La  autora Geneive Abdo sostiene que las principales organizaciones que promueven el diálogo interreligioso entre musulmanes, cristianos y judíos cometen un grave error. Ahora responde a las preguntas de FP sobre los esfuerzos que han caracterizado los intentos de tender puentes entre Oriente y Occidente.

FOREIGN POLICY: En su artículo menciona la desilusión que sufrió tras empezar a trabajar para la Alianza de Civilizaciones de la ONU. ¿Qué esperaba cuando le contrataron para ese proyecto?

PIERRE-PHILIPPE MARCOU/AFP/Getty Images

Geneive Abdo: No es tanto que me decepcionase de entrada. El problema es cómo evolucionó el proyecto, que en mi opinión es sólo un pequeño ejemplo de una tendencia general que no ha parado de agravarse desde que la Alianza se creó en 2005. La gente da vueltas sobre cuáles son las diferencias más importantes entre las sociedades islámicas y occidentales… Aunque yo utilizo a la ONU como ejemplo en mi artículo, tampoco pretendo hacer mucho énfasis en este proyecto de la Alianza de Civilizaciones porque es sólo una de las piezas del amplio movimiento a favor del diálogo entre religiones. Precisamente, estuve hace poco en Egipto y me reuní con algunos jeques en el centro para la enseñanza suní en el mundo islámico –una enorme mezquita y un complejo universitario con más de mil años de antigüedad– y les pregunté sobre algunas de estas cuestiones, y sobre cómo veían ellos esto que se ha llamado división, desde un punto de vista político y religioso. Opinaron lo mismo: que casi todas las sociedades islámicas sienten un profundo antiamericanismo y que ha llegado la hora de plantearnos cuáles son los problemas en vez de taparlos. Así que mi intención al escribir el artículo es mostrar el mundo musulmán desde una perspectiva que considero más realista, y no cómo se ven estos temas en Occidente.

FP: La opinión de esos jeques egipcios con los que habló, ¿coincide con la visión de las personas que conoció cuando trabajó para la ONU? ¿Qué le dijeron?

GA: Cuando trabajaba en la Alianza, realmente no intentábamos conocer la opinión de la gente del mundo musulmán. Esa era una de sus misiones originales, como digo en el artículo, pero nunca llegó a ponerse en práctica. A grandes rasgos, ese es el problema, que hay… musulmanes que supuestamente representan a todos [los musulmanes], pero que están occidentalizados. Esa no es la gente con la que los gobiernos de Occidente –especialmente Estados Unidos– deberían tratar. Washington tendría que hablar con árabes y musulmanes del resto del mundo que se sientan agraviados, en vez de intentar convencer a los que ya están convencidos. Ese es el objetivo principal de la política exterior, o debería serlo. Así que, sí, creo que la opinión de la gente con la que hablé en Egipto representa la de la mayoría del mundo musulmán. Por eso escribí el artículo, porque el Gobierno estadounidense está intentando dialogar con los musulmanes equivocados.

FP: Esto nos lleva a un asunto aún más importante en el actual debate sobre la política exterior de EE UU. ¿No se podría argumentar que dialogar con unos pocos extremistas o radicales legitima su punto de vista, y que incluso podría provocar una reacción de distanciamiento por parte de esa mayoría moderada que quizá también valoraría que altos cargos y periodistas les hiciesen caso?

GA: Bueno, creo que sentarse a negociar con Al Qaeda seguramente no sea muy útil. Pero los musulmanes de los que hablo, y a los que yo propongo dirigir la estrategia de política exterior, no tienen por qué ser extremistas. Hay que definir qué entendemos por extremista, es necesario. Por ejemplo, sé que recientemente algunos congresistas estadounidenses han mantenido contactos con los Hermanos Musulmanes y Egipto –hubo una reunión en El Cairo hace cosa de un año– y me parece que esos encuentros son muy constructivos. Y respecto a si EE UU debería o no hablar con Hamás y Hezbolá, creo que son casos diferentes, pero tenemos que plantearnos la opción de hacer realpolitik: no podemos seguir ignorando a esos movimientos. El próximo Gobierno estadounidense tiene que adoptar una nueva estrategia. Ver el modo de hablar con estos grupos o con otros que, desde mi punto de vista, representan opiniones mucho más extendidas, como los Hermanos Musulmanes en Egipto.

FP: ¿Cree que alguno de los grupos que promueven un diálogo entre religiones está haciendo algo bien?

GA: Creo que los más sinceros no utilizan el tema de forma oportunista. Por ejemplo, hay algunas pequeñas organizaciones musulmanas que han mantenido contactos con iglesias, e iglesias que han repartido coranes entre sus feligreses —creo que lo que se está haciendo de modo interpersonal es útil, pero lo importante es que se relacionan de un modo mucho más humano. Donde ya no veo tanta ingenuidad es en esas grandes campañas interreligiosas en cuyo subtítulo se promete resolver el problema político. Por ejemplo, en EE UU hay unos pocos imanes bien financiados que dicen estar comprometidos con el diálogo interreligioso, pero en sus clases explican que todo lo que los cristianos, musulmanes y judíos necesitan es reunirse para resolver el conflicto entre Israel y Palestina. Eso es una estupidez. El movimiento a favor del diálogo entre religiones, tal como se ha desarrollado a gran escala, avanza por un camino erróneo y es un engaño. Pero lo que hace la gente a pequeña escala, como individuos, iglesias y mezquitas puede ser útil, porque no intentan fingir que se trata de algo más que diálogo entre gente que se reúne.

