He aquí el impacto económico y geopolítico de que la superpotencia deje de jugar el rol de policía global.

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Estados Unidos se ha ido ya de Irak, muy pronto lo hará de Afganistán. Se ha negado a involucrarse de verdad en Siria, por ejemplo, imponiendo una zona de exclusión aérea que evite las matanzas de civiles. Está obsesionado con hacer las paces con Irán. Y ha mostrado su cara más conciliadora tras la invasión rusa de la región ucrania de Crimea. Washington parece estar decidido a entrar en un período de paz sin apenas precedentes.

Este es un país que ha vivido en conflicto bélico casi permanente durante gran parte de los siglos XX y XXI. Los 40, 50, 60, así como la primera década del siglo XXI, han estado marcados por la guerra abierta; el resto del tiempo, por invasiones o intervenciones. ¿Qué va a pasar a partir de ahora si Barack Obama cumple con su cada vez más obvia intención de replegarse? ¿A qué se dedicarán los contratistas de Defensa, y el Ejército? ¿Qué le ocurrirá a la economía del país? ¿Y a un mundo acostumbrado a que EE UU vigile las rutas marítimas internacionales con sus portaviones, haga de policía global y de contrapeso para otros regímenes más duros como China o Rusia?

Salvo sorpresa, o salvo que la Historia descubra que están detrás de alguna de las contiendas civiles que asolan Oriente Medio, el país parece estar entrando en un período de relativa paz. La guerra contra el terror sigue en marcha, y lo hará durante algún tiempo. Pero es una batalla robótica, que se pelea con drones teledirigidos en lugar de soldados, y con el espionaje masivo en vez de bombardeos indiscriminados.

Un largo historial bélico

Un repaso breve de la historia bélica de Estados Unidos de los últimos cien años deja claro que la intervención es la norma y no la excepción.

Tuvo despliegue total de tropas en la I Guerra Mundial desde 1917 a 1918; la guerra civil rusa (desde 1918 a 1920); la II Guerra mundial (desde 1941 a 1945); las Revueltas de Puerto Rico (de 1950 a 1954); la Guerra de Corea (1950-1953); la Guerra de Indochina y luego en la Guerra de Vietnam y la de Laos (desde 1950 hasta 1975). Desde entonces ha habido varios conflictos armados más, como el del Golfo de 1990-1991; la guerra de Irak de 2003-2011 y la de Afganistán, de 2001 hasta la actualizad. Además, ha invadido la República Dominicana en 1965, Granada en 1983 y Panamá en 1989, y ha intervenido o tenido escaramuzas en Somalia, Haití, ex Yugoslavia, Corea, Líbano, Congo, Cuba, Camboya, entre otros países.

Con este pasado, ¿aprenderá a vivir el país sin una guerra en marcha?

 

Reducción del déficit

Lo primero que le ocurrirá es que se ahorrará dinero público que ahora pide prestado y suma al déficit. El profesor Richard Sylla de la Universidad de Nueva York me lo explicó así: Estados Unidos ha hecho algo único en la Historia, bajar los impuestos (con George W. Bush), no una sino dos veces, al mismo tiempo que mantenía al menos dos guerras totales (Irak y Afganistán), y todo tirando de tarjeta de crédito, es decir, pidiéndole el dinero a los chinos.

Las guerras de Irak y Afganistán han costado entre cuatro y seis billones de dólares, según un estudio de un investigador de la Universidad de Harvard. Para hacerse una idea, es el equivalente a un quinquenio de todo lo producido en España. En esta cifra se incluyen los gastos médicos de los soldados heridos hasta 2050, el material bélico perdido o por reparar, o los intereses de la deuda.

Del mismo orden (entre 3,2 y 4 billones) es el resultado obtenido por el proyecto Costs of War  (costes de la guerra) de la Universidad Brown. El coste directo oficial ronda el billón para la Guerra de Irak (750.000 millones de gasto directo del ministerio de Defensa). En un lugar intermedio está la estimación de la Oficina de Presupuesto del Congreso, que en 2007 aseguró que el coste total para 2017 sería de 2,4 billones.

