¿Hay alguna esperanza para el país africano?

 

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Los Estados son a la vez forma y sustancia, teatro y función. Su más fundamental función es el poder: el control territorial mediante el monopolio de la violencia organizada. Y el teatro, o dicho de modo más cortés, la ceremonia, generalmente intenta hacer ese poder más aceptable a las masas, convirtiéndolo de ese modo en autoridad. Cuando la cristiandad se expandió por toda la Europa medieval, los gobernantes de lo que era entonces poco más que un muy violento conjunto de tribus adoptaron la práctica de ser nombrados por obispos -y ver reconocida su autoridad por el Papa- como un popular y potente símbolo de modernidad.

Y aunque su boato ha evolucionado, el teatro todavía importa hoy. De hecho, es crítico para salvar a los Estados fallidos del siglo XX, en particular a Somalia, el perenne número 1 del Índice, donde el teatro no está facilitando la estabilidad sino interponiéndose en su camino. Desde mediados del siglo XX ha existido un consenso global sobre qué es lo que constituye un Estado moderno: reconocimiento de Naciones Unidas, una Constitución, un jefe de Estado, un poder judicial, ministerios de esto y de aquello… El problema con Somalia no es que carezca de estas instituciones -ya tiene todo lo anterior- sino que allí son meras imitaciones.

Durante años, Somalia ha tenido un Gobierno Federal de Transición reconocido internacionalmente, un presidente, ministros, y una asamblea legislativa. Y justo el pasado mes de febrero, cientos de delegados acordaron una nueva Constitución que privilegia la corrección política -se exige que el 30% de los legisladores sean mujeres- sobre lo que de otro modo podría esperarse de una sociedad islámica profundamente tradicionalista.

No obstante, como el Índice de Estados Fallidos de este año deja penosamente claro, estas instituciones aparentemente progresistas han fracasado en la tarea de sacar a Somalia de una pobreza y violencia debilitantes -por no mencionar que el país en realidad ha carecido de un gobierno centralizado durante los últimos 21 años-. La hambruna provocada por la sequía el año pasado agravó los ya de por sí alarmantes niveles de desnutrición y desplazamientos, dando como resultado brotes de cólera y sarampión que mataron a decenas de miles de personas a su paso. Aunque las fuerzas internacionales han ayudado a debilitar a Al Shabab, vinculada a Al Qaeda, en la capital, Mogadiscio, los titulares sobre secuestros, violaciones y atentados con bombas persisten.

¿De modo que cómo surgen los Estados verdaderamente centralizados e inclusivos? En Somalia, los intentos de las grandes potencias por imponer la paz -pensemos en Black Hawk Down– no han cumplido ni de lejos las expectativas. A los vecinos del país no les ha ido mucho mejor. Etiopía envió tropas en 2006, pero las retiró tres años más tarde cuando se hizo evidente que no eran bien recibidas, y ahora Kenia ha lanzado su propia intervención, probablemente con el mismo resultado. La comunidad internacional claramente no está dispuesta a enviar los muchos miles de efectivos que serían necesarios durante años para imponer la estabilidad. Construir simplemente una valla alrededor de Somalia tampoco funcionará. Nuevas investigaciones realizadas por Tim Besley de la London School of Economics, por ejemplo, han descubierto que en 2010 la piratería somalí causó pérdidas económicas a armadores de todo el mundo por valor de entre 2.000 y 3.000 millones de dólares.

