Sergei Lavrov, Ministro de Asuntos Exteriores ruso, recibe a Fayez al-Sarraj, jefe del Gobierno libio apoyado por Naciones Unidas. Yuri Kadovnob/AFP/Getty Images
Sergei Lavrov, Ministro de Asuntos Exteriores ruso, recibe a Fayez al-Sarraj, jefe del Gobierno libio apoyado por Naciones Unidas. Yuri Kadobnov/AFP/Getty Images

Europa debe usar su peso diplomático para asegurarse de que el incremento de la presencia rusa no signifique más desestabilización en la frontera meridional de Europa. 

Libia es, cada vez más, blanco para las crecientes aspiraciones de Rusia de tener influencia en Oriente Medio y el Norte de África, pero las acciones rusas hasta ahora hacen pensar que, o bien Vladímir Putin está guardándose las espaldas, o todavía no ha decidido cuáles son sus objetivos en este contexto. Las decisiones que tome Europa —en particular las de los países más involucrados, Francia, Reino Unido e Italia— todavía podrían inclinar la balanza en un sentido u otro. Estará especialmente atento el nuevo Representante Especial de la Secretaría General de la ONU para Libia, Ghassan Salamé, que empieza su labor oficialmente esta semana, después de haber asistido a la reunión celebrada el martes pasado en París entre el primer ministro libio, Faiez Serraj, que cuenta con el reconocimiento internacional, y su principal adversario, el general Khalifa Haftar.

Divididos entre la guerra y la paz

Por un lado, Rusia tiene una tendencia natural a respaldar al general Haftar, al que muchos en Moscú consideran "el hombre fuerte de Libia oriental" y que se opone al primer ministro Serraj, patrocinado por Occidente. El antislamismo de Haftar hace que sea un valioso socio en la lucha antiterrorista, y además, al apoyar al general, Rusia refuerza su relación con el principal país que lo respalda, Egipto. Al mismo tiempo, darle un apoyo limitado permite que se prolongue el conflicto y otorga a Rusia la oportunidad de afirmar que la intervención de Occidente en 2011 fue temeraria y que un cambio de régimen, ya sea en Libia o en Ucrania, no engendra más que el caos.

Por otro lado, Putin quiere tener una imagen interna y externa que no sea exclusivamente militar, y está tratando de realzar sus credenciales diplomáticas. Después de haber exhibido su poderío militar en Siria, podría resultarle atractivo desempeñar un papel pacificador en Libia, sobre todo con la perspectiva de las elecciones presidenciales en marzo de 2018. Además, un triunfo diplomático encabezado por Rusia permitiría al presidente ruso presumir de arreglar lo que Occidente ha roto.

¿Qué ha hecho Rusia hasta ahora?

La opción "bélica" fue la primera que estudió Moscú. En la primavera de 2016, Rusia dio una ayuda económica crucial a la zona oriental de Libia controlada por Haftar, al imprimir dinares libios en los propios talleres de moneda del Kremlin. En junio de ese año se intensificaron las relaciones, con varias visitas a Rusia de Haftar y de su enviado especial, Abdel Basit al Badri, embajador libio en Arabia Saudí. En enero de este año, el general recibió una invitación para subir al portaaviones Kuznestov, donde mantuvo una videoconferencia con el ministro ruso de Defensa, Shoygu. 

El general Jalifa Haftar, que controla la zona oriental de Libia, tras reunirse con el Sergei Lavrov en Moscú. Vasily Maximov/AFP/Getty Images
El general Jalifa Haftar, que controla la zona oriental de Libia, tras reunirse con el Sergei Lavrov en Moscú. Vasily Maximov/AFP/Getty Images

Haftar hizo tres peticiones fundamentales a Rusia: respaldo político para reforzar su imagen como líder legítimo de Libia, apoyo para levantar el embargo de armas de la ONU y el suministro de armas. Las reuniones le hicieron pensar que iba a obtener un respaldo equiparable al que tenía el presidente sirio Bashar al Assad, pero Rusia, por ahora, se está mostrando más vacilante en Libia.

En relación con las armas, en público, el Kremlin ha obedecido las directrices de la ONU y se ha negado a suministrar armas hasta que se levante el embargo, además de no haber querido entrar en ninguna disputa en Naciones Unidas para acelerar ese levantamiento. Sin embargo, el experto francés en seguridad Arnaud Delalande ha informado sobre la entrega de cierto número de armas rusas a Libia y, sobre todo, de que armas rusas vendidas legalmente a Egipto acaban en manos de Haftar. Es una situación conveniente para Rusia, no solo porque le permite respetar los límites del embargo de la ONU, sino también porque Egipto —gracias al dinero saudí— es un cliente mucho más fiable que Haftar.