Llama la atención el hecho de que, cuando se estaba vendiendo la guerra al público, el establishment de Washington cifraba en alrededor de 100.000 millones la factura total, incluida la reconstrucción.

Esta reducción del gasto inmediato en la guerra ha ayudado, aunque solo sea ligeramente, a un equilibrio de las cuentas públicas. Barack Obama aseguró en verano que el déficit del país se está reduciendo al nivel más acelerado de las últimas seis décadas, y es cierto. En 2009, esa diferencia entre los gastos del Gobierno y los ingresos en modo de impuestos suponía un 10,1% del PIB, 1,4 billones de dólares. Tres años después caía al 7%, una reducción de tres puntos que no se conocía desde el período de la posguerra mundial, entre 1946 y 1949, según la organización Polifact . En 2013, se ha reducido a más de la mitad, 680.000 millones de dólares.

 

Repliegue de tropas

Más allá del dinero, esta eventual era de paz técnica va a suponer una reordenación de sus tropas. ¿Volverán a casa? ¿Se estacionarán en nuevos frentes?

La mayoría, de hecho, va a regresar a sus hogares, y se quedará estacionada en Estados Unidos. 1,2 millones de personas esperando a la siguiente guerra mientras entrenan y prueban nuevo armamento.

La Administración demócrata ha anunciado una importante reducción de tropas terrestres: desde los 520.000 soldados del Ejército de Tierra a los 440.000. Se trataría de conseguir la cifra más baja desde 1940. Se jubilarían además diversos tipos de armamento y transporte, todo con una reducción del gasto de 34.000 millones con respecto a 2011, año de guerra total con Irak y Afganistán.

Aun así, el Ejército de EE UU seguirá siendo el segundo más grande del mundo por militares en activo, con 1,5 millones, seguido del de China. Actualmente, tiene desplegados 60.000 efectivos en Afganistán. Las operaciones de combate terminarán a finales de año si se cumple lo anunciado por Obama. Aunque aún no hay un plan de retirada, se cree que alrededor de 10.000 se quedarán para labores de entrenamiento y contra terrorismo.

Obama puso los pelos de punta en Pekín cuando anunció a finales de 2011 que iba a crear una presencia permanente en el norte de Australia para garantizar el comercio marítimo en la zona. En realidad, se trataba de unos pocos centenares de hombres.

El mayor estacionamiento de tropas permanente seguirán siendo el de Japón y Corea del Sur, con casi 75.000 soldados, seguido de Europa con unos 66.000 efectivos (la mayoría, algo más de 42.000, en Alemania), y Kuwait y Bahréin, donde permanecen 16.000. El resto, en su mayoría, se volverá a casa, al continente, a Hawái o a Alaska.

Así que tenemos, por un lado, menos gasto, y por otro, un repliegue importante. ¿Y la industria de Defensa, esa que el ex presidente Dwight Eisenhower definió peyorativamente como el “complejo militar industrial”?

 

El complejo militar industrial

Por un lado, están las grandes proveedoras de  armamento y tecnología militar. Sólo Lockheed Martin, United Technologies y The Boeing Company tienen unos beneficios anuales (EBITDA) de 25.000 millones de dólares. Estas empresas no han perdido ni un centavo de su capitalización en bolsa a pesar del final de las guerras: actualmente valen 240.000 millones de dólares. Para empezar, producen muchas otras cosas no destinadas a la guerra, sobre todo en el caso de Boeing, dedicado a la producción de aviones comerciales. Además, el hecho de que no haya batallas significa sobre todo un recorte en el gasto militar directo, pero aún hay que reponer el material perdido, mejorar el existente y desarrollar el nuevo, en un ciclo sin fin para el país que gasta más dinero del mundo en defensa: 645.000 millones de dólares anuales, más que Europa, Asia y Oriente Medio juntos; el 41% del total de gasto mundial.

Las empresas quizá más afectadas van a ser las de servicios y las de los llamados “ejércitos privados”, como Triple Canopy, heredera de algunos de los contratos de la infame Blackwater, o la británica G4S, con más de 600.000 empleados.

 

Impulso económico

Para la economía en general, el final de las guerras debería ser una buena noticia. La convulsión de los enfrentamientos en Oriente Medio elevó el precio del petróleo, uno de los principales frenos para la economía estadounidense. La estabilidad geopolítica suele generar también tranquilidad en los mercados especulativos, y con ello unos precios más bajos del oro líquido. El premio nobel Joseph Stiglitz ha relacionado las subidas del precio del petróleo con los períodos de guerra. El barril de crudo costaba 30 dólares en 2000. Con el inicio de las hostilidades subió hasta los 70 dólares en 2007. Ahora ronda los 100 dólares, entre otras cosas por la inestabilidad de los países productores de petróleo.

El boom que se produjo tras la II Guerra Mundial forjó la idea generalizada de que la guerra genera riqueza, porque el Gobierno gasta más, se crea empleo y con él, más gasto y más riqueza. Esto fue parcialmente cierto en aquella guerra, pero lo ha sido cada vez menos en las subsiguientes.

Aunque el gasto militar puede ser una importante fuente de demanda en épocas de baja confianza y de recesión, llevando a la invención de nuevas tecnologías y creando nuevas industrias, los efectos económicos a medio y largo plazo “permiten decir de forma razonable que, si no hubiera habido esas guerras, los impuestos habrían sido más bajos, la inflación menor, mientras que el consumo y la inversión habrían sido más altos y los déficit más reducidos; y eso habría compensado los costes de no haberlas luchado”, según el estudio Consecuencias Económicas de la Guerra en la Economía Estadounidense, del Instituto para la Economía y la Paz.

 

¿Y quién vigilará el mundo?

Algunos medios y voces respetadas en Washington han criticado lo que consideran una respuesta lánguida de Barack Obama ante la crisis de Ucrania y el pulso del presidente ruso, Vladímir Putin, al entrar en Crimea.

Este hecho ha dejado al descubierto el desequilibrio internacional de fuerzas que surge cuando Estados Unidos decide replegarse. Más allá de que la estrategia sea o no la adecuada, lo cierto es que la inacción del gigante americano deja un hueco que otros pretendientes van a ocupar. La Administración Obama parece querer mantener el timón de su giro al Este geoestratégico: le preocuparía más el dominio regional de China, que no ha salido de sus fronteras en décadas, que las invasiones de Rusia (Georgia o ahora Ucrania), las masacres como la de Siria, en parte quizá para no enturbiar la solución al problema iraní (en el que Moscú es un actor clave).

 

Nueva diplomacia

En el trasfondo Barack Obama ha tratado de crear una nueva doctrina geoestratégica para el país: las guerras se libran en la trastienda, contra personas y grupos, no contra países. Esto lleva implícito el cambio radical en la estrategia diplomática. La guerra oscura contra el terror continuará, y eso marcará las relaciones exteriores del país. Ya lo hace. El descubrimiento de la mayor red de espionaje de la Historia, gracias las filtraciones de los documentos de la Agencia Nacional de Seguridad por parte de Edward Snowden, ha dejado al descubierto todo un campo de batalla digital.

Washington está aún aprendiendo a operar con un enemigo sin coordenadas geográficas determinadas. No hay un teléfono rojo con Al Qaeda. Esa guerra no se pelea con 1,5 millones de soldados.

En la primera mitad del siglo XX Estados Unidos vivió “contra” Alemania, en la segunda “contra” los soviéticos y otros comunistas. Desde los 90 se quedó sin enemigo, hasta la llegada del terrorismo islamista. China podría ser una sustituta de esos enemigos históricos, pero la interdependencia económica, y la total supremacía estadounidense en los mares, parece que va a mantener a Pekín como un simple vecino incómodo en la arena internacional. Así que la pregunta queda en el aire: ¿contra quién progresará Estados Unidos en las próximas décadas de paz?