Cuestión de números. Esto ha sido lo que ha determinado la caída o supervivencia de los dirigentes árabes desde que comenzara el año. Con cuenta gotas salieron los primeros manifestantes sirios a la calle el mes pasado, superados en cifras por los mercenarios, pero ahora lo hacen a raudales.

 

 










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Miedo al cambio

A pesar de que Ben Alí no disfrutó de la ventaja que da no ser el primero en caer tras tres décadas de autocracia, ni en dar un fatídico discurso, el patrón de respuesta en Siria ha sido el mismo: más palos, muertos, entierros, detractores y sobre todo, menos miedo al cambio. Porque el pavor ha jugado un papel crucial tanto en la supervivienda de las autocracias como en su derrocamiento. “La estabilidad o la guerra civil” es el ultimátum del régimen frente al de los opositores “reformas o revolución”. Si bien las sombras de la guerra civil en Líbano e Irak, naciones multiétnicas y multiconfesionales al igual que Siria, planean sobre las cabezas de los manifestantes a la hora de asistir a las protestas, las de Ben Alí y de Mubarak lo hacen sobre las de los autócratas cuanto tiene que abrir o cerrar el puño. Pánico en un país donde la tortura es el pan de cada día en los sótanos de los edificios de mukhabaraat (servicios secretos), pero un terror que se pierde en Oriente y prevalece y resurge en Occidente ante el abismo que deja el cambio en una región estratégica.

Tras 171 muertos en tres semanas, Bashar al Assad ha dado el brazo a torcer. El mismo que en una entrevista en el periódico Wall Street Journal hace dos meses, se echara un farol afirmando que Siria era diferente a Túnez o Egipto porque “su régimen era cercano a la gente”. Además, añadió que “si se quiere ir hacia la democracia, lo primero que hay que hacer es involucrar a la gente en la toma de decisiones”. Un lema que se ha aplicado para empezar por atender a promesas en materia de libertad social, ley de emergencia, de partidos o libertad de prensa y para continuar con la nacionalización de 250.000 kurdos hasta ahora apátridas. De ahí ha pasado a los clérigos, hoy más poderosos que ayer ya que es en las mezquitas, los viernes y tras la hora del rezo, donde los opositores se creían seguros y de donde salían en grupo a manifestarse. Un nuevo set de concesiones que incluye, entre otros, aceptar el velo en las administraciones o cerrar el único casino en el país. Pero estas promesas, y tras el reguero de féretros que va dejando la represión, llegan demasiado tarde.

 

Una autocracia estable

Bashar se mueve hoy como un candidato ante las elecciones temeroso de perder la silla que le dejó su padre y buscando ...