La película Senderos de Gloria (Stanley Kubrick, 1957) me parece esencial porque muestra con toda crudeza el suicidio civilizatorio que representó la Primera Guerra Mundial. Los europeos habían luchado guerras coloniales durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX para (pretendidamente) imponer su civilización a otros a quienes consideraban “no civilizados”, pero helos aquí masacrándose unos a otros de una forma atroz y poniendo fin a su dominio mundial. Europa nunca se recuperó de esa guerra; de hecho, la repitió en su casi total integridad solo unos años más tarde. Hay una enorme paradoja en que una Europa que había alcanzado cotas de sofisticación artística y tecnológica tan elevadas se entregara tan alegremente a una carnicería como lo que representó la guerra de trincheras, con batallas como el Somme, con un millón de bajas en ambos bandos. Y como muestra la película, el ensañamiento con el enemigo fue parejo a la crueldad empleada contra los propios soldados que hicieron lo único racional que se podía hacer, que era rebelarse contra aquella locura. Y como colofón, me parece interesante que todo ello sea contado por un estadounidense, cuyo país sería el encargado de, por dos veces, salvar a los europeos de su sinrazón.