¿Será China la pieza clave del cambio climático?

 

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El 27 de julio pasado una enorme vela con 77 nombres en su interior coronaba la portada del diario Xinjingbao. Era el listado de fallecidos en las lluvias torrenciales ocurridas pocos días atrás en Pekín, una desgracia que conmocionó a los 20 millones de habitantes de la capital. Desde 2011, una serie de fenómenos meteorológicos extremos –inundaciones y tormentas en el sur, sequías en el río Yangtzé y tifones en la costa- han azotado al gigante asiático, dejando solo el año pasado un saldo de 37.000 millones de euros en daños materiales, de acuerdo a los cómputos del Gobierno. El propio Ejecutivo atribuye la creciente frecuencia de estos desastres al calentamiento global. “China es uno de los países más vulnerables a los efectos adversos del cambio climático”, se lee en el reciente informe China’s Policies and Actions for Addressing Climate Change, de la Comisión Nacional para la Reforma y el Desarrollo.

Los desastres naturales y las crecientes protestas ciudadanas contra las industrias contaminantes han incrustado la protección del medio ambiente en las prioridades políticas de la dirigencia. La constitución del Partido Comunista fue enmendada, recientemente, para dar cabida al desarrollo sostenible. A los funcionarios del Gobierno se les evalúa ya, entre otros criterios, en función del cumplimiento de objetivos de mejora de la eficiencia energética. ¿Podría China convertirse en el adalid contra el cambio climático, asumir el liderazgo de unas negociaciones estancadas y frenar un proceso que amenaza con cambiar el mundo tal y como lo conocemos? Hay argumentos a favor y en contra, pero en la actualidad el Imperio del Centro aún está muy lejos de ocupar esa posición.

El país asiático es el mayor emisor de gases de efecto invernadero. El año pasado, 9.700 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) fueron a parar a la atmósfera desde suelo chino, un 29% del total mundial. Estados Unidos (16%) y la Unión Europea (11%) le siguieron en la clasificación de las potencias más contaminantes, de acuerdo a los datos del estudio Trends in global CO2 emissions – 2012 Report.

El proceso de urbanización y el desarrollo económico de las últimas tres décadas han disparado el consumo de energía. El gigante asiático ha construido en ese tiempo el mayor sector industrial del mundo, donde se fabrican los vaqueros, las televisiones y los ordenadores personales que luego se venden a lo largo y ancho del planeta. Además, el 70% de la energía que consume proviene del carbón, un combustible más contaminante que el petróleo o el gas en relación con su valor energético, pero también más barato y más abundante en el interior de sus fronteras.

En el otro lado de la balanza, los defensores del régimen de Pekín –Eric Li, entre otros- argumentan que, a diferencia de las democracias occidentales, el modelo autoritario chino permite priorizar los objetivos a largo plazo, imponer decisiones difíciles pero necesarias a la ciudadanía y contrarrestar el poder de los lobbies económicos. Además, el tamaño de su población y la capacidad de su industria colocan a China en una buena posición para poner los cimientos de un modelo económico alternativo.

Hay señales de que lo está intentando. Pekín lidera las inversiones globales en energías renovables. Empresas como Goldwind, Sinovel, Yingli o Trina se cuentan entre los mayores fabricantes de aerogeneradores y paneles solares. La irrupción de los productores chinos en estos sectores ha contribuido de forma decisiva a abaratar y hacer más competitivas dichas tecnologías, vitales para combatir el calentamiento del planeta. El Gobierno se ha embarcado también en el plan más ambicioso del mundo para el aprovechamiento de la energía nuclear, con 20 centrales en construcción y muchas más en proceso de planificación. El objetivo del Ejecutivo es que el 15% de su consumo energético provenga en 2020 de fuentes limpias. Estas apenas representan un 9% del mix energético en la actualidad. El país asiático, además, se ha comprometido a rebajar la intensidad de carbono de su economía –la cantidad de emisiones de CO2 por unidad del PIB- entre un 40% y un 45% hasta 2020, partiendo de la cifra de 2005.

¿Son estos esfuerzos suficientes? A ojos de las organizaciones ecologistas, no. Para Li Shuo, experto en clima de Greenpeace China, el país asiático “debe controlar sus emisiones tanto desde el punto de vista de la intensidad como en términos absolutos”. Los líderes, sin embargo, parecen no estar por la labor. Arguyen que los culpables del calentamiento global y, por tanto, los que deben asumir la mayoría de las cargas para frenar el fenómeno son la UE y EE UU. “Las naciones desarrolladas que emitieron la mayor parte de los gases de efecto invernadero deben cargar con los costes de solucionar el problema”, se leía en un editorial de la agencia Xinhua durante la pasada conferencia de Doha.

Existen numerosos datos que respaldan este argumento. Cada chino emitió una media de 7,2 toneladas de CO2 en 2011, en comparación con las 17,3 toneladas de un estadounidense y las 7,5 de un europeo. Es más, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera es consecuencia de la acumulación paulatina que se ha producido desde el inicio de la Revolución Industrial en el siglo XVIII. El PNUD calcula que desde 1850 hasta 2006 Estados Unidos ha sido el responsable del 29% de las emisiones de dióxido de carbono, un 8,62% de China, un 8,02% de Rusia, un 6,98% de Alemania y un 5,93% de Reino Unido.

Más allá de la asignación de culpas, la comunidad internacional debe actuar rápido para evitar el desastre. La tesis china de mejorar la eficiencia mientras crecen las emisiones brutas y dejar los recortes a los países ricos no es suficiente. Muchas regiones del mundo se preparan ya para lo peor. Bangladesh está construyendo una enorme red de diques ante la previsible subida del nivel del mar, que podría inundar el 20% de su territorio. Las islas amenazadas preparan planes de evacuación e, incluso, han iniciado ya la mudanza, como la comunidad de Newtok, en Alaska. El consenso científico plasmado en los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) arguye que la humanidad debería mantener la subida de la temperatura por debajo de los 2 grados centígrados. El Banco Mundial advierte en el reciente informe Turn Down the Heat de que, a menos que se tomen nuevas medidas para reducir las emisiones de gases, la temperatura subirá 3º o incluso 4º para finales de este siglo.

El protocolo de Kioto, cuya vigencia ha sido extendida, recientemente, en Doha hasta 2020, sólo obliga a los países ricos a reducir la contaminación en términos absolutos. Además, EE UU se ha desvinculado del acuerdo. Como consecuencia, apenas un 15% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero están sometidas a las restricciones de Kioto. La comunidad internacional ha consensuado una hoja de ruta que pasa por la firma de un nuevo tratado en 2015 para que entre en vigor en 2020. Sin la participación de los dos principales agentes contaminantes –Pekín y Washington- los esfuerzos están condenados al fracaso. “Actualmente hay un falta absoluta de ambición y liderazgo, China podría asumir esa posición”, opina Li Shuo.