Un hombre pasa por un cartel de Aleksandar Vučić del Partido Progresista Serbio en Belgrado, Serbia. (Andrej Isakovic/AFP/Getty Images)

Claves para entender qué significa para el país la victoria de Aleksandar Vučić en las elecciones presidenciales.

El primer ministro Aleksandar Vučić ha logrado una victoria decisiva en las elecciones presidenciales de Serbia. Vučić obtuvo aproximadamente el 55% de los votos, suficiente para no tener que acudir a una segunda vuelta. Su rival más próximo, Saša Janković, obtuvo alrededor del 16% en unos comicios insólitos, en los que un candidato satírico, Ljubiša Preletačević Beli, quedó en tercer lugar, con casi el 10% de los votos. De acuerdo con la Constitución serbia, el cargo de presidente es más bien simbólico, y el verdadero poder está en manos del primer ministro, pero existe el temor de que Aleksandar Vučić lleve al país por la misma deriva que Turquía o Rusia, es decir, que asuma todos los poderes.

Las elecciones pueden calificarse de insólitas por varios motivos. Cuando decidió, a última hora, entrar en la carrera electoral en lugar del presidente saliente, Tomislav Nikolić, Vučić demostró en la práctica que no controla tanto el poder como a veces da la impresión. Al parecer, Vučić decidió presentarse muy en el último minuto, solo cuando se vio que su mentor político, Nikolić, una figura política anodina y con escaso carisma, no tenía asegurada la victoria. Una derrota en la elección presidencial para el partido gobernante no habría dado un vuelco a la situación pero, sin duda, habría tenido un gran efecto simbólico, puesto que habría demostrado que Vučić no era invencible. Y él no podía permitirlo.

Otro motivo por el que esta elección ha sido especial es que la oposición, desunida, no presentó ningún candidato con verdaderas posibilidades, sino a dos aspirantes sin clara pertenencia a ningún partido. El principal rival fue el antiguo defensor de los derechos humanos, Saša Janković, y también se presentó el exministro de Asuntos Exteriores y antiguo presidente de la Asamblea General de Naciones Unidas, Vuk Jeremić, como candidato independiente. La campaña de Janković se centró en la promesa de dar a las instituciones del Estado algo que nunca han tenido en Serbia: autonomía frente a las injerencias políticas. Era un mensaje importante en un país que ha sufrido años de clientelismo político, con un sistema en el que la pertenencia al partido gobernante es a menudo la mejor —e incluso la única— manera de obtener trabajo, privilegios y, a veces, incluso la inmunidad judicial. Al final, Janković obtuvo suficientes votos para, tal vez, ser el nuevo líder de la oposición, si decide llevar adelante su compromiso político. En su primer discurso tras las elecciones dio a entender que lo va a hacer.

Serbia es una democracia solo en teoría, porque carece de tradición democrática, y, en realidad, la mayoría de los partidos políticos consideran que la democracia no es algo positivo sino un mal necesario. Esta es especialmente la postura del Partido Progresista Serbio, en el poder, que en la campaña recurrió al juego sucio para desacreditar a otros candidatos, intimidar a la gente y obligarla a votar por Vučić. Ha habido alegaciones y se conocen casos documentados de utilización de los recursos del Estado para favorecer la campaña de Vučić: por ejemplo, el uso de empresas públicas, todas dirigidas por personas designadas por el partido, para financiar la campaña o trasladar a gente a los mítines de Vučić. Hubo numerosos casos de dirigentes locales que obligaron a los funcionarios a asistir a sus mítines o les ordenaron que se comprometieran por escrito a votar por él.

Aleksandar Vučić en un mitin en Serbia. (Andrej Isakovic/AFP/Getty Images)

La oposición serbia es débil, está desgarrada por luchas internas y carece de visión y de líderes fuertes y capaces de desafiar seriamente al Gobierno. No tiene buena imagen entre muchos votantes que desean librarse de Vučić pero no confían en sus adversarios. La persona que vota contra el Ejecutivo en Serbia quiere ver una oposición unida, sin disputas internas y con un líder sólido. Y, desde que el Partido Democrático perdió hace cinco años las elecciones y se dividió en varias facciones, la oposición ha sido incapaz de unirse o, al menos, encontrar una base común para acudir a los comicios. En esta campaña, cuando se vio que los dos principales candidatos opositores —Janković y Jeremić— no estaban dispuestos a ir juntos, otros dirigentes de la oposición decidieron presentarse también. Esta situación convenció aún más a los votantes escépticos de que la oposición no es seria y solo busca la defensa de sus propios intereses, lo cual es seguro la principal razón de la creciente apatía que cunde entre los serbios y de que la participación haya sido tan baja: solo acudió a votar la mitad del electorado. Si a eso se añade el control casi total de Vučić sobre los medios de comunicación, lo extraño es que su victoria no fuera aún más contundente. El hecho de que tuviera menos votos que su partido en las elecciones parlamentarias anticipadas del pasado año es probablemente el único consuelo que le queda a la oposición serbia.

