
Si no se abordan las estructuras y dinámicas del actual sistema económico que permiten una corrupción descontrolada en todo el mundo, la democracia liberal no sobrevivirá al siglo XXI.

Invisible Trillions
Raymond Baker
Berrett-Koehler Publishers, 2023
La corrosión de la democracia y el auge de los partidos políticos nacionalistas y étnicos alarma a mucha gente en todo el mundo. Es el tema de interminables discursos políticos y debates en radio, televisión y redes sociales. Y esa corrosión perjudica tanto al capitalismo como a la democracia, algo que muchos periodistas, políticos y gobiernos deciden ignorar. Invisible Trillions (Billones invisibles, en español) es una demoledora denuncia de la poderosa y peligrosa deriva que ha emprendido el secretismo en el capitalismo y explica por qué hay una corrupción descontrolada en todo el mundo.
Raymond Baker explica que, si queremos que sobreviva el sistema de capitalismo democrático construido en Occidente desde hace más de dos siglos, debemos reconocer y comprender la interdependencia entre capitalismo y democracia y asegurar su buen funcionamiento. Baker ya había abordado los problemas de los flujos financieros ilícitos en Capitalism’s Achilles Heel [El talón de Aquiles del capitalismo], en 2005, pero la situación ha empeorado desde entonces. En su nuevo libro, el autor señala que “los principios originales de la democracia —voto popular, Estado de derecho, cámaras legislativas representativas, derechos de protección— no han cambiado en lo fundamental desde que se formularon a finales del siglo XVIII”. En cambio, los principios originales del capitalismo, durante este último siglo, “se han alterado drásticamente”. Adam Smith estableció los principios filosóficos del capitalismo en su Teoría de los Sentimientos Morales, publicada en 1759: obtener beneficios, repartir la riqueza y actuar de forma ética. Baker explica que, desde los años 60 del siglo pasado, los capitalistas han pasado a estar “tan obsesionados, o casi, por ocultar beneficios”. Los cleptócratas, criminales, empresas y capitalistas con redes clientelares envían billones invisibles por las arterias opacas de las finanzas globales”. Y aún peor, las democracias —empezando por Estados Unidos, pero también los principales países europeos—“están tan deseosas de recibir, ocultar y legitimar esa riqueza desviada como los codiciosos y marrulleros están de blanquearla y aparcarla”.
Los gobiernos son cómplices, puesto que ¿alguna vez han rechazado los bancos occidentales el dinero del narcotráfico, de los gobernantes autoritarios de Rusia y China o de los árabes productores de petróleo? ¿Alguna vez han aceptado los auditores que “verdaderamente no saben qué hacer, porque existe un conflicto de intereses intrínseco en las empresas más grandes y prestigiosas, entre vender servicios financieros y fiscales y, al mismo tiempo, revisar el rendimiento de la gestión”? ¿Cuándo han reconocido las empresas que fijan unos precios abusivos a las transferencias y que ese “es el principal mecanismo que permite el fraude y la evasión fiscal entre Estados ricos y facilita el traspaso de ingresos en monedas débiles de países en desarrollo a monedas fuertes”? Las empresas son las que ...
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