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La bandera de Ruanda en la Asamblea general ANOC, 2017. Mark Runnacles/Getty Images

Un repaso a la política exterior de este país africano, su compleja relación con sus vecinos República Democrática del Congo y Uganda, así como con la comunidad internacional. ¿Qué África quiere Ruanda?

Era una noche en un lugar peligroso. Noviembre de 2014. En esa aldea de la República Democrática del Congo (RDC) no había electricidad. La mesa estaba iluminada por una vela. Pascal Cibambo, un psicólogo congoleño, acercaba sus papeles a la luz de la llama para comprobar lo que estaba viendo. Eran los dibujos de unos niños. En cuanto les entregó lapiceros de colores, esbozaron casas ardiendo, hombres con fusiles de asalto, muertos, sangre, violaciones. Todas esas cosas habían ocurrido hacía dos semanas.

Durante el ataque, los campesinos reconocieron palabras en kinyarwanda. Los asaltantes pertenecían a uno de los grupos rebeldes más enérgicos de la región: las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), lideradas por algunos de los cerebros de un genocidio en el que murieron un millón de personas en tres meses.

¿Qué hacían esos rebeldes en las selvas congoleñas? La historia de República Democrática de Congo no puede comprenderse sin la de Ruanda.

 

Las primeras invasiones de Ruanda en Congo

Antes de esconderse en los bosques congoleños, los dirigentes de las FDLR tenían puestos cómodos en el Gobierno ruandés. En sus despachos, planearon asesinar a todas las personas que se consideraban tutsis: el 15% de la población. En 1994, siguiendo las indicaciones de esos funcionaros, los ciudadanos salieron de sus casas con machetes y otras armas blancas; las masacres no terminaron hasta que un grupo rebelde, dirigido por el actual presidente del país, Paul Kagame, derrotó al gobierno.

En cuestión de semanas, los campamentos de refugiados congoleños recibieron alrededor de 1,2 millones de ruandeses que se habían manchado las manos de sangre durante el genocidio: los hutus. Tenían miedo de las represalias. Se apiñaron en tiendas precarias, sin comida ni letrinas, dependientes de los cooperantes internacionales.

Las enfermedades como el cólera mataron a tantas personas que las ONG alquilaron máquinas para excavar las fosas comunes más rápido. Pero entre esa miseria, los cerebros del genocidio encontraron un lugar seguro para reorganizarse. Con el control de la distribución de alimentos y las ayudas del presidente congoleño, Mobutu Sese Seko, reclutaron a militares con la misión de regresar a Ruanda y matar a más tutsis.

El nuevo régimen de Ruanda no toleró esas incursiones. En menos de siete meses, entre octubre de 1996 y mayo de 1997, los soldados ruandeses, ugandeses y un puñado de rebeldes congoleños recorrieron RDC, un país tan grande como el Mediterráneo, derrotando a todos los hutus o militares que se cruzaban en su camino. Mobutu, con su energía limitada por un cáncer de próstata y al mando de un ejército indisciplinado, únicamente ofreció resistencia con unas decenas de miles de combatientes hutus y algunos mercenarios serbios. Ruanda aprovechó esas circunstancias para instalar a sus funcionarios —sobre todo tutsis— en el gobierno congoleño. Su influencia era tan notable que los congoleños consideraban a su nuevo presidente, Laurent-Désiré Kabila, un títere de los ruandeses.

 

La guerra infinita

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Refugiados cruzan la frontera entre Ruanda y República Democrática de Congo. ALAIN WANDIMOYI/AFP/Getty Images

Los tutsis congoleños y el Ejército ruandés colaboraron con el presidente Kabila hasta 1998, cuando su gobierno intentó reducir el dominio de Ruanda en la administración. En ese momento, el país se hundió en una guerra cuyas heridas aún no han cicatrizado. En los bosques más profundos, los muertos nunca se contaron. Solamente conocemos estimaciones. Hasta cinco millones de personas perecieron por culpa del hambre, las enfermedades o los combates. Los soldados de Ruanda, Uganda y Burundi participaron abiertamente, con la intención de derrotar al mandatario congoleño. Por otro lado, Angola, Chad, Namibia, Zimbabue y Libia pelearon para defenderlo. Con sus ataques, Ruanda mantuvo su influencia, y se benefició de los minerales congoleños.

En 2002, los soldados de Ruanda se retiraron y el presidente de RDC se comprometió a luchar contra los rebeldes que habían diseñado el genocidio. Sin embargo, el Estado congoleño era poco más que una cinta transportadora de recursos naturales que terminaba en otros continentes, sin capacidad para controlar a los grupos armados que prosperaron en el este del país. Aunque ha capturado a algunos miembros importantes de las FDLR —en los últimos meses, los militares destrozaron numerosos campamentos y entregaron a las autoridades de Ruanda más de 1.600 personas—, los rebeldes se han escondido en otros sitios, donde es probable que continúen reclutando a combatientes, como han hecho hasta hace poco, incluidos niños soldados. Por otro lado, los expertos de Naciones Unidas encontraron vínculos de Ruanda con algunas de las milicias más brutales, acusadas de cometer crímenes contra la humanidad.

