
Volver al escenario internacional como potencia global y garantizar sus intereses geoestratégicos y comerciales son los verdaderos motivos que mueven a Moscú a intervenir a favor del régimen sirio.
Conviene tenerlo claro desde el principio: lo importante para Moscú es Siria, no Bashar al Assad. Dicho eso, hay que añadir de inmediato que Siria no es de ningún modo un interés vital para la Federación Rusa, sino únicamente un instrumento útil en su afán por sentirse reconocido como un actor global y por defender sus verdaderos intereses más allá de sus fronteras (en Ucrania, por ejemplo).
Al explorar el juego que lleva actualmente a Rusia a implicarse de modo tan directo en el amargo conflicto sirio -incluyendo el reforzamiento de la capacidad militar de las fuerzas leales a Al Assad y el inicio de ataques aéreos contra sus adversarios-, hay que recordar que ya en la época soviética Damasco fue la pieza principal de Moscú para garantizarse un peón frente a Washington en una región en la que, en todo caso, su peso siempre ha sido menor. Así, durante décadas el régimen sirio ha podido presentarse como el “líder del frente de rechazo” a la existencia de Israel gracias al apoyo económico, político y militar de una URSS que no tenía reparo alguno no solo en vender, sino también en donar crecientes volúmenes de material militar a su aliado local. Aunque esa corriente de apoyo se cortó drásticamente a partir de la implosión de la URSS (la debilitada Federación Rusa siguió suministrando lo que Damasco solicitaba, pero siempre previo pago de su importe en divisas), los canales de contacto se mantuvieron activos.
Gracias a dichos canales (y a los errores de otras potencias interesadas en la región), Rusia ha podido ir mejorando su posición en el conflicto hasta convertirse en un referente imprescindible. Si hubiera que identificar el momento que sirvió para visibilizar esa condición, bastaría con recordar el extraordinario golpe de efecto que logró hace tan solo algo más de dos años, cuando supo aprovechar las dudas de la Administración estadounidense para desencadenar una operación de castigo contra el régimen sirio por su reiterado uso de armas químicas. De un solo golpe Moscú logró presentar a Washington como belicista y a sí mismo como un sincero amante de la paz y como un actor diplomático de primera línea.
Desde entonces, ha procurado incrementar su estatura como potencia global, al tiempo que trata de garantizar sus intereses más básicos. Y el primero, en relación con una Siria que económicamente es apenas un socio de segundo nivel para Rusia, pasa por mantener a Tartus como la única base naval mediterránea en la que sus buques de guerra pueden encontrar descanso y suministros. Su pérdida -aún siendo una base de capacidad limitada- supondría un revés muy significativo para quien pretende (mal que bien) cuestionar el liderazgo naval estadounidense en todos los océanos y mares del planeta, ...
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