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Mujeres libanesas marcha por el Día Internacional de la Mujer, marzo de 2018. Anwar AmroAFP/Getty Images

La situación de las mujeres ha mejorado considerablemente en algunos países de Oriente Medio y el Norte de África, aunque los desafíos siguen siendo enormes. La inclusión social de la mujer en la región impulsaría de una manera exponencial el crecimiento económico.

La Primavera Árabe ha constituido una oportunidad para el avance de los derechos de las mujeres en la región de Oriente Medio y Norte de África (MENA). Los países afectados por las revueltas, ocasionadas por el ansia de la sociedad civil de ganar  libertades y derechos, han impulsado a los gobiernos a tomar medidas para apaciguar y canalizar las protestas. En este contexto, las mujeres también se han beneficiado, consiguiendo mayor visibilidad y presencia en las escenas pública y privada.

En este sentido, Túnez ha logrado reducir su brecha de género un 65%, y es el país de MENA con los mayores progresos en cuanto al empoderamiento de las mujeres se refiere, sólo detrás de Israel. En las elecciones de 2011 estableció por primera vez un sistema de representación proporcional en las listas electorales, obligando a los partidos a que la mitad de sus candidatos sean mujeres. En la actualidad, la representación parlamentaria de las tunecinas asciende a 31,3%.

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Una mujer egipcia posa después de haber votado en la elecciones presidenciales, 2018. Stringer/AFP/Getty Images

Al igual que en el caso de Túnez, la Constitución de Egipto elaborada tras la caída de Hosni Mubarak ha sido pensada para lograr la igualdad de género mediante cláusulas no discriminatorias, tal como la paridad de género. Si bien al principio las egipcias se vieron afectadas por la crisis de la inestabilidad tras las revueltas de 2011, su representación parlamentaria ya asciende a 15%, uno de los mayores logros obtenidos en la región, ya que en 2011 y 2012 apenas alcanzaba el 2%. Igualmente, en Argelia, las mujeres ganaron una presencia parlamentaria histórica, un 31,6% en 2012, cuando la media en la década anterior fue del 7%.

Marruecos, que pudo esquivar los brotes de descontento iniciales, aumentó en 2011 de 30 a 60 los asientos de las mujeres en el Parlamento. En la actualidad esta tendencia se ha mantenido al alza, ya que ahora ocupan cerca de 68 asientos. Además este país es uno de los escasos de la región que contempla por ley la igualdad salarial.

Aunque el escenario es algo más esperanzador, aún queda mucho trabajo por delante. A las barreras con que se topan las mujeres del resto del mundo, en MENA se suman limitantes y desafíos que son intrínsecos a las culturas de estos países, tal como los movimientos extremistas, las normas tradicionales que segregan a las mujeres, los cambios demográficos, los gobiernos autoritarios y la violencia ejercida a través de algunas prácticas tradicionales como puede ser la mutilación genital femenina.

El término “género” es rechazado por amplios grupos religiosos y radicales, por ser considerado un concepto occidental incompatible con las culturas locales. Una encuesta realizada por ONU Mujeres entre más de 10.000 hombres y mujeres de Egipto, Marruecos, Líbano y Palestina, acerca de la actitud de los hombres con la igualdad de género en la región, revela que dos terceras partes de los encuestados consideran que el rol de la mujer es el de cuidar el hogar, y hasta un 90% de los hombres afirman ejercer algún tipo de violencia –física o psicológica– sobre sus mujeres para minar así sus libertades individuales. El poco apoyo al empoderamiento de las mujeres encuentra en la práctica restricciones, ya que los hombres estarían de acuerdo con la incorporación de la mujer al mercado laboral siempre y cuando sigan siendo ellos cabeza de familia, y ellas las que dedican el mayor parte del tiempo para organizar la vida doméstica. En muchas ocasiones ellas mismas interiorizan las normas y los roles sociales impuestos en sus países de manera que ven como normal la dependencia financiera del hombre o el deber de cuidar del hogar, y ponen en tela de juicio la necesidad de lograr la igualdad de género o si esto supondría un avance positivo real para las mismas.

No obstante, las mujeres son cada vez más exigentes, se abren espacio en la sociedad y el activismo feminista ejerce mayor presión sobre los gobiernos regionales. En países como Egipto, las mujeres han creado espacios alternativos descentralizados para avanzar en el empoderamiento. Para defender sus derechos éstas acuden al corpus de Derecho Internacional y a la Constitución, ya que en ocasiones están limitadas por las respectivas leyes nacionales.

