Celebración del aniversario de la Revolución Islámica en la Plaza Azadi en Teherán, 2016. Atta Kenare/AFP/Getty Images
Celebración del aniversario de la Revolución Islámica en la Plaza Azadi en Teherán, 2016. Atta Kenare/AFP/Getty Images

El liderazgo regional de Irán pasa por la necesaria modernización de su economía, que cuenta con grandes recursos energéticos pero también tiene importantes desafíos por delante. Las tensiones sectarias y la pugna por la hegemonía regional entre Teherán y Riad presentan un escenario futuro marcado por la inestabilidad.

Ha pasado un año desde la firma del acuerdo nuclear entre el grupo P5+1 (EE UU, China, Rusia, Francia, Reino Unido, Alemania y la UE) con Irán, y sobre sus resultados no pesa el escrutinio mundial bajo el que sí estuvieron las negociaciones. El acuerdo, conocido como Plan de Acción Comprensivo Conjunto (JCPOA, en sus siglas en inglés), levantó entonces uno de los debates internacionales más encendidos, extensos e interesantes de los últimos años.

Los detractores del acuerdo argumentaron que gracias al levantamiento de sanciones Irán emergería como la nueva potencia hegemónica en Oriente Medio y potenciaría sus actividades más repudiables: la financiación del terrorismo −según el Departamento de Estado, el régimen iraní ha sido el principal patrocinador del terrorismo en el mundo desde 2012, información que secundan, entre otros, el Clarion Project, una organización que lucha contra el extremismo islámico y promueve el diálogo−, las violaciones de derechos humanos −en el último año Irán ha ejecutado a más personas que ningún otro país de la ONU y ha alcanzado su cifra más alta en 25 años−, o su implicación directa en los conflictos regionales que asolan Oriente Medio −Siria y Yemen− en los que, indirectamente, se enfrenta a Arabia Saudí, también activa en estos conflictos. En este sentido, el JCPOA sólo buscaba frenar el programa nuclear de Irán. Nada más. Los efectos beneficiosos, resaltados por los defensores del acuerdo, estarían relacionados con la normalización de las relaciones con Occidente, el fin de la proliferación nuclear en la región y la diplomacia como nueva vía de resolver los problemas de Oriente Medio como posibles efectos secundarios a medio plazo.

Indudablemente, durante los próximos 15 años, plazo del compromiso alcanzado en el acuerdo, Irán va a ser un país clave en el futuro de Oriente Medio, de acuerdo con el análisis del general israelí Amos Yadlin. Irán pugnará con los países suníes, con Arabia Saudí a la cabeza, por la hegemonía en la región, modernizará su economía, continuará con su agenda política e, internamente, vivirá una lucha de poder entre la línea dura y la línea moderada del régimen.

 

Hegemonía geopolítica: otra vez, suníes contra chiíes

Si leemos el preámbulo de la Constitución revolucionaria de 1979, la República Islámica de Irán nació con aspiraciones globales: “[La Constitución] proporciona la base necesaria para asegurar la continuación de la revolución [islámica] en casa y en el extranjero […] La Asamblea de Expertos elabora esta Constitución con la esperanza de que este siglo será testigo de la creación de un gobierno santo universal y la caída de todos los demás”; uno de los objetivos de su Ejército y de la Guardia Revolucionaria es “satisfacer la misión ideológica de la yihad en el camino de Dios; es decir, que se extienda la soberanía de la ley de Dios en todo el mundo”.

