Un trabajador en bicicleta entrega pan tradicional egipcio ‘Baladi’ de una panadería en el barrio de Al-Azhar a puestos de pan el 9 de mayo de 2022 en El Cairo, Egipto. (Roger Anis/Getty Images)

Egipto afronta una de sus peores crisis económicas con la inflación en un 26,5% y una devaluación de su moneda de más del 50% frente al dólar

Driblando entre coches y transeúntes, en equilibrio sobre su bicicleta, un joven portea decenas de  tortas de pan en una bandeja de hojas de palmera, de metro y medio, que se adapta en su cabeza a la cadencia del avance. Una actividad de riesgo para cualquiera que no la haya practicado desde que pudo llegar a los pedales. También una metáfora perfecta. O dos: el nombre de los panes que reparte en su ‘bólido’ recibe en el dialecto egipcio el nombre de aísh, palabra que también usan para vida. Así que los repartidores van y vienen de las panaderías repartiendo aísh, el bien necesario para la subsistencia de muchos de ellos, para la supervivencia que en el último año, no sólo se ha recrudecido, sino que en muchos casos está convirtiéndose en un auténtico reto. Y ese ir y venir y sortear vehículos y obstáculos, intentando mantener el pan (y la dignidad) con la cabeza alta, ejemplifica la propia existencia de los egipcios: siempre tratando de seguir en pie y, con suerte (inshallah), avanzar. Aunque últimamente esa resiliencia flojee. No les faltan razones. La inflación ha alcanzado en enero el 26,5%, según la agencia estatal de estadística (CAPMAS, en sus siglas en inglés). En 2022, era del 7%. Es la cifra más alta de los últimos 6 años, cuando en 2017 se devaluó la moneda local, algo que ha sucedido también ahora. La libra egipcia ha perdido más del 50% de su valor frente al dólar desde diciembre. Un euro se cambia estos días por 32,84 libras. Hace un año eran 17. Sólo esta semana el litro de leche ha pasado de costar 20 a 30 libras. El precio de la torta de pan se ha duplicado en algunos casos. Dependiendo del peso varía entre 1 y 6 libras. El peso de las tortas debe ser de 90 gramos, en ocasiones ahora no supera los 50. Menos por más. El salario medio ronda los 130 euros. Esa imagen, por tanto, del mozo zigzagueando para mantenerse en equilibrio y mantener el preciado bien sobre su cabeza, ilustra un Egipto que, desde que comenzó la invasión rusa de Ucrania hace un año, ve cómo el aísh, la vida misma, se les escapa de las manos. 

La crisis en Europa no ha hecho sino agravar la ya precaria situación económica de la ciudadanía. 70 millones de egipcios dependen del pan y otros productos subsidiados para sobrevivir. Estos días las colas en los supermercados con la tarjeta del subsidio en mano para comprar productos básicos se repetían en una imagen inédita en los 14 años que esta corresponsal lleva viviendo en la región. En 2020, el último año del que se tienen datos, uno de cada tres egipcios vivía por debajo del umbral de la pobreza, según CAPMAS. La pandemia y el desplome de la entrada de divisas procedentes del turismo (Ucrania y Rusia son los países que más turistas enviaban a Egipto) están haciendo las cosas aún más difíciles para los más de 104 millones de egipcios. También las clases acomodadas empiezan a acusar su pérdida de poder adquisitivo. La inseguridad alimentaria es un hecho del que pocos se atreven a hablar en un país en el que hay 60.000 prisioneros políticos en las cárceles. Sobre todo porque muchos de los fondos que deberían destinarse a las mejoras de las condiciones de la ciudadanía acaban invertidos en proyectos megalómanos impulsados desde el Palacio Presidencial. Más personas durmiendo en la calle, más mendigos, productos proteicos como la carne abandonados en favor de aquellos que subvenciona el Estado, como la pasta. 