También se ha dicho que hay grupos de las fuerzas especiales rusas que actúan en Libia o en la frontera entre Egipto y Libia. Sin embargo, hasta ahora, parece que las fuerzas no han intervenido en combate, sino que se han desplegado para proteger a los técnicos rusos que trabajan en el mantenimiento del material armamentístico del Ejército Nacional Libio de Haftar.

Al mismo tiempo, Moscú impulsa la opción de "paz": está construyendo una red de relaciones que incluyen a rivales de Haftar, aprueba todas las resoluciones de la ONU sobre Libia y expresa su compromiso de sacar adelante el Acuerdo Político Libio. Si bien eso no significa que Rusia apoye al Gobierno patrocinado por Occidente, el primer ministro Faiez Serraj ha sido recibido en Moscú, aunque por funcionarios de menor categoría que Haftar. Rusia recibió también a una delegación de la ciudad de Misrata de la que formaban parte elementos radicales anti Haftar, y además ha hablado con el Gobierno de Salvación Nacional, la tercera facción que lucha por el control de Libia.

¿Y ahora qué?

Parece improbable que Putin arrastre a Rusia a una nueva guerra o se arriesgue a molestar a Egipto negociando directamente con Haftar la venta de armas. Lo que quizá cambie es la categoría del apoyo ruso al general, con un mayor compromiso de ayuda técnica o con armas más sofisticadas. En ese caso, Haftar tendría más incentivos para sumergirse en una guerra, a pesar de que pensar en una rápida victoria militar es muy poco realista.

Otra posibilidad es que Rusia empiece a colaborar más estrechamente con Haftar en materia de lucha antiterrorista, y eso podría servir para tender puentes con Donald Trump, que ha afirmado que la derrota del terrorismo es un objetivo central de su presidencia. Esta es la opción preferida del ministro ruso de Defensa, Shoygu, pero necesita la luz verde del Kremlin, que aún no ha llegado.

Lo más probable es que Putin continúe con su política actual de ambigüedad: una ayuda militar mínima pero importante a Haftar, consistente en el abastecimiento de armas a través de Egipto (con lo que da satisfacción a Al Sisi y a Haftar) y una exhibición de fuerza diplomática con invitaciones ocasionales a algún dirigente libio a Moscú; y todo ello, sin dejar de utilizar a Libia como ejemplo aleccionador contra los perjuicios de un cambio de régimen.

¿Qué debe hacer Europa?

Si países europeos como Italia, Francia y Reino Unido quieren evitar una escalada de violencia en Libia, las ambiciones diplomáticas rusas ofrecen cierto margen de actuación. Las autoridades rusas quieren formar parte de las discusiones internacionales sobre Libia, igual que forman parte de las negociaciones sobre Siria y en otros formatos regionales como el Cuarteto del Proceso de Paz en Oriente Medio. Y, aunque la ONU y Salamé no tienen más remedio que dialogar con Rusia, los Estados miembros de la UE no deben ceder y hablar de Libia con Moscú a cambio de nada. La inclusión de Rusia en un nuevo grupo de contacto tendrá que estar condicionada a que contribuya a poner freno a la escalada: o disminuye su ayuda a Haftar, o se quedará fuera.

Si Moscú está dispuesto a aceptar estos términos, Bruselas deberá vigilar su comportamiento en el nuevo grupo y observar cómo repercute en la conducta de dos miembros regionales, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto. Con el telón de fondo de la crisis de Qatar, Abu Dhabi cree que Libia puede ser el próximo campo de batalla contra el islam político. De hecho, incluso podría estar dispuesto a apoyar a Haftar hasta verlo instalado en Trípoli, lo cual significaría años de guerra civil a las puertas de Europa. En cuanto a Egipto, lo más probable es que limite su radio de acción a asegurar su frontera occidental. Europa debe vigilar con atención cuál de estas dos visiones se refuerza bajo la influencia rusa y pensar en la posibilidad de disolver el grupo si la presencia de Moscú alimentase las intenciones belicistas.

En última instancia, la propia ambigüedad que ha mostrado Putin hasta ahora es un buen motivo para desconfiar de sus verdaderas intenciones respecto a Libia. Y Europa debe utilizar su peso diplomático para garantizar que una mayor participación de Rusia no acarree más desestabilización en su frontera meridional.

 

El artículo original ha sido publicado en inglés en ECFR.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia