En el proceso de paz de Oriente Medio, el Gobierno Bush se ha mantenido firme en su negativa a dialogar con sus enemigos. Sin embargo, ahora, en los últimos meses de su mandato, sentarse a hablar con los radicales no parece tan malo como antes. Y, si sale bien, Bush tendrá que darle las gracias a Israel.

 

La actual Administración, como el presidente que la dirige, es famosa por aferrarse a sus opiniones y ver el mundo a través de una lente ideológica. Esa visión explica en parte por qué el Gobierno, muchas veces, se ha negado a negociar, e incluso hablar, con los que considera los regímenes más odiosos del planeta. Sin embargo, ahora que se acerca a su fin, el Ejecutivo de Bush ha mostrado señales de que va a abandonar su negativa total a tratar con ciertos Estados  y grupos militantes enemigos. Este giro táctico, aunque sea esporádico, es sin duda una consecuencia más del poco tiempo que le queda a un Gobierno sediento de victorias en política exterior.

David Silverman /Getty Images

Último intento: a la Administración Bush le queda poco tiempo para lograr alguna victoria en política exterior.

No obstante, también pueden haber influido otros factores. Entre ellos, los consejos de algunos veteranos responsables de seguridad y diplomáticos israelíes que, en los últimos meses, han peregrinado con regularidad a Washington para instar a la Casa Blanca a que reconsidere su postura ideológica de no tratar con regímenes hostiles ni grupos terroristas.

Lo irónico, por supuesto, es que al principio fueron las autoridades israelíes las que más aplaudieron la política dura de no negociación de la Administración Bush, en los primeros días de su presidencia. En claro contraste con el Gobierno Clinton, el equipo de política exterior del actual presidente dejó claro en sus primeros meses que iba a disminuir de manera radical sus esfuerzos para alcanzar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos hasta que Yasir Arafat fuera sustituido. El ex primer ministro israelí Ariel Sharon aprovechó una visita a la Casa Blanca en enero de 2002 para declarar: “Yasir Arafat no es ni será nunca nuestro interlocutor”. Bush pidió ante Naciones Unidas en septiembre de 2003 un cambio en la dirección palestina y adujo la falta de un líder palestino real como justificación para su política de distanciamiento. A diferencia de Clinton, que invitó a Arafat a la Casa Blanca más de una docena de veces, Bush nunca le recibió, y, aun después de que muriera, Washington tardó meses en iniciar las conversaciones con su sucesor, Mahmud Abbas.

En realidad, al menos en la cuestión palestina, la política de no negociación de Bush debe mucho al Gobierno de Ariel Sharon. Aunque otros aliados de EE UU intentaron convencer al presidente estadounidense de que adoptara una estrategia más sutil, éste, en general, encontró oídos receptivos entre las autoridades israelíes. “Lo aprendieron de Sharon”, dice el veterano negociador de paz israelí Daniel Levy, hoy uno de los responsables de un think tank en Washington. “Pero no hay que olvidar que la gente del Project for [the] New American Century llevaba años proponiéndolo. Lo aprendieron de Sharon, pero ellos lo tenían ya en la cabeza”.

Sin embargo, desde entonces, entre la sorprendente victoria de Hamás en las elecciones palestinas de 2006, la creciente alarma de Israel por el programa nuclear de Irán y la fuerza cada vez mayor de Hamás y Hezbolá, muchos antiguos responsables israelíes han empezado a pensar que la postura estadounidense de negarse a hablar con los adversarios es perjudicial para los intereses de seguridad de Tel Aviv. Y ahora, durante la visita que ha realizado Bush a Israel para las celebraciones de su 60º aniversario, su política de no hablar con los malos ha recibido todavía más presiones de algunos responsables de seguridad y diplomáticos israelíes que están a favor de un enfoque más pragmático.

Aunque los actuales dirigentes políticos israelíes parecen estar muy en sintonía con la Casa Blanca, los antiguos responsables de seguridad no esperaron al viaje de Bush para hacerse oír. La situación en punto muerto en Gaza y las manos tendidas hacia Siria han llevado a varios veteranos responsables israelíes hasta Washington para instar a la Administración Bush a cambiar de estrategia. Entre los que han viajado en los últimos meses están un ex director del Mossad y toda una serie de antiguos altos funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores. El ex ministro de Exteriores israelí y negociador de paz en Oriente Medio Shlomo Ben Ami visitó Washington en marzo para pedir a las autoridades estadounidenses que salven el proceso de paz de Annapolis y se sienten a negociar con los adversarios con los que Israel no puede hablar. “Necesitamos que hagan una labor diplomática, porque la opción militar no funciona”, dijo Ben Ami durante una cena en Washington. “Es la primera vez en la historia que mi aliado no habla con nuestros enemigos. Necesitamos que traten con esas partes”.