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Mujeres iraníes con hijab caminan por Teherán. Atta Kenare/AFP/Getty Images

En las elecciones de mayo en Líbano e Irak hubo un récord de participación de mujeres, 86 y 2.600 candidatas, respectivamente, lo que denota un creciente interés por parte de éstas por tener mayor protagonismo. Incluso en los países con regímenes autoritarios como es el caso de Arabia Saudí e Irán, el feminismo tiene cada vez más voz. Paradójicamente, la rivalidad entre estos dos Estados, más allá de la preocupación que suscita a nivel regional e internacional, tiene como consecuencia imprevista la adquisición paulatina de nuevos derechos a medida que las unas se inspiran en sus contrapartes, y exigen lo mismo para ellas. Las distintas plataformas feministas y las medidas promovidas por estas tienen una influencia creciente en sus sociedades. Tal es el caso de la web iraní My Stealthy Freedom que desde 2014 promueve el uso voluntario del hiyab (velo islámico), o de la fundación saudí Alwaleed Philanthropies en la que la princesa Lamia Bint Majid se erige como la actual defensora del empoderamiento de las mujeres saudíes. Así, en Arabia Saudí se han eliminado las restricciones relativas al voto de las mujeres, a ser candidatas, a conducir, o a salir de casa sin acompañante masculino, medidas que han permitido elevar un 48% el número de trabajadoras en el reino.

En Irán, las mujeres ya gozaban de los derechos que las saudíes han ganado en los últimos años, aunque ahora están mirando con envidia a algunos otros, como el permiso de entrar en los estadios de fútbol concedido por primera vez por las autoridades saudíes el pasado mes de enero. Asimismo, el régimen iraní ha empezado a suavizar las medidas represivas contra las mujeres y, en teoría, en Teherán ya no se castigan penalmente a aquellas que no usan el velo en los espacios públicos. En cambio, las que son detectadas por la policía moral por no cumplir con el código de vestimenta islámico deberán asistir a clases de educación en islam. No obstante, las activistas iraníes denuncian que la nueva iniciativa, en vigor desde diciembre, se aplica en los casos en que las mujeres llevan mal el velo o dejan partes del pelo al descubierto. No llevar el velo en absoluto, de forma voluntaria y consciente, seguiría siendo objeto de castigo penal. Asimismo, en el interior del país el cumplimiento de la norma es estricto.

En lo que va de año, múltiples manifestaciones feministas han desafiado al régimen ultraconservador del ayatolá Alí Jamenei para pedir la abolición de la ley que obliga el uso de la hiyab. Un estudio hecho público por el Gobierno iraní revela que en 2014 casi la mitad de la población consideraba que el uso del velo debería ser opcional, y que desde 2006 el apoyo por el chador –la estricta vestimenta que cubre el cuerpo por completo– ha disminuido de 54% a 35%.

Si bien se han dado tendencias esperanzadoras, MENA todavía sigue siendo la región con la mayor brecha de género del mundo –40%–, de acuerdo con el índice elaborado por el Foro Económico Mundial. Los peores resultados se dan entre los países que aún están inmersos en el conflicto, tal como Siria, Libia y Yemen. Estos están a la cola en el ranking del Informe Global de la Brecha de Género 2017. Aunque hay otros como Líbano, Kuwait y Qatar, que también ocupan los últimos puestos.

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Una mujer tunecina haciendo campaña para las elecciones municipales, abril 2018.

En el ámbito laboral la tasa de desempleo entre las mujeres es doblemente superior a la de los hombres, una situación agravada por el desempleo generalizado entre los jóvenes. Esta competencia hace que, a pesar de los altos índices de educación superior entre las mujeres, los hombres las sigan discriminando conscientemente en términos de participación. Una vez en el mercado laboral, éstas ocupan cargos especialmente diseñados para ellas. En la mayoría de los países de la región, las mujeres ni pueden trabajar en determinadas industrias ni ejercer ciertas tareas consideradas específicas para los hombres. En Túnez, las posiciones de liderazgo femenino todavía son escasas, y en países como Egipto, Jordania, o Emiratos Árabes Unidos hay una sobrerrepresentación de las mujeres en el sector público. En el ámbito político, la presencia de estas está mermada por la escasa cobertura mediática que reciben las candidatas, o las limitaciones a su representación parlamentaria.

No obstante, existen ya incipientes brotes de apoyo a la mujer en el ámbito privado. En Túnez, Bahréin o Palestina hay asociaciones empresariales que apoyan a las empresarias, y de igual manera hay cada vez más organizaciones de mujeres empresarias y de autónomas que promueven diversas iniciativas para estimular la presencia de éstas en el ámbito empresarial.

La suavización o eliminación de las medidas discriminatorias contra las mujeres de MENA, junto al surgimiento de organizaciones que apoyan la participación de estas en la sociedad y en el mercado laboral, pueden vislumbrar un futuro prometedor para las mismas. Aunque, el motor que realmente podría impulsar el empoderamiento de las mujeres es la necesidad de lograr un mayor crecimiento económico, tal como lo contempla la Organización de Naciones Unidas (ONU) en su Objetivo 5: Igualdad de Género. Las mujeres constituyen casi el 50% de la población mundial, y su inclusión social en todos los aspectos se traduciría en fomentar un 50% el potencial de crecimiento económico.