100 años de relaciones diplomáticas (sentimentales) entre ambos países repletos de posibilidades, podrían crear lazos más estrechos y duraderos.

La Embajada de Serbia en Madrid y la Asociación hispano-serbia, Ivo Andrić, organizaron multitud de actividades con motivo de los 100 años de relaciones diplomáticas España-Serbia, entre las cuales hubo conferencias, exposiciones, un convenio universitario, festivales de cine, conciertos y un certamen de poesía serbia. En este último, contaba Silvia Monrós Stanojević, traductora y poetisa afincada en Belgrado, que en una ocasión se organizó un proyecto de poesía con poetas serbios y españoles. El tema central de la publicación era “el agua”. Llegado el momento de recibir los artículos, la editorial descubrió que los poetas españoles habían escrito sobre el mar, los lagos y los ríos, y que los poetas serbios habían ido todavía más lejos: lo habían hecho igualmente sobre el mar, los lagos y los ríos, pero también sobre el sudor y las lágrimas.

Los sefardíes

Siempre ha habido razones emocionales entre España y Serbia, la clase de vínculos que se construyen desde la distancia, la idealización, pero también desde el desconocimiento mutuo. No obstante, los lazos afectivos siempre estuvieron ahí, emergiendo desde la melancolía, los de los sefardíes de los Balcanes, descendientes de los expulsados por los Reyes Católicos en 1492, que siempre vivieron España como un recuerdo más que como una realidad. Un comerciante sefardí en un mercado de Belgrado le dijo al senador filosefardí Ángel Pulido, en 1883, durante su primera visita a los Balcanes: “No soy español de allá, sino de Oriente”. Años después, Đorđe Popović-Daničar, que fue el primer traductor de Don Quijote al serbio (1895), según él “la mejor novela del mundo”, fue ayudado a traducir la obra, de acuerdo con testimonios de la época, por otro judío sefardí, Hajim Davičo.

Hubo un decreto de 1882, por el que se le entregaba la Orden de Carlos III a Milan Obrenović, con motivo de su  proclamación como Rey de Serbia. Su hijo sería asesinado por conspiradores en 1903, y, poco después, Vicente Blasco Ibáñez, el viajero español por antonomasia de principios del siglo XX, llegaba a Belgrado en el Orient Express. Narró que la capital serbia era poco cosmopolita, con tranvías, cafés y teatros, pero repleta de militares nerviosos, mujeres queriendo imitar la moda francesa y popes ortodoxos alcoholizados.

Primera Guerra Mundial

En 1910 España tendría un representante diplomático en Belgrado, estando en el cargo en 1914 Francisco Serrat i Bonastre, quien sería testigo de los albores de la Primera Guerra Mundial. Solo un año después del final de las Guerras Balcánicas (1912 y 1913), el Imperio austro-húngaro declaraba la guerra a Serbia. Aquel conflicto acabaría con la vida de un tercio de la población serbia, dejando para el recuerdo la travesía de su Ejército a través de Albania (Albanska golgota), hasta la isla griega de Corfú, con el triste desenlace de más de 200.000 muertos.

Alfonso XIII entonces reinaba una España neutral, pero no indiferente, y en 1914, desde el Palacio Real, se creó una oficina procautivo para intervenir entre los detenidos de ambos bandos durante la Primera Guerra Mundial, financiada con los recursos del propio monarca (dos millones de pesetas). Las gestiones cursadas mejoraron las condiciones de vida de miles de presos, e, incluso, salvaron vidas. 1.500 niños deportados pudieron regresar a Serbia y en 1917 casi 100 detenidos fueron liberados en Banja Luka.

El Gobierno serbio inició los primeros contactos diplomáticos con España en 1916, y el 20 de septiembre de ese mismo año,  se otorgó el plácet al primer embajador serbio en Madrid. Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores de España se decía: “sirva manifestar al representante de Serbia que el Gobierno de S.M. verá con agrado el nombramiento del Sr. Zancovitc”. Luego su nombre cambiaría al Sr. Yancovich. En realidad era Janković. El Embajador serbio presentó sus credenciales al Rey Alfonso XIII, el 7 de febrero del 1917, fecha de la que se cumplen ahora 100 años de historia.

Más tarde llegarían a España diplomáticos como el gran poeta serbio Jovan Dučić (entre 1919/1922), o Ivo Andrić, premio Nobel de literatura (1961), que trabajaría en la capital española (1928/29), coincidiendo con el primer gran hispanista yugoslavo, el sefardí Kalmi Baruh.

Franquismo y titoismo

En 1937 la Yugoslavia monárquica mantuvo relaciones con España. Incluso antes de finalizar la guerra civil española, el Gobierno yugoslavo había reconocido oficialmente al Gobierno nacional de Franco. Con la victoria de los partisanos y la proclamación de la Yugoslavia socialista, el Gobierno republicano en el exilio fue reconocido en 1946, aunque la misión diplomática no llegaría a prosperar. Sin embargo, los brigadistas internacionales, naši španci, tuvieron una importante ascendencia ideológica de la que todavía se nutre el imaginario colectivo serbio y yugoslavista. De los 1.664 que participaron -hubo muchas más solicitudes que no se cursaron- murieron algo menos de la mitad.

En 1971 el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Belgrado se fundaba y el 2 de octubre de ese año toreaba en Belgrado, ante 5.000 espectadores, Luis Miguel Dominguín, quien sufriría durante la corrida una leve conmoción cerebral y seis puntos de sutura. El precio de una entrada era tres veces superior a los de un partido de fútbol, aunque luego sería rebajado. Era la primera vez que se celebraba una corrida de toros en los Balcanes. La Asociación para la Protección de los Animales reclamó que se prohibiera la “carnicería de toros”; entonces el gestor del centro deportivo Tašmajdan, donde debía organizarse el evento, declaró que aquellos que protestaran contra la corrida debían traer un certificado que probara que eran vegetarianos.

