Siria y Líbano son ahora también objetivo de la lucha yihadista. Aunque ambos países son vulnerables al salafismo made in Irak, el país de Bachar al Asad ofrece un terreno más fértil para el discurso integrista.

Ajenos hasta ahora al salafismo (corriente fundamentalista del islam) nacido de la insurgencia iraquí, Líbano y Siria se encuentran en el punto de mira de la cruzada yihadista. Las fuerzas de seguridad han sido objeto de atentados en los últimos meses. En Líbano, país al que se le recrimina el flirteo con Francia, Estados Unidos y Arabia Saudí, el ataque fue dirigido contra su Ejército, y en Siria, el cuartel de los servicios de inteligencia, en un momento en el que el régimen de Bachar al Asad ha aceptado un proceso de negociaciones indirectas –vía Ankara–, y actualmente congeladas, con el archienemigo Israel. Por otro lado, ambos países albergan campamentos de refugiados palestinos que son utilizados por los islamistas.

Sin embargo, la integración de los salafistas en ambos países responde a dinámicas muy diferentes. Siria, tradicionalmente hermética al islamismo, ha experimentado en los dos últimos años ataques terroristas. La política de puertas abiertas mantenida hasta octubre de 2007 ha llevado a un millón de refugiados iraquíes a instalarse en la periferia damasquina. Si bien estos barrios permiten camuflar a combatientes y milicianos provenientes del país vecino, es poco probable que estos refugiados que disfrutan de las mismas subvenciones estatales que los sirios se lancen de modo masivo a una guerra santa. Sin embargo, la naturaleza del gobierno de minoría alauí (escisión de la rama chií que profesa el 10% de la población del país) y abiertamente laico lo convierten en objetivo fácil de la crítica salafista. Igualmente, la política del régimen de mano dura contra todo movimiento opositor ha dejado un vacío en el campo sociopolítico que bien pueden aprovechar los fundamentalistas suníes.

En Líbano, los dos bloques políticos,  el 14 de marzo (el nombre que hace referencia a la manifestación que pedía la retirada de las tropas sirias de Líbano)  y la oposición (compuesta por Hezbolá y los cristianos del general Michel Aoun), cruzan toda serie de acusaciones, entre ellas, las que afirman que el líder suní Saad Hariri, Arabia Saudí, Kuweit y Siria instigan el salafismo. A los tres primeros, se les acusa de hacerlo mediante la financiación de mezquitas y asociaciones religiosas, que indirectamente nutren el núcleo de movimientos salafistas endógenos y extranjeros; y a Siria por respaldar al grupo radical suní Fatá al Islam (nacido en los campamentos de refugiados palestinos en Líbano) y por permitir el paso de grupos radicales procedentes de Irak. En cualquier caso, el apoyo o pasividad ante este tipo de organizaciones a causa de dinámicas internas ha abierto la caja de Pandora en la región.

Las tensiones que arrastra Líbano desde el asesinato de Rafik Hariri en 2005 lo convierte en un país en el que es fácil entrar, pero difícil penetrar. Los salafistas extranjeros se encuentran a más de un enemigo: se han producido combates entre las fuerzas de seguridad libanesas y Fatá al Islam que se zanjaron con la destrucción del campamento  de refugiados Naher al Bared durante el verano de 2007, así como entre éstos últimos y el grupo Jund al Sham contra facciones palestinas en los campos de refugiados de Badawi o Ein el Helwe. No obstante, el sueño integrista de imponer un califato islámico suní en territorio libanés es una misión imposible en un país donde sus cuatro millones de habitantes profesan 18 confesiones diferentes. De este modo, los enfrentamientos en mayo de 2007 entre seguidores del partido suní Mustaqbal de Hariri contra los chiíes de Hezbolá han bipolarizado todos los frentes. Como consecuencia, los salafistas extranjeros se ven arrastrados en un proceso de aculturación dentro del paisaje libanés. Por el momento, se ven limitados a incorporarse en una dinámica de enfrentamientos ya establecida.

El monopolio de Hezbolá en la guerra contra Israel es también motivo de discordia entre los fundamentalistas suníes, ya sean libaneses u extranjeros, a la hora de elegir bando. Las disputas han superado el reduccionismo confesional entre las dos principales ramas del islam, y han desembocado en enfrentamientos entre movimientos suníes como es el caso de Harakat al Tawhid al Islam (Movimiento Unificado Islamista) que apoya a Hezbolá, contra las Brigadas de Trípoli asociadas a Saad Hariri. La ciudad de Trípoli, actual bastión de los salafistas libaneses, se convierte así en escenario de rivalidades endógenas con un trasfondo de pugnas regionales entre diferentes visiones del salafismo entre Kuwait y Arabia Saudí, y de dominación regional entre Arabia Saudí y el bando formado por Siria e Irán.

Las tensiones entre Beirut y Damasco se han acentuado tras el despliegue de unos 10.000 soldados sirios en la frontera norte con Líbano. Aunque esta acción ha sido interpretada por la coalición del 14 de Marzo como una “inminente invasión militar” y justificada por Damasco como un mecanismo de defensa ante los altercados de Trípoli, el escenario de una invasión es muy poco probable dada la coyuntura de normalización política que ha emprendido el régimen de Al Asad. Algo más optimista es el reciente establecimiento de lazos diplomáticos entre Damasco y Beirut, que sumado a la vulnerabilidad de ambos ante el salafismo made in Irak, puede ayudar a salvar ciertas reticencias en beneficio de una cooperación en el ámbito de la seguridad. De igual modo, en tiempos de lucha mundial contra el terrorismo, y frente a un posible cambio político tanto en Estados Unidos como en Israel tras sus respectivas elecciones, la imagen de una Siria en el punto de mira de Al Qaeda puede acelerar su reinserción internacional, como en el caso de Libia.

Si bien el salafismo no es un fenómeno nuevo para Líbano sí lo es para Siria. Las particularidades del régimen de Damasco hacen más vulnerable a este país frente al discurso de Al Qaeda. Por su parte, la coyuntura libanesa complica la independencia de este movimiento fundamentalista suní al tiempo que facilita su absorción en la dinámica de las luchas internas y regionales que se libran en este Estado. La sombra del integrismo islámico es real y a falta de datos, e incluso de nombres en el caso sirio, está por verse la relevancia de este fenómeno como fuerza política y desestabilizadora en ambos países.

 

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