El teatro exige que Somalia haga la transición desde la ausencia de Estado a uno que sea a la vez centralizado e inclusivo -esencialmente desde cero a Dinamarca- en un rápido salto. Pero existen escasas perspectivas realistas de que el país, que incluso carece de historia como una única nación, sea capaz de hacerlo. La única opción realista es seguir la secuencia que dio lugar a los Estados modernos de Europa -e intentar acelerarla-. Históricamente, los Estados modernos se formaron gracias a la centralización seguida de la inclusión. Algunos protoestados localizados competían por el control territorial, lo que condujo a la consolidación política y a unas identidades compartidas cuando la gente tuvo que luchar contra un enemigo común, ya fueran los vikingos o los hunos. Para los acosados gobernantes, la técnica clave de supervivencia fue construir un sistema tributario para financiar un ejército. Una vez que el gobernante tuvo un sistema de impuestos, pasó a tener un interés en hacer crecer la economía, lo que a su vez exigía una infraestructura económica básica y el imperio de la ley. En un momento dado, como consecuencia de estos impuestos, la gente comenzó a demandar representación política, y el Estado se embarcó en un largo viaje hacia la inclusividad. Así es cómo surgió la Europa moderna, con la consolidación de miles de protoestados para formar el puñado de Estados modernos de hoy, todos los cuales son más o menos centralizados e inclusivos.

El primer paso decididamente no es crear imitaciones de un gobierno representativo, sino alentar la emergencia de monopolios de violencia organizada a nivel local

En Somalia, Occidente está poniendo el carro por delante del caballo. El primer paso decididamente no es crear imitaciones de un gobierno representativo. Por el contrario, es alentar la emergencia de monopolios de violencia organizada a nivel local. Incluso sin apoyo internacional, esto ya está sucediendo. Somalilandia y Puntlandia son protoestados en el norte de Somalia, mientras que el gobierno de transición, en la realidad, si bien no como aspiración, es un protoestado de Mogadiscio y alrededores. Ajustándose a la historia de la formación de los Estados, estos tres protoestados no se gustan entre sí, y lo han demostrado en enfrentamientos armados. Pero este tipo de competencia puede ser sana. Proporciona el impulso para crear impuestos, que en última instancia ofrecen un incentivo al desarrollo.

Esto no significa que la comunidad internacional deba simplemente quedarse mirando desde las líneas de banda, dejando a Puntlandia construir una base de ingresos basada en la piratería. Los países pueden ofrecer su apoyo desde el exterior tanto mediante la sustancia -ayudando a crear sistemas tributarios y haciendo menos rentable la piratería- como con el teatro. Pero hasta el momento, la ayuda al novato gobierno de Mogadiscio ha proporcionado un incentivo para que Somalia continúe con sus falsas instituciones de Estado, a la vez que neutralizaba el impulso para elevar los ingresos por impuestos. Las autoridades somalíes se han vuelto totalmente dependientes de la financiación externa, infrautilizando obvias fuentes de ingresos como el control del principal puerto del país.

Y en cuanto al teatro, el reconocimiento del gobierno de transición como Estado soberano para todo el territorio de Somalia ha dado a su cúpula dirigente pretensiones poco realistas, a la vez que denegaba a los otros protoestados la perspectiva de reconocimiento y apoyos. El arrogante modelo del Estado moderno, plasmado en esta versión somalí de imitación, ha privado a estos protoestados de estatus entre sus propios habitantes. En vez de ignorar estas infraestructuras, y por tanto implícitamente burlarse de ellas, la comunidad internacional debería bendecirlas, con la condición de unas pocas características básicas del imperio de la ley -exactamente como en la Europa medieval-.

Incluso con la adopción de un enfoque internacional más inteligente, con probabilidad todavía pasarán décadas antes de que Somalia sea gobernada por un Estado que sea a la vez centralizado e inclusivo. A Europa le llevó siglos emerger desde el caos sin Estados que siguió a la caída del imperio romano. Somalia, no obstante, se podría consolidar mucho más rápidamente, porque a diferencia de la Europa medieval existe ahí fuera un mundo moderno que puede ayudarla y un mapa de carreteras que usar como guía. Pero mientras la comunidad internacional siga intentando hacer funcionar la historia al revés simplemente porque nos parezca bien su resultado final, es muy probable que Somalia continúe encabezando la lista de los Estados fallidos -sin importar lo elaborado que sea su teatro político-.

 

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