Calle de Belgrado con el Instituto Cervantes al fondo. (Flickr, cortesía de Xevi V)

Durante los regímenes de Tito y de Franco no llegaron a establecerse relaciones diplomáticas, excepto por algunas misiones comerciales en los 60 que derivarían en el establecimiento de una representación comercial de España en Belgrado, liderada en 1972 por Germán Caso de Ridaura. Del mismo modo, la empresa yugoslava Interexport se instalaría en Madrid en la misma época. En cualquier caso, fue Fernando Olivié el primer embajador de España en Belgrado, en 1977. La primera visita oficial de los monarcas españoles a Yugoslavia sería oficiada en 1985.

Los años turbulentos

Fue Yugoslavia, para la mayoría de la sociedad española, un país desconocido, visto entonces como competidor en el turismo continental, relumbrado por los deportes de equipo e idealizado por un sector de la izquierda española, ignorante de las prácticas autoritarias del régimen titoista. No obstante, las guerras de Yugoslavia abrirían un nuevo periodo y supondrían una prueba de madurez para la diplomacia española después del franquismo. Se activaron las primeras misiones militares en el extranjero. La intervención militar española comenzaría el 25 de julio de 1992, cuando la fragata Extremadura, dentro de agrupación naval de la UEO, tuvo encomendada la misión de vigilar el cumplimiento de las sanciones impuestas a las repúblicas yugoslavas de Serbia y Montenegro. Un par de años después España participaba en la operación Fuerza Deliberada, destinada a debilitar a las fuerzas serbo-bosnias, pese a que más del 60% de la opinión pública española se manifestaría en desacuerdo (CIS). Gradualmente, los serbios empezarían a tener mala prensa en España.

A finales de 1996, Felipe González aceptaba encabezar una delegación de la OSCE, que mediaría en una disputa electoral entre el régimen de Slobodan Milošević y la oposición. Y, en 1999, España se sumaba a los bombardeos de la OTAN a Yugoslavia, con Javier Solana al frente de la organización atlántica. Según el CIS, el 38% de la población española estaba a favor de la intervención, mientras que un 42% estaba en contra. Para muchos especialistas estas intervenciones se produjeron más por mandato de la OTAN que por apoyo de la opinión pública. Pese a todo, fueron años en los que las Fuerzas Armadas españolas vivieron un repunte de popularidad respecto a los 80 debido, principalmente, a su actuación en las misiones de paz en Bosnia y Herzegovina.

Desde entonces

La apertura en Belgrado del Instituto Cervantes en 2004, con César Antonio Molina como director, contribuyó a compensar y satisfacer el enorme interés local por la cultura española, en especial por el idioma, promocionado por las telenovelas latinoamericanas y las series de televisión españolas. Sin embargo, la restricción de visados a la población serbia hasta diciembre de 2009 sería un obstáculo para dichas relaciones.

España es destino preferente de muchos turistas y seguido por una importante masa de población. Sin embargo, todo ese capital no se ha traducido en una mayor presencia empresarial, aunque sea creciente, pese al potencial del país en lo que se refiere a la industria alimentaria, agrícola, automovilística, las energías renovables o la banca, así como la fuerza laboral que atesora el país, capacitada pero también desempleada, con numerosísimos hablantes de español. De acuerdo con la Oficina Comercial de España en la capital serbia: “el crecimiento de las exportaciones españolas a Serbia se encuentra claramente por debajo de su potencial”. Todavía hoy no hay vuelos directos de Madrid a Belgrado.

Soldado español de la misión UNPROFOR. (Eric Cabanis/AFP/Getty Images)

Serbia se encuentra fuera del radar estratégico de España pese a la condición del país balcánico como candidato a la UE. Para los serbios, más que una prueba de amistad, el no reconocimiento de la independencia de Kosovo pone en evidencia el problema español con los nacionalismos periféricos. Esto ha contribuido a transmitir la imagen de una España frágil y fragmentada, donde los símiles con el fin de Yugoslavia son estereotípicamente recurrentes. España no ha logrado una correspondencia con los esfuerzos destinados en términos de cooperación cultural, institucional y ayuda humanitaria en Serbia durante la última década, desistiendo desde hace algunos años a tener un papel más activo pese a la atracción que genera nuestro país en la opinión pública serbia.

Antonio Porpetta, en su poema Belgrado 1999, traducido por Silvia Monrós Stanojević al serbio, decía, inspirado en los bombardeos de la OTAN: “Hoy tengo el desaliento de una ciudad sin puentes, mi palabra es ceniza y desamparo […] de una ciudad blanca, sólo seres humanos la habitaban”. Las construcciones nostálgicas son retornos más sentimentales que reales, y sin embargo ambos siguen siendo importantes si unen a serbios y españoles. Habrá que seguir convencidos de que los lugares ocupados y desocupados por la diplomacia, la política o la economía pueden pertenecer a las personas (y su poesía), que, cada vez más, con sus propósitos, sentimientos e inquietudes vinculan ambos países. Sabemos más: Don Quijote ya recibió una nueva traducción, más completa y actualizada, por Aleksandra Mančić, y los Entremeses fueron traducidos por una experta cervantina, Jasna Stojanović. Bajo el escaparate de la política con letras mayúsculas, florecen los intereses personales, aquellos que pueden crear los lazos más estrechos y duraderos, aquellos por los que deberían apostar dos países repletos de posibilidades, sentimentales, situados a un lado y a otro de la geografía europea.