Aplicaciones Facebook y WhatsApp (Gabriel Bouys/AFP/Getty Images)
Aplicaciones Facebook y WhatsApp (Gabriel Bouys/AFP/Getty Images)

Redes sociales, Internet, bancos, robots, medios….preparados para cambiar en los próximos años.

La mensajería instantánea pone en jaque a las redes sociales

Las redes sociales, tal y como las conocemos, están perdiendo relevancia rápidamente frente a los sistemas de mensajería instantánea. Aquí ya no sólo hablamos de WhatsApp, que únicamente proporciona llamadas y conversaciones, sino de verdaderos ecosistemas como Line y WeChat, que empiezan a ofrecer video-llamadas, unos datos sobre perfiles y estadísticas de interacción para empresas muy sofisticados e incluso servicios para comprar productos en línea, entre ellos por supuesto aplicaciones móviles. Es frecuente que los llamados millennials, la población nacida entre 1977 y 1994, dediquen más tiempo y participen más en grupos de mensajería instantánea que en Facebook (si excluimos su ‘messenger’), Twitter o Instagram. Expertos como Brian Solis, afirman, con razón, que las aplicaciones de mensajería instantánea y sus ecosistemas están a punto de convertirse en las nuevas redes sociales.

Mi medio es mío: cuando los lectores se sienten propietarios

Cada vez son más los medios que han empezado a depender en gran medida del dinero que captan mediante suscripciones digitales o plataformas de crowdfunding y del eco que son capaces de generar en Internet. La audiencia, a quien le han dicho que necesitan su apoyo para hacer realidad un determinado proyecto político y social, cuenta con el megáfono de Twitter y con las facilidades para organizarse que sirven en bandeja las redes sociales. En estas circunstancias, sus miembros más activistas y con más talento para liderar pueden llegar a condicionar la libertad del medio tanto o más que las empresas que compran los anuncios. Los riesgos y las ventajas de este nuevo modelo basado en la tecnología, sin duda más democrático, más transparente y también más populista, apenas han empezado a vislumbrarse. Este año El Español se ha convertido en el tercer periódico que ha captado más de un millón de euros mediante campañas de crowdfunding.

Sede de Google en California (Justin Sullivan/Getty Images)
Sede de Google en California (Justin Sullivan/Getty Images)

¡Google ha muerto! ¡Larga vida a Google!

Uno de los pilares esenciales en la cuenta de resultados de Google es y sigue siendo la facturación publicitaria, un modelo que está aparentemente condenado a la decadencia por culpa de los nuevos usos que le damos a Internet y de las nuevas plataformas que nos los facilitan. Es verdad que utilizar los datos de las búsquedas y el ingenioso sistema del pago por clic era muchas veces más interesante que anunciarse en un medio de comunicación tradicional por el precio, porque la evaluación de la eficacia era relativamente sencilla y porque el perfil de los consumidores parecía más nítido que el que ofrecían los periódicos y televisiones a sus anunciantes. Ahora las circunstancias han cambiado: el acceso a la Red ya es mayoritariamente móvil; pasamos cada vez más tiempo en redes sociales como Facebook y en los sistemas de mensajería instantánea como WhatsApp, Line o WeChat; las grandes tiendas online –desde las que se especializan en productos digitales como iTunes o Google Play, hasta las que lo hacen en bienes físicos como Amazon o Alibaba– poseen datos infinitamente más precisos y valiosos que los que obtiene Google a través de su buscador. El cambio de guardia se acelerará en los próximos años.

La agonía de la privacidad

Según Boston Consulting, en 2015 vamos a alcanzar los 1.000 gigabytes de datos almacenados de media por cada ser humano, el doble de lo que puede tolerar un ordenador portátil. Las empresas que se dedican a extraer ese oro opaco se domicilian en los países donde la regulación es más permisiva, lo que significa que no les afectan, por ejemplo, las normas de los Estados europeos aunque operen en ellos. Incluso en el caso de la información confidencial, que suele estar ligada a asuntos altamente sensibles como la salud, su protección es más frágil de lo que se cree: basta con disponer de abundantes datos confidenciales de una persona para reconstruir su perfil e identificarla. Esta enorme cantidad de información ayuda por supuesto a las pequeñas y medianas empresas a comprender mejor a sus clientes –sin recurrir a multimillonarios estudios de mercado– y a que todos recibamos unos servicios más adecuados a nuestras necesidades. Sin embargo, también nos hacen a todos más vulnerables a la manipulación y reducen al extremo la parte de nuestras vidas que no queremos compartir. En la inmensa mayoría de los países el big data apenas ha dado sus primeros pasos (en España, por ejemplo, el sector no existía hace sólo tres años y, ahora mismo, sigue muy concentrado – aunque cada vez menos- en nichos específicos como los servicios financieros y el comercio por Internet) y por eso los ciudadanos apenas han experimentado en carne propia sus grandes ventajas y peligros. Con el volumen de datos que hemos alcanzado este año, eso está a punto de cambiar.