En la época de Slobodan Milošević, los partidos serbios, por lo menos, podían contar con el respaldo de Occidente. Al mismo tiempo, la Rusia de Yeltsin vivía en el caos y, desde luego, no era tan fuerte como en la actualidad. Esta vez, es el presidente electo Aleksandar Vučić el que disfruta del apoyo tanto de Moscú como de Berlín. La canciller alemana Angela Merkel y el presidente ruso Vladímir Putin le recibieron en sus respectivas capitales durante la campaña y declararon que Vučić era un factor de estabilidad en los Balcanes. La responsable de la política exterior de la UE, Federica Mogherini, también contribuyó, yendo a hablar a Serbia, a un Parlamento que el partido gobernante había disuelto de forma anticonstitucional unos días antes. Es evidente que Moscú y Bruselas consideran que Vučić es un socio fiable. Europa está dispuesta a pasar por alto el aumento de la represión en Serbia mientras Vučić se conforme con seguir la corriente en el asunto, aún delicado, de la independencia de Kosovo. Además, Vučić parece capaz de controlar las tendencias separatistas de los serbobosnios, que todavía aspiran a la desintegración de Bosnia. Teniendo en cuenta además la volatilidad de la vecina Macedonia y la colaboración de Serbia en la reciente crisis de los refugiados, parece que Europa ha llegado a la conclusión de que, al menos por ahora, más vale trabajar con un déspota fiable y dispuesto a cooperar que con un demócrata desconocido.

Lo paradójico es que Aleksandr Vučić cuenta al mismo tiempo con el apoyo de Vladímir Putin y, a la hora de gobernar y reprimir a la oposición, demuestra que ha aprendido mucho de su amigo de Moscú. Serbia es un país confuso, que parece inclinarse en igual medida hacia el este y el oeste. Vučić probablemente es consciente de que, dado el clima político actual en Europa, Serbia no va a entrar en la UE en un futuro próximo, pero tiene que mantener vivo el sueño de la integración, porque fue una de sus principales promesas cuando pasó de ser ultranacionalista a reformista. Sin embargo, sus grandes partidarios —las personas mayores, los pobres y la gente con bajo nivel de educación— no quieren que el país se incorpore a la Unión y prefieren estrechar los lazos con Rusia.

Hasta ahora, Vučić se las ha arreglado para mantener el equilibrio. También ha conseguido mantener satisfechos a los acreedores de Serbia —sobre todo el FMI— a base de bajar o no subir las pensiones y los salarios en el sector público. La economía serbia está creciendo, pero eso no se refleja todavía en el nivel de vida de los ciudadanos de uno de los países más pobres de Europa. La corrupción está generalizada y el principio de legalidad tiene cada vez menos peso. Por otra parte, cada vez es más difícil saber cuál es la verdadera estrategia política de Vučić. Da la impresión de que su partido no tiene ninguna ideología, sino que parece más bien un movimiento de masas construido en función de las ventajas para sus miembros. El Partido Progresista Serbio es una pirámide en constante desarrollo de personas que aspiran a quedarse con un pedazo del pastel antes de que todo el edificio se venga abajo. Ahora, con la victoria de Vučić, es posible que hayan logrado aplazar ese momento.

No cabe duda de que Aleksandr Vučić será el presidente serbio más poderoso desde Milošević. No se va a conformar con el limitado papel que asigna la Carta Magna a su cargo. Hasta ahora ha demostrado ser autoritario, y está rodeado de personas mucho más mediocres que él, de las que no se puede esperar que gobiernen el país sin sobresaltos, porque son, en su mayoría miembros del aparato sin grandes dotes políticas. Lo más probable es que Vučić, al principio, nombre a un primer ministro y un gabinete leales y políticamente insignificantes para gobernar él mismo en la sombra, y que después siga el ejemplo de Recep Tayyip Erdogan en Turquía y trate de cambiar la Constitución para atribuirse más poderes formales. Para ello, tendrá que endurecer su control de las instituciones, la sociedad civil y los medios de comunicación. Tras la caída de Slobodan Milošević en el 2000, Serbia ha hecho muy poco por convertirse en una democracia estable y mejorar las vidas de sus ciudadanos. En los últimos tiempos, incluso, ha ido a peor, y la victoria de Aleksandr Vučić en las elecciones presidenciales solo va a servir para acelerar esa caída en picado.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.