Otros se apresuran a resaltar que el actual Ejecutivo ha sido capaz de negociar con sus adversarios cuando era necesario. “El Gobierno [Bush] ha sido flexible en el caso de Irak”, dice el ex jefe israelí de los servicios inteligencia Efraim Halevy, partidario de tratar con Hamás. “Cuando [las autoridades estadounidenses] tuvieron claro que la única opción viable para dar un giro al menos parcial, si no completo, a la situación en Irak… contactaron con gente próxima a Sadam Husein que estaba… llevando a cabo operaciones contra soldados estadounidenses y causando muertes, y llegaron a un acuerdo… ¿Por qué no sirven aquí las reglas de Irak?”, añade.

Es una pregunta razonable, y otros antiguos responsables israelíes van más allá y alegan que Israel debería buscar la paz con Siria, el último Estado vecino con el que no ha alcanzado un acuerdo. Entre los israelíes que están pidiendo a Washington que apoye una labor diplomática con Damasco están el ex funcionario del Ministerio de Exteriores y los servicios de inteligencia David Kimche y el ex director general del Ministerio de Exteriores Alon Liel, que intentaron establecer un diálogo bilateral con Turquía como intermediario hasta que Washington presionó al Gobierno israelí para que abandonara esa vía. “Uno de los motivos por los que creo que debemos estudiar la posibilidad de entablar conversaciones oficiales con Siria es que este cuerpo necesita oxígeno”, me dijo Liel en febrero en Washington. “Necesitamos un proceso de verdad, y los sirios están dispuestos a hacerlo”, afirmó.

Evidentemente, el rechazo definitivo de la política de  no negociación de Washington sería el diálogo con Irán. Pocos responsables israelíes creen de verdad que tales negociaciones pudieran servir para que Teherán reduzca su programa nuclear, pero eso no impide que algunos expertos israelíes defiendan discretamente la opción. “Estados Unidos como Irán se han convertido en grandes enemigos, y será muy difícil que los iraníes abandonen la retórica antiamericana”, dice David Menashri, de la Universidad de Tel Aviv, uno de los mayores expertos sobre Irán en Israel. Pero el diálogo es un “requisito previo para ejercer verdadera presión. Teherán necesita saber que Estados Unidos es sincero cuando ofrece el diálogo”.

Aunque no parece probable que el Gobierno Bush haga a estas alturas con Irán lo que Nixon hizo con China, en algunos casos sí parece estar coqueteando, por lo menos, con una estrategia diferente. Recientemente, ha habido numerosos rumores sobre aproximaciones indirectas y diplomacia entre Israel y el grupo militante palestino Hamás, y por otro, Siria e Israel han reconocido que mantienen conversaciones. En ambos casos, el papel de Washington es curioso, porque oficialmente condena todo tipo de diálogo con la organización palestina y, al mismo tiempo, apoya tácitamente, por lo que parece, el papel de Egipto como mediador del alto el fuego entre Hamás e Israel.

Y hace dos semanas, tras numerosas noticias en la prensa regional sobre las posibles ofertas de paz entre Siria e Israel, llegó la información de que Washington había retirado su histórico veto sobre las negociaciones de Israel con el régimen sirio de Bachar al Asad, con la mediación de Turquía. Así lo confirmó la secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice, en una entrevista reciente con un periódico en lengua árabe. “No queremos ser un obstáculo para cualquier intento de lograr la paz entre Israel y sus vecinos, incluida Siria”, declaró a  Asharq al Awsat. Y añadió: “Si las dos partes desean hacer un esfuerzo para alcanzar la paz, EE UU dará su bendición y apoyará esos esfuerzos”. Por lo que se sabe, hasta hace poco, la Administración Bush se había opuesto a las conversaciones con Damasco.

Sin embargo, aparte de estos indicios, casi todos los expertos israelíes partidarios de las conversaciones tienen pocas esperanzas de que el Ejecutivo de Bush vaya a cambiar de rumbo de manera significativa, sobre todo respecto a Hamás e Irán. “No lo veo. Hace sólo unos días, Rice hizo unas enérgicas declaraciones en las que tildaba a Hamás de organización terrorista”, dice Halevy. El tiempo dirá si la actual Administración estadounidense quiere o puede dar un vuelco a estas alturas del partido. Pero lo que es innegable es que no queda mucho tiempo. Como otros actores regionales, estos expertos israelíes en seguridad están ya pensando en los nuevos líderes que van a llegar a Washington. Ya han empezado a abandonar su campaña con el Gobierno actual para pasar a prestar atención al sucesor. Extraoficialmente, la era postBush, en cierto sentido, ya ha comenzado.

 

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