Un hombre camina por el departamento de Cauca, Colombia, tras el referéndum en el país. (Luis Robayo/AFP/Getty Images)
Un hombre camina por el departamento de Cauca, Colombia, tras el referéndum en el país. (Luis Robayo/AFP/Getty Images)

En el difícil momento que vive Colombia, todavía existen vías que podrían hacer que el proceso de paz siguiera adelante, pero para ello es necesario dar respuestas que estén a la altura de los desafíos.

Violencia, polarización y proceso de paz en Colombia

En los últimos años en Colombia se ha dado un impacto de la violencia cada vez mayor en el tejido social, un cansancio y distanciamiento social sobre dicha problemática, en medio del debate sobre la atención a las víctimas, la paz y un aumento de la polarización social. Mientras las negociaciones de paz avanzaban en La Habana, una buena parte de la sociedad veía el proceso con escepticismo, mostrando una falta de información y una distancia psicológica respecto el proceso. Ese terreno ha sido propicio para que las percepciones de cambios que se daban durante el proceso de negociación, no se transmitieran a la sociedad, y el cambio del paradigma de la guerra por un proceso de paz no se fuera integrando en la sociedad.

Además, hay que considerar que la guerra en Colombia afecta en la última década especialmente a zonas rurales, y para muchos sectores la violencia se ve como un problema periférico y, en la práctica, se vive a espaldas de la guerra sin mayor incidencia en la vida personal o social. En ese contexto, esos grupos de población no ven el beneficio de la paz, que se ve restringido a los lugares donde la gente ha sufrido más y ve cerca el cambio en sus vidas. No hay en Colombia una visión compartida por estos diferentes sectores respecto el beneficio global de la paz, y menos aún un esquema compartido de las concesiones realizadas por ambas partes para ello.

Sin una representación más cercana a la realidad, la capacidad de transformar esas visiones o aumentar el consenso sobre los mínimos de ellas es muy limitado. Tras el resultado en el reciente plebiscito se plantea un bloqueo de la situación. Frente a un No por la mínima, se trata de un empate de posiciones frente al compromiso presidencial de plantear su aprobación por el pueblo colombiano. Una exigua mayoría por muy escaso margen del No frente al Sí, no puede esconder una realidad más amplia: una gran mayoría de la población colombiana no ha votado; un empate en la práctica en número de votos, frente a las dificultades de votar en ciertas regiones favorables al sí (por un fuerte impacto climático); una división en la práctica en regiones mayoritarias al Sí o al No en función del grado de afectación de la guerra; la imposibilidad de llevar delante el proceso sin generar un mayor consenso.

Aceptando la base para la paz

El proceso que llevó al actual acuerdo fue acompañado por diferentes actores nacionales e internacionales, siendo señalado como un proceso novedoso: la primera vez que un proceso de paz se ha dado, la participación de las víctimas y numerosos mecanismos de consulta con diferentes sectores sociales y no solo del Gobierno y las FARC. Se trata de un conflicto de más de 50 años que exige transformaciones, en el que se necesita despolitizar las visiones sobre la paz de las agendas de las diferentes posiciones políticas.

La guerra también ha tenido un impacto en las mentalidades de justificación de la violencia, la invisibilización del horror o el desprecio por el sufrimiento de las víctimas, mostrando el deterioro del conflicto armado y de un sentido de humanidad compartido. Superar estas fracturas sociales es parte del proceso de reconstrucción. Sin empatía por el dolor y el sufrimiento, no hay reconocimiento del otro ni proceso que se sostenga, tampoco cohesión social que impulse la reconstrucción de la convivencia.

Cualquier cambio en la situación actual debería estar ligado a algunas premisas o reglas básicas.

Es necesario reconocer el proceso de la Habana como legítimo y cuyos resultados del acuerdo sean la base para cualquier proceso. Aceptar los avances y logros como primer punto para la discusión de las discrepancias.

La alternativa de retorno a la guerra debería ser rechazada por todos. El objetivo de la paz tiene que considerarse central de cualquier discusión, no solo como un objetivo a medio o largo plazo, sino como un hecho histórico que debe ser protegido en la actualidad.

Cualquier cambio que pueda someterse a una nueva negociación, con el intención de ampliar el consenso, debe estar abierto a cambios propuestos por “las tres partes”: el Estado, quienes representan al No y las FARC. No puede realizarse sobre la sola premisa de cambios para quienes están por el No.

Las alternativas que se planteen deben generar mayor consenso, no menor del existente.

Se requiere un cambio del lenguaje favorable a la paz, que evite los términos y conceptos relativos a la imposición, la violencia o la guerra y este cambio debe ser asumido por todas las partes.

Las discusiones han de llevarse al contenido y no al eslogan político y tienen que realizarse esfuerzos por proteger la discusión antes de generar un debate público sobre cada uno de sus pasos o propuestas.

Los argumentos señalados en la campaña por el No o el Sí deben ajustarse a la realidad de los acuerdos y no a la manipulación de los mismos.

La representación de lo que ambas partes han cedido debe plantearse, claramente, incluyendo las cesiones para el aparato del Estado, para los expresidentes y no solo las FARC. La discusión sobre la justicia ha de plantearse respecto a todos los implicados en cada comunicación pública y no solo respecto a una de las partes.

Se trata de seleccionar interlocutores que tengan capacidad de negociación dentro de sus propios grupos de referencia y expongan cuales son los elementos que están dispuestos a cambiar. Mostrar la evolución de los conceptos en las dos partes que han negociado hasta ahora y admitir que se necesita un cambio de posición de todas ellas.

Los implicados se deberían comprometer a hacer un proceso de comunicación conjunto que evite los pánicos morales y proponga mecanismos de verificación eficaces con las garantías necesarias para las tres partes.  Incluyendo la aprobación y seguridad de los acuerdos que deben estar abiertos al proceso con el Ejército de Liberación Nacional de Colombia (ELN).

El momento histórico que vive Colombia necesita respuestas de consenso a la altura de los desafíos. Más aún en este momento que probablemente se alargue unos meses. Frente al tiempo pasado y presente, se juega el tiempo de las nuevas generaciones. La responsabilidad, la sensibilidad y la capacidad de llegar a acuerdos entre diferentes son las bases para ejercer una esperanza compartida fuera y dentro del país.