Más datos:  los egipcios consumen una media de 150 a 180 kilos de pan per cápita, más del doble de la media mundial, lo que otorga una importancia aún mayor a que los precios de los alimentos básicos sean asequibles. En este año fiscal, el pan subsidiado ha supuesto al Gobierno 95 millones de libras egipcias (casi 3 millones de euros con el cambio actual), según el primer ministro Mustafa Madbouly. La dependencia de Egipto de las importaciones le hacen muy vulnerable a las fluctuaciones del mercado provocadas por la invasión de Ucrania. Egipto es el mayor importador de trigo del mundo. Compra el 60% de su grano en el extranjero y Rusia y Ucrania representaban el 80% de dichas importaciones hasta febrero de 2022. En un intento de paliar esa situación el año pasado el país incrementó el área de cultivo de trigo hasta alcanzar 1,5 millones de hectáreas y la producción nacional total aumentó a 10 millones de toneladas métricas en la temporada de 2021-22, según datos oficiales presentados recientemente en una cumbre en Dakar. Sin embargo, el consumo total de trigo alcanzó los 20,6 millones de toneladas métricas en 2022 situando la brecha de trigo en los 10,6 millones de toneladas métricas en la misma temporada, según los datos oficiales.

El impacto del aumento de precios, del pan que es sustento de una mayoría de familias, pero también de otros alimentos, lo pagan los ciudadanos. A finales de marzo de 2022, el Gobierno egipcio fijó los precios de la torta de pan no subsidiado y frenó una planeada reforma de los subsidios que pretende aliviar la carga económica que supone al Estado. La guerra impedía el acceso al grano más económico de la región del Mar Negro, lo que afectó particularmente a las exportaciones a Oriente Medio y la región del Norte de África y Egipto trataba de paliar el impacto económico y unos precios desbocados tras el aumento global del valor del trigo derivado de la invasión. El Gobierno contiene una riada con un tapón de corcho, según los expertos. 

Un economista egipcio, que por seguridad debe mantener el anonimato, asegura que el Gobierno ignora sus recomendaciones y los estudios que les presenta, y que creen que “son teorías que nada tienen que ver con la realidad”. Algo que considera “indignante”. Y advierte: “los egipcios sólo han salido a la calle para protestar cuando se ha intentado tocar el precio del pan y esta situación es muy similar a la que precedió a [la revolución en] 2011”. Las proclamas en las protestas que tumbaron a Hosni Mubarak fueron: pan, libertad y justicia social. En 2008, con Mubarak aún en el poder, al menos 50 personas perdieron la vida en las aglomeraciones que se producían en las colas cuando las panaderías que venden pan subvencionado abrían sus puertas. El rais se apresuró a incrementar los fondos para subvencionar el pan. Aquel año, la inflación superó el 25% y el precio de los productos básicos se disparó. Apenas un mes antes de la Primavera Árabe egipcia el precio del pollo, por ejemplo, había subido un 28%, hoy cifras no oficiales de un miembro del Gobierno que no puede ser citado por seguridad, hablan de subidas de hasta el 40%, aunque algunos productos hayan literalmente duplicado su precio.

La cadena de suministro y la de la dictadura

Las interrupciones causadas por la guerra en la cadena de suministro internacional se están traduciendo en un precio más alto para aquellos productos, como los fertilizantes, que hacen falta para la producción industrial y agrícola en un país donde la dependencia de los elementos esenciales de producción importados es muy alta. Habiendo privado inicialmente al sector turístico egipcio de miles de millones de dólares en ingresos, con rusos y ucranianos constituyendo un tercio de las llegadas anuales de turistas, la guerra ha provocado que Egipto, que depende de la importación de alimentos, pague más por sus importaciones, especialmente cereales como el trigo y el maíz, según el Foro Económico Mundial.