Hasta 2012, los socios principales del gobierno de Ruanda, Estados Unidos y Reino Unido, miraron a otro lado. Pero ese año, cancelaron durante meses sus donaciones, y varios altos funcionarios estadounidenses se reunieron en persona con el presidente Paul Kagame. Ruanda patrocinaba a un grupo de militares tutsis que desertó del Ejército congoleño para luchar en su contra. No era la primera vez. Sin embargo, en esa ocasión, los informes de la ONU incluían nombres propios: los combatientes recibían “órdenes militares directas” del ministro de Defensa ruandés.

“Aunque el Gobierno negó cualquier relación con los rebeldes, para mí no existía ninguna duda”, dice el politólogo belga Filip Reyntjens. Por un lado, los testimonios que recogieron Naciones Unidas, las organizaciones de derechos humanos y los periodistas coincidían. Por el otro, Ruanda tenía muchos motivos para colaborar con ellos. Luchar contra las FDLR [rebeldes hutus] era importante. Ahora mismo, no son una amenaza real porque sus filas se han reducido y el ejército de Ruanda es bastante fuerte. Pero en ese momento el escenario era distinto. Y, por supuesto, también estaba el tema de los minerales. Ruanda quería explotar los recursos naturales de RDC.

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Un chico busca oro en una mina en República Democrática de Congo. Spencer Platt/Getty Images

En 1999, los investigadores de la ONU documentaron cómo los soldados ruandeses y ugandeses transportaron toneladas de minerales congoleños: el ejército de Ruanda pudo obtener 250 millones de dólares en un período de 18 meses. En la actualidad, los números sugieren que esos recursos naturales siguen llegando a Ruanda. Entre 2010 y 2011, The Enough Project destacó que las exportaciones de minerales ruandesas se dispararon un 62%, aunque la producción nacional solamente creció un 22%. Los comerciantes esquivaban las leyes internacionales para rastrear el origen de los minerales con etiquetas que compraban en el mercado negro. Una parte del milagro económico de Ruanda después del genocidio se ha sostenido con los recursos naturales congoleños, sugiere Reyntjens.

La frontera entre las ciudades de Cyangugu, en Ruanda, y Bukavu, en República Democrática de Congo, es un puente de metal de unos 50 metros sobre un río que desemboca en el cercano lago Kivu. En el lado ruandés, todos los motoristas tienen cascos, y las carreteras están bien asfaltadas. El acceso a la atención médica y la educación está expandiéndose. Los adolescentes se bañan con despreocupación en la orilla del lago, mientras los pescadores reparan sus redes o secan sus capturas al sol. Después del genocidio, el gobierno diseñó uno de los Estados más robustos del continente. RDC está a unos pasos de distancia, pero en cuanto cruzas el puente, tienes la sensación de haber caminado durante mucho tiempo. Las calles se transforman en laberintos de barro, vendedores ambulantes, casas con los tejados oxidados, música, bares, colores, olores, y policías o militares que detienen a los conductores para pedirles una mordida. Unos kilómetros más adelante, más de un centenar de milicias controlan territorios enormes. En 2018, 4,5 millones de congoleños habían abandonado sus hogares debido a los combates, y 7,9 millones de niños necesitaban asistencia humanitaria, de acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.

Filip Reyntjens, que ha estudiado la región de los Grandes Lagos desde los 70, cree que, en este momento, es poco probable que el régimen de Ruanda colabore con otros rebeldes. “Por supuesto, esta país ha acentuado la inestabilidad del RDC”. Sin embargo, el principal responsable de este caos es el Gobierno congoleño. El estado nunca ha garantizado la seguridad de los ciudadanos, no establece servicios públicos, no recauda impuestos con las exportaciones de minerales… Nada de esto existe en el Congo, lo que ha creado un caldo de cultivo para que proliferen actores no estatales, como los grupos rebeldes. El saqueo de los recursos naturales congoleños por parte de Ruanda o Uganda fue posible porque en el Congo no había un estado”, dice Reyntjens.

