Un refugiado procedente de Turquía llega a la isla de Lesbos, Grecia. (Spencer Platt/Getty Images)
Un refugiado procedente de Turquía llega a la isla de Lesbos, Grecia. (Spencer Platt/Getty Images)

En este fin de año, la guerra de Siria es el conflicto más grave, con consecuencias que afectan a toda la región y a las grandes potencias. Más de un cuarto de millón de sirios han muerto y casi 11 millones -la mitad de la población del país- han tenido que desplazarse dentro o fuera de sus fronteras. El ascenso del Estado Islámico, que controla ya una gran franja del este de Siria y el noroeste de Irak, ha provocado la intervención de potencias como Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia. Sin embargo, ninguno de estos países ha elaborado una estrategia coherente para derrotar a Daesh.

Es más, Rusia y las potencias occidentales han demostrado tener objetivos encontrados: los aviones rusos bombardean a rebeldes enemigos del Estado Islámico a los que Washington considera aliados contra el grupo yihadista. El régimen del presidente sirio Bashar al Assad sigue recurriendo a los bombardeos aéreos indiscriminados y otros métodos de castigo colectivo que producen en las zonas de mayoría suní muchas más victimas civiles de las que provoca la violencia del Estado Islámico. Las tácticas de Al Assad impulsan ciclos continuos de radicalización, sobre todo en Siria pero también en el resto de la región, porque alimentan las llamas sectarias y el sentimiento victimista suní del que se aprovecha el Estado Islámico.

El ritmo de la acción diplomática se ha acelerado, en parte debido a la intervención militar rusa en Siria en septiembre y los atentados terroristas patrocinados por Daesh en París en noviembre. Aunque la internacionalización del conflicto plantea muchos peligros, también puede crear nuevas posibilidades para la diplomacia. En diciembre, el Consejo de Seguridad aprobó por unanimidad una resolución que exigía el alto el fuego y una solución política en Siria. La resolución propone un calendario ambicioso, con negociaciones entre el Gobierno y la oposición que deben comenzar en enero; un proceso político dirigido por Siria que permita establecer un "gobierno creíble, integrador y no sectario" en el plazo de seis meses y elecciones antes de año y medio. De las dudas sobre el futuro de Al Assad -que suscitan las mayores discrepancias entre las grandes potencias en el Consejo de Seguridad, las potencias regionales rivales y las distintas facciones sirias- no se habla.

A pesar de que existen muchos motivos para ser escépticos, hay que confiar en que esta última iniciativa sea el comienzo de un esfuerzo significativo para resolver el conflicto. La reunión celebrada en diciembre en Riad superó las expectativas al lograr reunir a una variedad sin precedentes de facciones armadas y políticas de la oposición, que acordaron crear un equipo negociador. Los participantes se comprometieron a trabajar para un futuro pluralista en Siria y mostraron su voluntad de contribuir, con condiciones, al proceso de paz. Sin embargo, para que pueda haber un alto el fuego nacional debe existir una estrategia sobre qué hacer con otros grupos, en particular el Frente Al Nusra, afiliado a Al Qaeda, que desde el punto de vista geográfico -y a menudo desde el operativo- forma parte de la oposición no yihadista en gran parte del oeste de Siria.

En Irak, por su parte, la estrategia de Occidente para derrotar al Estado Islámico se basa sobre todo en ofensivas militares de los kurdos iraquíes, un Ejército iraquí de mayoría chií y las milicias chiíes apoyadas por Irán. El peligro es que todo esto alimente el resentimiento de los árabes suníes en las zonas que hoy controla Daesh. El Gobierno del primer ministro, Haider al Abadi, sufre presiones de las facciones chiíes rivales por diversos motivos, como la indignación por la corrupción, la incapacidad del Estado para garantizar los servicios básicos y la seguridad, la resistencia a su programa de reformas y las luchas internas por el poder. Las milicias chiíes no sólo combaten contra el Estado Islámico, sino que se han organizado para llenar el vacío de seguridad y defender Bagdad y los lugares santos chiíes. Sus éxitos parciales encuentran público receptivo en muchos jóvenes sin trabajo, que han encabezado las protestas callejeras. Daesh gobierna mediante una coacción brutal, pero también aprovechando el miedo al Gobierno de predominio chií y dando poder a segmentos marginados de la comunidad suní. Las fuerzas iraquíes han pasado meses tratando de reconquistar Ramadi, la capital de la provincia de Anbar, de la que tuvieron que retirarse de forma humillante en mayo, y en la última semana del año consiguieron recuperar el control. La próxima prioridad será expulsar a los yihadistas de Mosul, la ciudad septentrional en la que está, tal vez, más atrincherado.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia