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Seis puntos que establecen las conexiones de Rusia y su injerencia en la política estadounidense.

La primera vez que escribí sobre Rusia y las elecciones en Estados Unidos, desde la Convención Nacional Demócrata, en julio de 2016, el gran interrogante era si los rusos estaban intentando o no influir en las elecciones. Desde entonces, hemos visto el resultado que tuvieron esas elecciones en noviembre y los 10 primeros meses de presidencia de Trump, llenos de dimisiones, despidos, el nombramiento del Fiscal especial Robert Mueller para investigar la cuestión y, ahora, las primeras imputaciones. Todas las pruebas indican que el Gobierno ruso no solo trató de influir en las elecciones de Estados Unidos sino en muchas más del mundo occidental, y, sin embargo, Rusia sigue negándolo y Trump ha dicho que es una “caza de brujas”.

Aunque no está claro si los esfuerzos de Rusia tuvieron consecuencias tangibles en el resultado electoral, la pregunta fundamental sigue siendo si miembros de la campaña de Trump conspiraron con los rusos para infringir la ley (a algunos abogados no les gusta el uso excesivo de una palabra tan vaga como “colusión” en esta investigación).

La sucesión de acontecimientos ha sido vertiginosa, y no faltan cronologías detalladas en publicaciones como Politico, CNN, Factcheck.org y Wikipedia. Yo no voy a intentar establecer una aquí, pero veamos si podemos dividir toda esta historia tan abrumadora en unas cuantas partes más fáciles de abordar.

¿De qué se acusa a Rusia?

Un informe desclasificado en enero de 2017, elaborado por la CIA, el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional, afirma con gran confianza que los rusos llevaron a cabo una campaña dirigida a influir en las elecciones estadounidenses, por orden del presidente Vladímir Putin. El informe destaca que “los esfuerzos rusos para influir en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos representan la última manifestación del tradicional deseo de Moscú de menoscabar el orden liberal democrático encabezado por Estados Unidos” y que, más en concreto en 2016, “los objetivos de Rusia eran debilitar la confianza en el proceso democrático estadounidense, denigrar a la secretaria Clinton y perjudicar sus posibilidades de ser elegida y su posible presidencia”. El informe divide la campaña rusa en actividades encubiertas, como las acciones informáticas, y una campaña de propaganda pública. Así que empecemos por las actividades informáticas encubiertas.

Pirateos y filtraciones

Las acciones informáticas encubiertas incluyen el pirateo de los correos electrónicos tanto del Comité Nacional Demócrata (DNC en sus siglas en inglés) como del Comité Nacional Republicano (RNC) y las posteriores filtraciones de correos demócratas a través de Wikileaks y DCLeaks.com. Además de exclusivas a diversos medios de comunicación. El personaje “Guccifer 2.0”, que se atribuyó el pirateo del DNC, aseguró que era un rumano que actuaba por su cuenta, pero el informe señala declaraciones contradictorias y pruebas de una identidad rusa y de más de una persona relacionándose con los medios.

Las filtraciones se planearon estratégicamente para causar el máximo daño posible a los demócratas. Después de unas primarias devastadoras entre Hillary Clinton y Bernie Sanders, el Comité Demócrata intentó unir al partido durante la Convención. La filtración de correos internos en favor de Clinton, cosa que ya sospechaban los partidarios de Sanders, se produjo el viernes anterior a que comenzara la reunión. En lugar de lograr la unidad, la presidenta del partido, Debbie Wasserman Schultz se vio obligada a dimitir, y la Convención se inauguró ese lunes entre protestas de los seguidores de Sanders y abucheos cada vez que se pronunciaba el nombre de Clinton, para indignación de sus partidarios. El partido continúa dividido, y más después de las recientes revelaciones de la expresidenta del DNC Donna Brazile.

En Estados Unidos, las elecciones están muy descentralizadas, y existen pruebas de que hubo intromisiones informáticas rusas en los sistemas electorales de 21 estados, con el objetivo de conocer mejor la tecnología y los equipos utilizados en el proceso. Hace mucho que las máquinas de votación son objeto de críticas por lo fácil que es piratearlas y manipularlas, y la mera insinuación de que hubo intromisiones de Rusia siembra las dudas sobre las elecciones y la democracia en Estados Unidos que buscaban los rusos.

