia”. Es decir: mientras este país mantenga 40.000 soldados ocupando gran parte del territorio y se niegue a reconocer la República de Chipre, pleno miembro de la UE, las negociaciones estarán estancadas. “Chipre no se opone a la adhesión de Turquía, siempre y cuando este país cumpla con los principios del Derecho Internacional y las reglas de la UE”, explica un funcionario del gobierno isleño.

El gas, ¿una inesperada solución?

A toda esta complicada situación política se ha unido en los últimos tiempos un descubrimiento inesperado y esperanzador en la misma medida: el gas y el petróleo. La costa sur de la isla podría albergar al menos 3.700 millones de barriles de crudo y 200.000 millones de metros cúbicos de gas natural. Y eso solo en los lugares sondeados. Una “fertilidad” energética en la zona que comparte también con Israel, donde también existen importantísimas reservas.

La correlación entre este hallazgo y la dependencia energética de la UE con respecto al gas ruso, especialmente ahora, es inmediata, ya que la creación de un corredor energético mediterráneo sí podría convertirse no solo en un alivio en casos de tensión política y económica que pudieran derivar en un corte del suministro –como ocurre actualmente debido a las tensiones entre Ucrania y Rusia- sino también en una acción política europea que fuera más allá de las condenas públicas a las acciones del presidente ruso, Vladímir Putin.

El hallazgo de fuentes de energía alternativas ha colocado de nuevo el conflicto chipriota en primera línea para todos los protagonistas. Chipre ha sacado músculo, y sus líderes ven en las reservas una autopista directa hacia la reconciliación. A pesar de ello, las autoridades turcas han anunciado que la explotación de los recursos solo podrá hacerse previo acuerdo entre las dos comunidades de la isla.

Esta muestra de fuerza se contrarresta con dos talones de Aquiles. Por un lado, se calcula que, en la próxima década, Turquía doblará sus necesidades energéticas, cuya dependencia, en gran parte, también está en manos de Rusia, por lo que otra vía de suministro sería vital para la nación. Además, Turquía juega en este caso un papel importantísimo si se tiene en cuenta que cualquier oleoducto o gasoducto desde la cuenca del Mediterráneo oriental hacia Europa debería pasar por su territorio. Su otra debilidad está en las maltrechas relaciones diplomáticas, tras el suceso de la denominada “Flotilla de la Libertad” en 2010, con Israel, el otro gran futuro suministrador de energía. La intercepción, por parte de la Marina israelí, de seis embarcaciones de la organización propalestina Free Gaza (que quería romper el bloqueo de la Franja con la entrega de suministros) terminó con 10 activistas muertos y más de una veintena de heridos. La mayoría de los componentes de la flotilla era de origen turco. Al distanciamiento con Siria e Irán ya mencionados se unen unas relaciones de recelo mal disimulado con Grecia.

Un (hipotético) nuevo escenario

Tanto analistas políticos internacionales como expertos en energía afirman que un acuerdo con Chipre y una vuelta a la normalidad en las relaciones entre Israel y Turquía darían, por un lado, la estabilidad necesaria a la zona como para hablar de cambio de escenario y, por otro, convertirían el Mediterráneo oriental en una fuente real de energía para los mercados internacionales.

¿Es esto factible? Si nos fijamos en la actuación de otros dos de los grandes actores en la zona, la repuesta es ambigua. Por un lado está la Unión Europea que, a pesar de tener en Chipre su frontera oriental y, por ende, más cercana a una zona tan conflictiva, parece poner sus ojos golosos de energía más en países que poco tienen que ver con la Unión (como Ucrania) que en Chipre, un territorio real de la misma. Un “apartamiento” cuyas razones, para muchos, no están demasiado claras.

Por su parte, la actitud de EE UU sí parece dejar claro que Chipre ha pasado a primera línea de su política gracias a los yacimientos encontrados. La visita de Joe Biden y sus palabras son el ejemplo: la resolución del conflicto chipriota traería parte de esa estabilidad tan deseada a la zona. Pero esto plantea dos escenarios más. A raíz de las nutridas y fructíferas inversiones de Rusia en la isla, ¿deberá Chipre elegir, en un futuro próximo, entre sus relaciones con el país euroasiático y las que se puedan construir con EE UU a cuenta del gas y la posibilidad de resolver un conflicto enquistado desde hace 40 años? El segundo tiene como protagonistas estelares las relaciones entre la UE y la OTAN, si se tiene en cuenta que Chipre pertenece a la primera y no a la segunda y Turquía, a la segunda y no a la primera, y que ambos Estados no han dudado nunca en imponerse como parte de cada una de ellas para frustrar la cooperación bilateral entre las dos instituciones. Una mejora de esas relaciones pondría inmediatamente en alerta a Putin al consolidar los pactos de seguridad entre la Unión y la organización atlántica.

Mientras, las negociaciones de febrero de 2014 se mueven bajo el deseo de un acuerdo para finales de año. Esto pasa, inexorablemente, por un enfoque inclusivo, es decir, que el proceso sea impulsado no por la elite política, sino por la implicación de la sociedad civil y empresarial. La alianza y cooperación entre las cámaras de comercio o los medios de comunicación de ambos lados serían un ejemplo. Solo así podrán los líderes greco y turcochipriotas convencer a sus electores de que el trato alcanzado es bueno para ellos. Si así fuera, toda una zona tan convulsa y cambiante como el Mediterráneo oriental se beneficiaría de ello.