¿Cómo pasa un país de padecer hambrunas a ser exportador de cereales? Con políticas agrícolas justas y eficaces se podrían aprovechar los altos precios de los alimentos para mejorar la vida de la población rural, la más pobre del planeta.    

¿La subida de los precios de los alimentos sólo trae malas noticias? No del todo. Puede ser una oportunidad para promover el desarrollo rural y reducir la pobreza. De hecho, existe una estrecha vinculación entre agricultura y miseria: las tres cuartas partes de las personas sin recursos viven en el campo y el 95% de los campesinos del mundo habitan en países empobrecidos.

Uno de los mayores problemas de los Estados pobres que dependen de las exportaciones de productos agrícolas ha sido hasta ahora la tendencia a la baja de la relación de intercambio entre productos agrícolas y manufacturados. Esta situación se debe, en gran medida, a las políticas agrarias europea y estadounidense, que al promover la producción intensiva y la subvención de las exportaciones, han provocado un dumping que mina los sistemas de producción agraria en decenas de Estados.

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Sembrar para cosechar: se necesita voluntad política para mejorar la agricultura y la capacidad de producir alimentos.

Sin embargo, aprovechar el incremento de los precios de los alimentos para elevar la renta de los agricultores exige profundos cambios políticos en los países en desarrollo y la comunidad internacional. La subida de precios, por sí sola, no garantiza una mayor renta para los pequeños productores. Por esta razón, es necesario aumentar la inversión agrícola, específicamente en las explotaciones a pequeña y mediana escala; impulsar la agricultura familiar y comunal para incrementar la seguridad alimentaria; ampliar la base productiva y lograr que la participación en la creación de riqueza de los sectores más marginados de la sociedad sea mayor. La reducción de la pobreza en el campo puede ser un motor de desarrollo fundamental, sobre todo en África.

En los lugares en los que se ha producido un gran éxodo rural deberían implantarse unas políticas agrícolas justas y eficaces. Zambia o Malaui podrían servir de ejemplo: han logrado en pocos años pasar de las hambrunas a ser exportadores de cereales. Las medidas públicas fuertes y eficaces sobre agricultura en los países en desarrollo tienen que ser respetadas por la esfera política, porque muy a menudo son erosionadas por las condiciones crediticias y las negociaciones comerciales.

También es imprescindible una intervención más decidida para reducir la volatilidad de los precios de los alimentos, una de las mayores amenazas. Las personas pobres, que pueden llegar a gastar hasta un 80% de sus ingresos en comida, tienen muy poca capacidad para adaptarse a las sacudidas de los mercados, como estamos viendo en la actualidad. A medida que crece la demanda de biocombustibles, los precios de los alimentos y del petróleo estarán más ligados, lo que provocará crecientes fluctuaciones en los costes de la comida debido a que la volatilidad se transmite del mercado de la energía al de los alimentos. ¿Qué puede hacerse? Crear marcos legales nacionales estables y que el Estado apoye la producción, comercialización y la administración de reservas de alimentos. En la esfera internacional se necesita una gestión de la oferta más coordinada, que asegure la provisión adecuada de alimentos y desincentive la especulación.

Las políticas agrarias deberán diseñarse y ejecutarse desde la sostenibilidad, asumiendo que existen límites para el uso de recursos naturales. De esta manera, el desarrollo agrario tendrá que integrar restricciones en el uso de pesticidas, semillas, suelo, agua o combustibles fósiles. A diferencia de la vivida en los 70, la nueva revolución verde debe ser realmente verde: adaptando la agricultura a las limitaciones de productividad que está provocando el cambio climático y mitigando las emisiones de gases de efecto invernadero.

Que la respuesta esté a la altura del desafío se halla en manos de los dirigentes políticos de los Estados con problemas de alimentos, de los países industrializados y de los líderes de las organizaciones multilaterales. La solución a los altos precios de los alimentos, para la que no hay recetas milagrosas, depende de su capacidad de dar el paso de la retórica a las políticas y los presupuestos públicos. La FAO ha señalado que serían necesarios 1.700 millones de dólares (unos 970 millones de euros) adicionales para inversiones urgentes en la mejora de la agricultura y la capacidad de producción de alimentos. Esta cifra equivale al gasto militar de EE UU en Irak cada 3 días.

 

 

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