Cuando los precios mundiales del trigo se estabilizaron en los niveles previos a la invasión en el último trimestre del año, los de Egipto siguieron aumentando debido al agotamiento de las existencias, según explicaba hace unos meses a Reuters, Hussein Boudy, subdirector de la Cámara de Cereales egipcia. Los importadores de Egipto no podían reponer sus existencias por la escasez de dólares causada por una factura de importación en aumento y la disminución de esos ingresos del turismo de dos de sus mercados más grandes, que como acabamos de mencionar son Ucrania y Rusia. La pérdida de confianza en la libra egipcia por parte de los inversores también ha contribuido a dicha escasez. Durante algo más de un mes a finales de 2022, sólo entre 2.000 y 3.000 toneladas de trigo lograron pasar la aduana. El sector privado necesita unas 450.000 toneladas. Como consecuencia directa, el precio del trigo y la harina utilizados para hacer pan no subsidiado se disparó. Un panadero me decía hace unos días que el saco ha pasado de  costar 200 a 700 u 800 libras. Alrededor de 700.000 toneladas de trigo quedaron atrapadas en la aduana, lo que provocó que alrededor del 80% de los molinos que producen pan, pasta y otros productos cesaran “su actividad por completo”, según una carta fechada el 26 de septiembre, que la Cámara de Cereales de la Federación de Industrias Egipcias dirigió al ministro de Abastecimiento, citada por Reuters. 

Del fuego a las brasas

En diciembre, Egipto alcanzó un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI): un nuevo préstamo por valor de 3.000 millones de dólares (el anterior fue de 12.000), en 46 meses. Para obtenerlo una de las cosas a las que se comprometió es a flexibilizar su política de cambio de divisas. El desplome del valor de la libra responde, según los analistas económicos, a esa flexibilización. Desde entonces (aún más), “los egipcios se enfrentan a una crisis del coste de la vida que ha dejado a millones de personas con dificultades para pagar los alimentos y otros derechos económicos”, según denuncia la investigadora principal sobre pobreza y desigualdad de Human Rights Watch (HRW), Sarah Saadoun, en un comunicado firmado junto a Democracia en el Mundo Árabe Ahora (DAWN, por sus siglas en inglés). 

El acuerdo de préstamo demanda que Egipto haga esfuerzos para abordar problemas estructurales profundamente arraigados como el opaco papel de los militares en la economía (cuyo peso se calculaba hace ya 10 años en al menos el 60% y no ha dejado de crecer), y la inadecuada protección social. Sin embargo, la reciente decisión del presidente, Abdel Fatah al Sisi, de emitir un decreto para asignar nuevas franjas de tierra a las Fuerzas Armadas, evidencia su desinterés en abogar por la transparencia. 

Las empresas propiedad del Ejército egipcio y su entorno están desplazando al sector privado en muchos campos y especialmente en bienes raíces e industrias pesadas como el hierro, el acero y el cemento. Algunos expertos apuntan al presidente Abdel Fatah al Sisi y sus aliados como principales responsables por desviar fondos hacia la economía militar y sus megaproyectos. Entre ellos varias megaciudades, como la Nueva Capital: un erial de edificios fantasma en mitad del desierto para el que todo se está construyendo desde cero: incluido un monorraíl. La economía de Egipto ha crecido, según el Banco Mundial, sí,  pero esa expansión ha sido impulsada en gran medida por los desarrollos de infraestructura estatal supervisada por el Ejército. Desde la producción de pasta alimentaria hasta las carreteras no hay sector de la economía en la que éste no intervenga. La opacidad gubernamental en prácticamente todo, dificultará que las medidas exigidas por el FMI se implementen. Un empresario denunciaba cómo el Ejército acapara el control en todos los sectores, y la necesidad de que ceda espacio al sector privado para incentivar la extranjera.

En ambos extremos de la cadena, los egipcios empiezan a acusar y expresar su descontento un año antes de que haya elecciones presidenciales. 

El Gobierno ha formado un comité para establecer “precios justos” para de 10 a 15 productos básicos y estratégicos. En octubre, elevó el salario mínimo del sector público en un 11% y extendió el congelamiento de los precios de la electricidad residencial hasta junio de 2023. Medidas cosméticas que difícilmente conseguirán que los más pobres se mantengan a flote. El umbral de la pobreza es un limbo cuya altura desciende a pasos agigantados en Egipto, lejos de las estadísticas.

Los sátrapas que precedieron a Abdel Fatah al Sisi entendieron a la perfección que su supervivencia dependía del estómago de sus ciudadanos, el exgeneral haría bien en escuchar como ruge: en 2011 había poco que meter en la torta de pan; estos días es el propio aísh, el pan y la vida, lo que parece inalcanzable.