 

“África debe unirse”

El régimen de Ruanda tiene una relación insólita con la comunidad internacional. Sus socios —como Estados Unidos, Reino Unido o la Unión Europa— le entregan alrededor de 1.000 millones de dólares anuales. En 2011, cada ciudadano pudo haber recibido 113 dólares. Pero el dinero no ha silenciado al presidente Paul Kagame, quien critica el uso de las donaciones occidentales para influir en sus decisiones: “Las ayudas son importantes para abordar problemas inmediatos. Salvan vidas. […] Sin embargo, ¿sirven para desarrollar nuestros países, o son un mecanismo para moldear los escenarios políticos de las naciones receptoras hasta que se adapten a las necesidades de los donantes, en vez de a las necesidades de sus pueblos? […] Si las ayudas permiten levantarnos con nuestros propios pies, son buenas. No deben aumentar la dependencia”.

Para reducir la dependencia de los donantes, el gobierno de Ruanda es generoso con las empresas privadas y las inversiones extranjeras. Después de admitir los programas neoliberales de las instituciones financieras internacionales, las inversiones extranjeras directas aumentaron desde los tres millones de dólares en 1997 hasta los 410 millones en 2016, y los números siguen creciendo. De esta manera, el estado recauda más impuestos para cubrir una parte de sus presupuestos, y los países de todo el mundo, satisfechos con sus negocios en Ruanda, dejan a un lado los reproches.

El presidente ruandés tiene un plan para todo el continente: es el momento de destruir las divisiones del período colonial. Las fronteras coloniales interrumpieron la integración de África, “impidiendo que sea tan próspera como debería ser”. Paul Kagame ha liderado una serie de reformas de la Unión Africana para lograr la autonomía financiera y ablandar las fronteras del continente. En las conferencias internacionales, sus discursos recuerdan a los líderes panafricanistas marxistas de los 60, como Kwame Nkrumah, el ex presidente de Ghana: “A menos que África esté unida políticamente […], no puede haber una solución a nuestros problemas políticos y económicos. […] Los recursos están ahí. Depende de nosotros ponerlos al servicio activo de nuestro pueblo”. Pero un estudio más calmado expone diferencias. “En el sentido económico, Kagame es un liberal”, dice Reyntjens. Cree en la globalización y la integración económica a través de la eliminación de las barreras comerciales. Esto es importante para Ruanda, porque es una economía pequeña que necesita mercados más grandes, tanto en el este de África como en el resto del continente.

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El Presidente ruandés, Paul Kagame (derecha), y su homólogo ugandés, Yoweri Kaguta Museveni. MICHELE SIBILONI/AFP/Getty Images

Un destacado abogado de Uganda ha dicho a esglobal que “a Kagame solamente le importa el mercado. Por supuesto, las multinacionales serán las principales beneficiarias de un mercado africano unido. No es el sueño de Nkrumah, sino el de Cecil Rhodes, que quería unir a África bajo la bandera británica para explotar sus recursos”.

En marzo de 2018, después de una campaña intensa dirigida por el presidente Paul Kagame, 44 países africanos firmaron en Kigali, la capital de Ruanda, un acuerdo de libre comercio. La meta es construir un mercado continental único, sin obstáculos para los bienes, servicios, capitales ni ciudadanos. Según sus impulsores, aumentarán los negocios, el comercio entre distintas regiones de África, el número de industrias y los empleos. Entre otras medidas, los países deben eliminar los aranceles de al menos el 90% de los bienes que producen.

Pero las firmas no son suficientes. Para que este bloque de libre comercio se ponga en marcha, necesita la ratificación de al menos 22 Estados. Hasta el momento, solamente seis naciones han completado el proceso: Ruanda, Kenia, Níger, Ghana, Chad y Suazilandia.

Este programa ha encontrado numerosos obstáculos. Siempre que tienen una oportunidad, Paul Kagame y el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, repiten un discurso sobre la importancia de la unión de los países africanos. Pero las tensiones entre ambos gobiernos explotaron a principios de marzo, cuando el departamento de inmigración de Ruanda impidió la entrada de camiones y ciudadanos ugandeses. En una rueda de prensa, el ministro de Asuntos Exteriores ruandés, Richard Sezibera, acusó a Uganda de colaborar con grupos opositores ilegales como las FDLR. Hasta ahora, el Ejecutivo ugandés ha desmentido estas incriminaciones. Pero analistas políticos como el periodista Charles Onyango-Obbo no descartan la autenticidad de los mismos. Desde hace dos años, el presidente Museveni ha insistido mucho en su preocupación por las interferencias de unos “agentes extranjeros” para debilitar a su gobierno. En realidad, nunca ha mencionado a Ruanda. Sin embargo, un periodista con muchos contactos en las administraciones de ambos países, ha dicho a esglobal que no tenía duda de que esos comentarios eran una advertencia para el presidente Kagame. Mientras retransmitía estos comentarios, los medios de comunicación locales informaron de presuntas torturas contra ciudadanos ruandeses por parte de un sector de la policía ugandesa. “Sería sorprendente si Ruanda no tuviese espías en Uganda. Pero estoy seguro de que este país está haciendo lo mismo en Ruanda”, escribió Onyango-Obbo.