Hay que tomar las críticas a EE UU como lo que son: mezquinas y artificiosas.

Resulta habitual escuchar a los liberales quejarse de que EE UU tenía la simpatía del mundo tras el 11-S, pero la desperdició inútilmente en los años siguientes. La persona que expuso con más vehemencia esta línea de pensamiento, el ex presidente francés Jaques Chirac, ha desaparecido de escena y ha sido relegado al olvido. El líder que le ha sustituido, Nicolas Sarkozy, compareció en noviembre en una sesión conjunta delCongreso estadounidense y rindió un poético tributo a la tierra de la que su predecesor se había mofado. Recordó a los jóvenes soldados norteamericanos enterrados hace tiempo en suelo francés: “Los padres llevaron a sus hijos a las playas donde los jóvenes de América murieron tan heroicamente… Los niños de mi generación comprendieron que aquellos jóvenes americanos… eran verdaderos héroes a quienes debían el hecho de ser personas libres y no esclavos. Francia nunca olvidará el sacrificio de vuestros hijos”. El antiamericanismo al que Francia dio voz durante una generación ha dejado paso a un nuevo orden. Ahora este joven líder quiere moldear Francia a imagen y semejanza de Estados Unidos.

Cuando llegue –si llega– un mundo posterior a Estados Unidos, no será agradable ni compasivo

El hombre o la mujer que tome el relevo de George W. Bush en 2009 recibirá un legado envidiable. Europa acepta el liderazgo de Washington. India y China exportan lo mejor de sus jóvenes generaciones a EE UU. Los extremistas violentos están en retirada. Se ha sacado de la extrema pobreza amillones de personas. Este tiempo pertenece a la pax americana, una era en la que el antiamericanismo siempre ha sido falso y artificioso, una pose de los intelectuales y entendidos que se cobijan bajo el poder de Estados Unidos mientras se quejan de los pecados del país que les protege. Cuando llegue un mundo posterior a EE UU, si es que llega, no será agradable ni compasivo. Si somos Roma, la oscuridad sucederá al imperio americano.

El próximo presidente no necesita hacer nada radicalmente diferente en política exterior. Se enfrentará a las mismas quejas contra el poder americano; llegarán a su despacho las mismas encuestas hablando de cómo en Karachi y El Cairo disminuye el apoyo a EE UU. Millones de personas asediarán las fronteras estadounidenses, ansiosas por entrar, por mucho que las encuestas hablen del antiamericanismo en tierras extranjeras. Mi particular recomendación tiene que ver con la diplomacia de la libertad que Bush emprendió hacia el mundo árabe y musulmán. Sus resultados han sido variados: un nuevo orden en Irak, un Líbano liberado de su largo cautiverio sirio, las cosas igual que antes en Egipto y la península Arábiga. Con su afirmación de que la tiranía no es la única posibilidad registrada en el ADN árabe, esa campaña por la libertad es un noble regalo de Bush a los árabes. Evoca la creencia de Woodrow Wilson en la autodeterminación de las naciones. Al igual que los principios de Wilson, las ideas que el actual comandante en jefe ha abrazado en Irak, Líbano y otros lugares sufrirán altibajos, pero seguirán formando parte del credo americano. Un líder que las deje de lado estará conformándose con una América menor.