No obstante, según la exposición del profesor de la Universidad de Tokio especialista en conflictos internacionales Yasuyuki Matsunaga, Irán no busca la hegemonía, sino que aplica la contrahegemonía, es decir, que lucha contra la hegemonía suní y contra la influencia estadounidense en Oriente Medio, debido a su concepción revolucionaria y no alineada. El reportero de guerra Michael Totten apunta, por su parte, en World Affairs que Teherán tiene una agenda desestabilizadora y expansionista. En efecto, el régimen de los ayatolás no ha invadido ningún país, pero extiende hoy su influencia por todo la región: mediante Hezbolá intenta dominar el complicado Líbano, ataca a Israel y lucha en Siria a favor de Bashar al Assad, apoya a los rebeldes Hutíes en Yemen y a las milicias chiíes aliadas con el gobierno de Irak. Aunque Irán no está solo en  lo que ambiciones regionales se refiere, Arabia Saudí, el gran enemigo de Teherán, o emiratos como Qatar, también luchan por la hegemonía en Oriente Medio. A este respecto, Irán puede ser el pivote de China y Rusia en la zona, buscando, tras el levantamiento de sanciones, inversión energética foránea, y acudiendo a estos dos poderes emergentes. Rusia ya vende armas a Irán (misiles defensa antiaérea S-300) y ambos acordaron en julio de 2015 defender a Al Assad. Un Irán más rico y con más poder de maniobra podría doblar su apoyo al régimen sirio, tal como recuerda la corresponsal de The Economist en Oriente Medio, Sarah Birke.

Afshon Ostovar, analista senior del CNA Strategic Studies, dice por su parte que el acuerdo no alterará la implicación regional de Irán, que el propio régimen justifica su lucha contra suníes radicales como Daesh en Irak y Siria o Al Qaeda en Yemen, algo que Occidente ve con buenos ojos. En esta línea, Ostovar afirma que el acuerdo nuclear no frenará la inestabilidad regional, y el sectarismo será el contexto de la toma de decisiones en Oriente Medio. Ante este contexto, Arabia Saudí está forjando una alianza de países suníes contra Irán, según Hussein Ibish, académico del Instituto de Estados árabes del Golfo en Washington.

Lo cierto es que, como señala L. Todd Wood, corresponsal del Washington Times y experto militar, tras la retirada de Estados Unidos de Oriente Medio, se abre una laguna de poder en la región que puede ser colmada por el equilibrio que proporcione el eterno enfrentamiento entre suníes y chiíes. El acuerdo nuclear, en este sentido, puede que haya frenado el programa iraní para obtener bombas atómicas, pero ha brindado a este país una oportunidad que no va a desaprovechar.

Ésta lucha por la hegemonía en Oriente Medio, que será disputada entre Arabia Saudí e Irán, seguirá generando inestabilidad en la zona, y por tanto, Occidente, pese a la aparente retirada estadounidense, continuará implicándose para estabilizar la región por su importancia energética y estratégica. Los últimos ejemplos de esta guerra sectaria entre suníes y chiíes fueron la ejecución, el pasado 2 de enero, del clérigo chií Nmir al Nmir en Arabia Saudí, y el posterior saqueo de la embajada saudí en Irán. Max Fisher, columnista del diario New York Times, dice que la confrontación entre Teherán y Riad tiene respuestas más allá de la religión: es una guerra fría por la influencia. Además, tal como apunta Marc Lynch, director del Project on Middle East Political Science, los regímenes suníes del Golfo, potencian el enfrentamiento sectario como forma de política exterior porque les ayuda a mantener el poder en casa.

 

Irán como potencia económica; todavía no

Bolsa de Teherán. Behrouz Mehri/AFP/Getty Images
Bolsa de Teherán. Behrouz Mehri/AFP/Getty Images

El daño que sufrió la economía iraní fue la principal razón por la que los ayatolás designaron a un presidente “moderado”, se sentaron y negociaron con Occidente sobre su programa nuclear. Tras cinco años de sanciones, la economía del país se hundía de manera vertiginosa, e indudablemente, para que Irán sea potencia hegemónica lo primero que necesita es forjar una economía fuerte, y tiene los recursos necesarios para ello.

Así, el país tiene la segunda mayor reserva de gas natural del mundo y la cuarta de petróleo. Sin embargo, sus infraestructuras no están preparadas para satisfacer las demandas internas y externas. Por ello, el régimen ha elaborado más de 800 proyectos de plantas de energía para su implementación en los próximos 20 años. Un plan que sin duda atraerá inversión extranjera, y que también incluye al sector minero, para el que Irán ha proporcionado como incentivo a las inversiones en el mismo un 100% de exención de impuestos. Ante el también atraso de la microeconomía, el presidente iraní, Hasán Rohaní, ha lanzado un programa para las pymes, que representan el 85% de la actividad económica del país, pero que sólo generan un 17% del PIB.

