
El Singapur cincelado por Lee Kuan Yew, el padre de la patria al que la población venera con devoción, es un modelo de éxito. Séptimo Estado por PIB per cápita, entre los 10 menos corruptos y con una clase media floreciente que disfruta de uno de los mejores niveles de vida del mundo. Mas ahora, 50 años después de su independencia, una nueva generación educada en las más prestigiosas universidades reclama un nuevo país. Uno en el que recuperen sus derechos y libertades, pero que no ponga en riesgo su prosperidad.
En los 60, Singapur era un lugar paupérrimo. Un pequeño rincón del Imperio Británico enclavado entre barriadas olvidadas por el que ratas y perros callejeros deambulaban entre la basura. No queda rastro en nuestros días de aquel Singapur. Sus calles son ahora una geografía de rascacielos cristalinos en las que mascar chicle está prohibido y escupir o arrojar desperdicios multado con penas que superan los 900 euros.
Lee Kuan Yew, denominado como el “autócrata bueno” por el reputado autor estadounidense Robert Kaplan en su libro Asia’s Cauldron, fue el artífice de esta transformación. Convirtió un diminuto territorio insular de poco más de 700 kilómetros cuadrados, sin recursos naturales y rodeado de enemigos étnicos e ideológicos en uno de los Estados más desarrollados del mundo. “Singapur no sería hoy lo que es si no fuera por Lee Kuan Yew y sus lugartenientes, así como la generación pionera de singapurenses”, asegura el profesor de derecho en la Singapore Management University Eugene Tan.
Cuando en 1963 la unión con la Federación Malaya se derrumbó víctima de las tensiones étnicas, los dos millones de habitantes de Singapur -un 75% de los cuales eran de origen chino, el resto principalmente malayos e indios- confiaron su futuro a Lee Kuan Yew. Éste les ofreció un camino de progreso a cambio de una obediencia ciega. “Entonces no éramos una nación, éramos una sociedad plural en busca de un Estado. Lee Kuan Ye nos guió para creer que trabajando juntos podíamos crear un Estado-nación ejemplar, sin importar nuestras imperfecciones”, expone Tan.
Ah Kong, “el abuelo” en dialecto hokkien, creó un modelo económico propio, el bautizado como “capitalismo autoritario”, que catapultó el desarrollo del país: las multinacionales recibían exenciones fiscales a cambio de formar en sus factorías a trabajadores locales, mientras los sindicatos y la prensa quedaban bajo el control del poder gubernamental. Al tiempo, estableció el inglés como idioma oficial, implantó un código de buenas prácticas para acabar con la corrupción e impulsó un política de grandes infraestructuras, servicios y proyectos artísticos que atrajo a una primera hornada de ingenieros e inversores occidentales que pronto establecieron en Singapur su campamento base para Asia.
Enclavado en uno de los extremos del estrecho de Malaca, una de las rutas comerciales más importantes del planeta, Singapur desarrolló bajo el mandato del padre Lee una política nacional encaminada a ...
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