FP: Así que muchos gobiernos occidentales han apoyado un enfoque cultural, intentando, según sus palabras, conquistar el corazón y la mente de los musulmanes con películas de Hollywood. ¿Por qué piensa que esta estrategia está condenada al fracaso?

GA: Puede ser positiva a largo plazo, lo mismo que la educación. Ahora las universidades imparten estudios sobre el islam, muchos más que antes de 11-S, así que es de esperar que la próxima generación, igual que los que ven películas estadounidenses, desarrollará una percepción más elaborada del mundo musulmán. Pero la tesis principal de mi artículo es que si la misma cantidad de dinero que se destina a eso que podría denominarse enfoque cultural, se dedicase a lo que considero un problema mucho más urgente, que es el extremismo y el sentimiento antiamericano en Oriente Medio, sería mucho más eficaz. Ese debería ser el objetivo de los políticos.

A corto plazo, [las grandes organizaciones] no van a lograr cambios significativos en ninguna cuestión que aborde los graves problemas a los que nos enfrentamos. Al mismo tiempo, parte de la estrategia global de algunos Estados árabes consiste en aparentar que ayudan a Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo. Ese es el mensaje implícito de las donaciones millonarias que gobiernos como el de Qatar hacen a este tipo de proyectos culturales.

FP: Eso conecta con la polémica, a la que ha hecho referencia, sobre el lobby musulmán en Estados Unidos y el resto del mundo. ¿Por qué piensa que el poder de influencia de estos grupos de presión es más peligroso que el de otros que hay en EE UU?

GA: Su mensaje es engañoso. Últimamente, durante mis viajes a Oriente Medio también he visto gran interés por los musulmanes estadounidenses. Me llevé una gran sorpresa en Egipto. A muchos de los asistentes a mis conferencias les pregunté: “¿Os parece bien que los musulmanes de EE UU hablen en vuestro nombre y en el del mundo islámico?”. Me dijeron: “Por supuesto que no, no tenemos nada en común con ellos”. Casi todos los que participan en los debates u ocupan puestos de liderazgo son musulmanes de segunda generación que están muy distanciados de los países de origen de sus familias. No son expertos en el islam, ni en Oriente Medio, y algunos no conocen mucho su propia religión. Dejar que nos asesoren en los debates o que hablen sobre las opiniones de los musulmanes del resto del mundo es un error.

Un alto cargo del Departamento de Estado [de EE UU] contó esta anécdota de cuando llevaron musulmanes estadounidenses a El Cairo: fueron a una conferencia y hablaron sobre integración en el Ejército de Estados Unidos y cómo estadísticamente son más elocuentes que el americano medio, y una persona se levantó y dijo: “En América todo es tan maravilloso, hasta tenéis mejores musulmanes”. Creo que es una anécdota muy ilustrativa, ese es el tipo de sentimientos que he encontrado en mis viajes a Oriente Medio.

FP: De cara al futuro, ¿qué consideraría un progreso en el frente del diálogo interreligioso? ¿Qué pasos le gustaría que diesen los gobiernos y las ONG occidentales para lograr que los musulmanes hostiles participen en él?

GA: En cierto modo la gente mezcla dos cosas que no necesariamente están relacionadas. Confunden la adaptación cultural con algún tipo de opinión favorable sobre Estados Unidos. Este ha sido siempre el punto de vista de Washington, al menos durante el Gobierno de Bush. Yo lo he visto sobre todo en Irán, donde los estadounidenses y europeos –periodistas o no– volvían diciendo: “Todos los iraníes están viendo Titanic” o “Todos los iraníes ven [videos] de música pop, así que les debe gustar América”. Pero la posibilidad de que a los iraníes les guste Estados Unidos no tiene por qué depender de que les guste Titanic. La razón de que el mundo musulmán tenga una imagen tan negativa de EE UU está en su política exterior. También existe mucha confusión en torno a la estrategia que, de un modo u otro, funcionó con la Unión Soviética durante la guerra fría, y que se da por supuesto que podría funcionar con el mundo musulmán. De nuevo, se trata de una comparación errónea. Las condiciones son diferentes. Egipto no es una sociedad cerrada. Se pueden ver películas estadounidenses. Hay decenas y decenas de cines donde la gente puede verlas cuando quiera. Los egipcios pueden escuchar la radio y la música de Estados Unidos. Eso no influye sobre su antiamericanismo y su sentimiento de agravio. Así que, si quieres montar programas culturales, perfecto, pero no pretendas hacer creer que solucionan los problemas y los conflictos políticos.

Más allá de este enfoque cultural y del diálogo entre religiones, es necesario que reconozcamos que el gran problema sigue ahí sin resolverse. Creo que esto llevará tiempo. Pero la nueva Administración de EE UU tiene que afrontarlo no sólo mediante una política diferente a la del conflicto palestino-israelí, a la de Afganistán, Irak e Irán, sino también con el lenguaje y la retórica. En el viaje que el presidente Bush acaba de hacer a Europa, ha admitido incluso que su lenguaje y su retórica no ayudaron a defender la postura de Estados Unidos tras el 11-S. Hace falta algo para que la gente descontenta se implique. Independientemente de quien sea el próximo presidente, ahora todo el mundo lo sabe y sólo es cuestión de encontrar la estrategia adecuada para llevarlo a cabo.

 

Geneive Abdo trabaja en la Fundación Century y es autora de varios libros sobre el islam contemporáneo, el más reciente de ellos es Mecca and Main Street: Muslim Life in America After 9/11 (Oxford University Press, Nueva York, 2006).