En el proceso de paz de Oriente Medio, el Gobierno Bush se ha mantenido firme en su negativa a dialogar con sus enemigos. Sin embargo, ahora, en los últimos meses de su mandato, sentarse a hablar con los radicales no parece tan malo como antes. Y, si sale bien, Bush tendrá que darle las gracias a Israel.

 

La actual Administración, como el presidente que la dirige, es famosa por aferrarse a sus opiniones y ver el mundo a través de una lente ideológica. Esa visión explica en parte por qué el Gobierno, muchas veces, se ha negado a negociar, e incluso hablar, con los que considera los regímenes más odiosos del planeta. Sin embargo, ahora que se acerca a su fin, el Ejecutivo de Bush ha mostrado señales de que va a abandonar su negativa total a tratar con ciertos Estados  y grupos militantes enemigos. Este giro táctico, aunque sea esporádico, es sin duda una consecuencia más del poco tiempo que le queda a un Gobierno sediento de victorias en política exterior.














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Último intento: a la Administración Bush le queda poco tiempo para lograr alguna victoria en política exterior.

No obstante, también pueden haber influido otros factores. Entre ellos, los consejos de algunos veteranos responsables de seguridad y diplomáticos israelíes que, en los últimos meses, han peregrinado con regularidad a Washington para instar a la Casa Blanca a que reconsidere su postura ideológica de no tratar con regímenes hostiles ni grupos terroristas.

Lo irónico, por supuesto, es que al principio fueron las autoridades israelíes las que más aplaudieron la política dura de no negociación de la Administración Bush, en los primeros días de su presidencia. En claro contraste con el Gobierno Clinton, el equipo de política exterior del actual presidente dejó claro en sus primeros meses que iba a disminuir de manera radical sus esfuerzos para alcanzar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos hasta que Yasir Arafat fuera sustituido. El ex primer ministro israelí Ariel Sharon aprovechó una visita a la Casa Blanca en enero de 2002 para declarar: “Yasir Arafat no es ni será nunca nuestro interlocutor”. Bush pidió ante Naciones Unidas en septiembre de 2003 un cambio en la dirección palestina y adujo la falta de un líder palestino real como justificación para su política de distanciamiento. A diferencia de Clinton, que invitó a Arafat a la Casa Blanca más de una docena de veces, Bush nunca le recibió, y, aun después de que muriera, Washington tardó meses en iniciar las conversaciones con su sucesor, Mahmud Abbas.

En realidad, al menos en la cuestión palestina, la política de no negociación de Bush debe mucho al Gobierno de Ariel Sharon. Aunque otros aliados de EE UU intentaron convencer al presidente estadounidense de que adoptara una estrategia más sutil, éste, en general, encontró oídos receptivos entre las autoridades israelíes. ...