Reloj de Apple (Pablo Cuadra/Getty Images for Apple)
Reloj de Apple (Pablo Cuadra/Getty Images for Apple)

El asedio de los sensores

La expansión del big data se ha alimentado de la multiplicación en paralelo de la implantación de los sensores, que emiten en todo momento datos e información. Ya no hablamos de vehículos más o menos inteligentes, sino de unos coches que se están preparando para conducir solos y para que sus sensores se comuniquen directamente con los de las carreteras. Tampoco hablamos ya de los populares wearables para hacer ejercicio y medir nuestros progresos, sino de la posibilidad de utilizarlos para que nuestro médico reciba información actualizada sobre nuestra salud. Ferrovial ha diseñado monos de trabajo que evalúan las constantes vitales de algunos de sus operarios. Todo ello significa, por ejemplo, que alguien va a almacenar nuestros itinerarios en coche, las probabilidades que tenemos de sufrir enfermedades graves y la medicación que tomamos… o cuál es la evolución de nuestras constantes vitales en tiempo real. ¿Están preparadas nuestras instituciones para prevenir el abuso de las empresas que almacenan la información? ¿Podemos confiar en que el Estado no compartirá nuestros datos con otros Estados? ¿Estamos seguros que de seremos capaces de evitar que regímenes opresivos utilicen estas tecnologías para ejercer un dominio y control de su población sin precedentes?

Blockchain revolucionará la banca y nuestras vidas

El software de Bitcoin, llamado Blockchain y aplicable a cualquier operación con otras divisas, elimina la necesidad de un intermediario financiero para que, por ejemplo, dos empresas hagan una transferencia entre sí. Limita la capacidad de los bancos para operar con nuestro dinero (nuestros ahorros ya no son simples apuntes en cuenta sino, por decirlo de alguna manera, billetes y monedas digitales que tenemos en nuestros bolsillos). Dejaría, prácticamente, obsoletas las tarjetas de crédito a la hora de realizar micropagos porque su sistema es mucho más eficiente. Reduciría en miles de millones los costes de transacción de las entidades financieras. La utilización masiva de Blockchain va a coincidir con el despegue de sistemas de pagos virtuales como Apple Pay o Google Wallet ya han tejido las primeras alianzas con algunos bancos internacionales. El sector más conservador y básico de nuestras economías ha empezado a prepararse para una auténtica revolución.

Prototipo de robot con dos brazos utilizados para paquetería en Japón. (Toru Yamanaka/AFP/Getty Images)
Prototipo de robot con dos brazos utilizados para paquetería en Japón. (Toru Yamanaka/AFP/Getty Images)

Los robots llegan en masa al sector servicios

Hasta ahora nos hemos acostumbrado a convivir con los autómatas en la industria, una incorporación que supuso la destrucción de millones de empleos en todo el mundo y, años después, la creación de otros muchos. Lo que ocurrirá en los próximos años es la aceleración de la robotización del sector servicios: es difícil imaginar que los propietarios de flotas de taxis o de servicios logísticos y paquetería no vayan a preferir los coches sin conductor a unos chóferes que se ponen enfermos, no pueden trabajar 24 horas al día y cotizan en la seguridad social; a los clientes de los restaurantes de comida rápida o de grandes superficies les preocupa muy poco que les cobre una máquina o una persona; muchas de las tareas de seguridad o limpieza son tan rutinarias que han empezado a realizarlas los robots. Por supuesto, esta nueva ola no está afectando únicamente a los trabajos de poco valor añadido: una parte del trading financiero, llamado trading de alta frecuencia, se realiza automáticamente desde hace años porque la velocidad de las transacciones es crucial.