Los senadores Sheldon Whitehouse y Dick Durbin durante la investigación de la posible injerencia rusa en las elecciones en Capitol Hill, Whasignton. (Drew Angerer/Getty Images)

Facebook, Twitter, trolls y robots

Las revelaciones sobre el uso de las redes sociales por parte de Rusia han impulsado un debate que debería haberse producido hace mucho tiempo, sobre el papel de las redes sociales en las campañas electorales, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Cualquiera que haya visto algún anuncio televisivo de campañas electorales estadounidenses se habrá fijado en que, al final, el candidato dice “Soy [nombre del candidato] y apruebo este anuncio”, o “Pagado por [nombre de organización donante]”. El motivo es que las normas de comunicación de las campañas en el país exigen que se revelen esos datos. No es infalible, pero da cierto aspecto de transparencia al proceso. Sin embargo, la publicidad en la red no dispone todavía de normas de ese tipo.

A finales de octubre, representantes de Facebook, Twitter y Google (no sus consejeros delegados, Mark Zuckerberg, Jack Dorsey y Sundar Pichai, sino sus abogados) comparecieron en tres sesiones del Congreso para declarar sobre el papel que tuvieron sus empresas en la campaña rusa de desinformación durante las elecciones de 2016. Nos enteramos de alguna cosa que no sabíamos, como que esa información, convertida en arma, llegó a 126 millones de personas en Facebook y otros 20 millones más en Instagram (sí, resulta que los rusos también utilizaron Instagram). Los gigantes tecnológicos ofrecieron poco más que la promesa de intentar encontrar soluciones, lo cual resulta irónico en un sector que se enorgullece de su capacidad de disrupción y de hacer cosas imposibles.

Ya habíamos oído hablar de lo que había gastado Rusia en anuncios en Facebook, aproximadamente el equivalente a 100.000 dólares (86.000 euros) en rublos, pero en las sesiones de la comisión del Congreso nos enteramos de que ese dinero solo se empleó en acumular lectores de páginas enlazadas con otras webs rusas a base de sembrar “me gusta” por todo Facebook. Así pudieron desviar el tráfico de una forma natural, a través de los 3,3 millones de estadounidenses que dijeron que les gustaban esas páginas y las compartieron con sus amigos. Porque eso es lo peligroso: alguien que quizá no confiaría en la web porque sí, si tiende a confiar en sus amigos, y lo que comparten sus amigos aparece en su cuenta de Facebook.

Y, cuando esta acción viral no se produce de manera natural a base de compartir y a través de amigos, los rusos han utilizado bots y trolls para que suceda. El método consiste en que los trolls son cuentas falsas con personas reales detrás. Personas que pueden tener historias muy elaboradas, que tienen etiquetas y comentan temas. Los bots, contracción de robots, no son más que programas que funcionan sin que los maneje nadie, y a menudo actúan en conjunción con los trolls, retuiteando o compartiendo automáticamente su contenido para convertirlo en trending topic Cuando algo se hace viral, los medios tradicionales suelen intervenir, y el mensaje cuenta con un amplificador aún mayor.

Propaganda a través de los medios estatales rusos

Quizá sorprende menos saber cómo ha utilizado Rusia los medios propiedad del Estado, sobre todo el sitio web y la radio de Sputnik News y su cadena de televisión RT. El informe de la CIA, el FBI y la Agencia Nacional de Seguridad confirma que la cobertura que hicieron estos medios de la campaña electoral fue favorable a Trump y en contra de Clinton, y puedo confirmarlo por mi experiencia personal en entrevistas con la versión en español de RT: en una entrevista que me hicieron estando en la Convención Nacional Demócrata, tanto la introducción como las preguntas se centraron en el conflicto entre los votantes enfadados de Bernie y los seguidores de Hillary. Al volver a Madrid me hicieron otra en la que, después de interrogarme varios minutos sobre la salud de Hillary y sobre cómo se la podía sustituir, me preguntaron por la “rusofobia” del Partido Demócrata.

Como es natural, las historias que se daban a conocer en Sputnik o RT se distribuían y amplificaban después a través de bots y trolls en las redes sociales. Desde luego, Rusia no es el primer país que intenta inmiscuirse en las elecciones de otro, y Estados Unidos, entre otros, ha sido culpable de hacerlo en el pasado. Todos esos países occidentales harían bien en renunciar a sus intentos de influir en elecciones extranjeras para poder tener autoridad moral en la materia, pero eso no quiere decir que no deban tratar de investigar a fondo lo que ha hecho Rusia. Las informaciones aparecidas en RT y Sputnik News, en general, están protegidas por la libertad de expresión, y, como he dicho antes, la comunicación política a través de las redes sociales no está regulada en EE UU. Ahora bien, no es eso lo que está investigando el fiscal especial Robert Mueller.