Si los planes económicos prosperan y el flujo de dinero extranjero empieza a fluir, en los próximos 10 años Irán puede ser una superpotencia económica, con un futuro económico brillante, advierte el analista Sam Julius.

Aunque voces del régimen como Mohammad Ebrahim Taherian Fard, embajador de la República Islámica de Irán en Turquía, ya han declarado que el acuerdo ha generado efectos beneficiosos en la economía iraní, su hegemonía económica sigue en cuestión. A Irán le pesan otras sanciones económicas, derivadas de las violaciones de derechos humanos, y eso resta credibilidad y estabilidad de cara a los inversores. Los bancos europeos, especialmente, temen ser atrapados por estas sanciones al entrar de nuevo en Irán, según el análisis Ellie Geranmayeh del Council on Foreign Relations. Además, el país tiene una legislación de divisas anacrónica, que sigue haciendo difícil la llegada de inversión extranjera.

El reputado economista Dan Steinbock esboza la clave del futuro de la economía iraní tras el JCPOA: “A largo plazo, la cuestión esencial es si Irán puede utilizar sus recursos para diversificar su estructura industrial y para acelerar la modernización económica. Con la inversión extranjera adecuada, Irán está bien posicionado para acelerar el crecimiento económico, siempre y cuando todos los obstáculos externos e internos adversos puedan ser superados”.

En suma, Irán necesita modernizar su economía y atraer inversión extranjera, y no lo tiene nada fácil; si lo consigue, podría construir una economía robusta, basada en sus grandes recursos energéticos, y convertirse así en una potencia económica en Oriente Medio.

 

La apertura del régimen es por ahora difícil

El presidente iraní, Hasán Rohaní, llegando a una rueda de prensa. Atta Kenare/AFP/Getty Images
El presidente iraní, Hasán Rohaní, llegando a una rueda de prensa. Atta Kenare/AFP/Getty Images

Irán es un régimen teocrático y revolucionario que siempre ha ocupado los primeros puestos en los rankings de violaciones de derechos humanos. Dentro de la dirigencia del país, existe una lucha entre la línea dura, partidaria de continuar con las directrices marcadas desde 1979 y permanecer lejos de la influencia occidental, y la línea reformista, encabezada hoy día por Hasán Rohaní, que aboga por establecer ciertas aperturas en el régimen y favorecer las relaciones con Occidente.

El profesor de la Universidad de Baltimore Ivan Sasha Sheehan, experto en resolución de conflictos, dice que el presidente iraní no ha moderado el régimen. Ciertamente, tras las pasadas elecciones legislativas celebradas en febrero, la línea dura volvió a salir reforzada y su poder se ha visto reflejado en varias acciones significativas. La todopoderosa Guardia Revolucionaria, perteneciente a la línea dura, ha llevado a cabo purgas de cargos públicos, acusados de corrupción y de sueldos desproporcionados; Alí Jamenei, el ayatolá supremo, ha sustituido a las cúpulas militares porque necesita un “cambio de estrategia” para el futuro.

Philip Gordon, anterior asesor del presidente Obama para Oriente Medio, Norte de África y la región del Golfo, avisa que, a pesar de que el progreso económico suele traer transparencia y apertura y por contra, el aislacionismo suele enrocar a los regímenes autocráticos, los ayatolás, en las generaciones venideras, seguirán luchando por mantener el poder. Pero, a pesar de que el JCPOA no tenía intención alguna de cambiar el régimen de Irán, dentro de 15 años una nueva generación de iraníes puede tomar el relevo, una generación que ha vivido la Revolución Verde, que resultó ser fallida y reprimida. La mejor solución para la apertura de Irán sería el cambio de régimen, pero los ayatolás no van a ponerlo tan fácil.

En suma, en los años de vigencia del acuerdo nuclear, la hegemonía regional seguirá en liza. Irán continuará con su implicación en los conflictos regionales, como en Siria y Yemen, y los saudíes contrarrestarán el creciente poder de Irán en Oriente Medio. La inestabilidad no terminará en la zona y la única esperanza de que el régimen iraní se modere drásticamente parece estar puesta en la apertura económica del país y en el empoderamiento de una nueva generación de iraníes que fuerce un cambio de rumbo en el país.