Una impresión de Hillary Clinton en una red social. (Alex Wong/Getty Images)

¿Conspiró la campaña de Trump con el Gobierno ruso para infringir la ley?

Esta es la pregunta del millón y el centro de la investigación de Mueller, además de saber si ha habido algún intento de obstrucción a la justicia en este sentido. Recordemos que Mueller fue nombrado fiscal especial después de que Trump despidiera al director del FBI, James Comey, en mayo de 2017, una medida que, en opinión de algunos, sí fue obstrucción a la justicia. Y, casi como un regalo a los estadounidenses desolados por la presidencia de Trump, las primeras imputaciones han llegado justo la semana anterior al aniversario de su victoria.

Comey no fue el primero en caer; lo fue Michael Flynn, el primer Consejero de Seguridad Nacional de Trump, que dimitió en febrero de 2017 tras las revelaciones sobre sus contactos con el embajador ruso en Estados Unidos, Sergei Kislyak. Además, Flynn había asistido a una cena de gala en Moscú para conmemorar el décimo aniversario de RT y había estado sentado junto a Putin. Dentro de las celebraciones, pronunció una conferencia remunerada sobre asuntos mundiales. Asimismo, para consternación de Trump, su fiscal general (ministro de Justicia), Jeff Sessions, se recusó de las investigaciones federales sobre la intromisión rusa cuando se supo que también él se había reunido con Kislyak durante la campaña.

Y así llegamos a las recientes imputaciones del antiguo jefe de campaña de Trump, Paul Manafort, y su socio, Richard Gates. “La acusación contiene 12 cargos: conspiración contra Estados Unidos, conspiración para blanquear dinero, ser agentes no declarados de un socio extranjero, declaraciones falsas y engañosas [por la Ley sobre el Registro de agentes extranjeros], declaraciones falsas y siete cargos de no haber informado sobre cuentas bancarias y financieras en el extranjero”, según el comunicado de prensa del Departamento de Justicia.

La mayoría de los analistas legales cree que, aunque ninguna de estas acusaciones está relacionada directamente con la injerencia rusa en la campaña, su propósito es lograr que Manafort coopere con la investigación ante la amenaza de una condena de cárcel. Además, el asesor de Política Exterior durante la campaña de Trump, George Papadopoulos, se ha confesado culpable de mentir al FBI sobre sus encuentros con un profesor residente en Londres que decía tener “trapos sucios” sobre Hillary Clinton. Esta acusación toca mucho más de cerca el meollo de la cuestión y es una primera advertencia para Trump.

¿Desembocará esto en un proceso de destitución de Trump?

Por último, la otra pregunta del millón, o de los mil millones, es si todo esto desembocará en el impeachment. Se ha hablado de si Trump puede intentar destituir a Mueller, que puede que sea legal o no, y de si va a indultar a los imputados. Ambas cosas podrían constituir obstrucción a la justicia. Según la Constitución de Estados Unidos, el presidente “será destituido de su cargo tras el enjuiciamiento y la condena por traición, soborno u otros delitos y faltas graves”. Lo malo es que, si bien los dos primeros términos están claros, no lo está tanto qué son delitos y faltas graves. Además, el impeachment es más un proceso político que legal.

Habrá más revelaciones, sin duda, porque esta investigación puede prolongarse durante meses e incluso años, y Mueller parece decidido a no dejar escapar ningún detalle. En el momento de escribir este artículo, han aparecido informaciones de que es posible que Mueller tenga pruebas suficientes para acusar formalmente a Michael Flynn. Además, la filtración de los “Papeles del paraíso” ha revelado que el multimillonario secretario de Comercio, Wilbur L. Ross, Jr., mantuvo sus intereses en una rentable compañía naviera a pesar de haber vendido otras inversiones para incorporarse al Gobierno de Trump. La empresa tiene vínculos con un oligarca ruso, que está sometido a sanciones de Estados Unidos, y con el yerno de Putin. Vamos a seguir sabiendo más cosas sobre el uso de los medios de comunicación y las redes sociales para influir, manipular y polarizar nuestras opiniones y nuestros votos.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia