Los visitantes del jardín botánico de Berlín caminan por las estrellas proyectadas en el suelo. (John Macdougall/AFP/Getty Images)

Aparentemente la Unión Europea ha sobrevivido a la crisis existencial del voto al Brexit, a la llegada de Donald Trump y al ascenso de la extrema derecha en todo el continente. Pero la UE y su influencia internacional siguen siendo frágiles. Puede que la ola del populismo haya alcanzado su punto álgido, pero ciertamente no ha pasado. Los acuerdos sobre refugiados con Turquía y Libia están amenazados y las regiones vecinas al sur y el este siguen presentando turbulencias. En este contexto, desde las oficinas de ECFR en diversas capitales europeas describen la mayor esperanza y temor de los gobiernos en lo relativo a política exterior y europea en 2018.

Panorama desde Berlín

Por Josef Janning

Hace unos años, a las preguntas sobre el futuro próximo la Canciller alemana, Angela Merkel, solía responder que “Europa saldrá fortalecida de la crisis”. En 2017, los tiempos han cambiado. Puede que el Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker, haya sentido “viento fresco en las velas” de Europa, pero eso es fundamentalmente porque el barco no se ha hundido en las tormentas electorales de Austria, Holanda y Francia. 

Comparado con el año anterior, 2017 podría dar la impresión de haber supuesto un cambio de tendencia. Pero desde la perspectiva de Berlín, 2018 será más significativo, sobre todo por la prolongada búsqueda de un gobierno alemán, que le está costando a Europa al menos seis meses de impulso político. 

Lo mejor que puede esperar Alemania en este año es ir saliendo del paso. Específicamente, la esperanza es que no habrá un nuevo pico en los flujos de refugiados y que Europa se librará de otro ataque terrorista importante o de un aumento significativo de la tasa de criminalidad entre las comunidades de inmigrantes. Un respiro de ese tipo brindaría un tiempo muy necesario para desarrollar, debatir y decidir una respuesta más sólida al desafío de la inmigración.

Habrá poco margen para planes de altos vuelos como la agenda del Presidente francés, Emmanuel Macron, según la describió en su discurso de la Sorbona. Los Estados Unidos de Europa del socialdemócrata alemán Martin Schulz tampoco estarán más cerca en los próximos 12 meses. La tendencia centrífuga se mantendrá fuerte durante el próximo año. A pesar de las perspectivas económicas favorables, la clase política alemana parece preferir los pasos pequeños a los grandes diseños, en gran parte debido al miedo al fracaso. Berlín necesita un año de baja intensidad para evitar verse obligado a ponerse a la defensiva mientras trata de mantener cierta presión para la reforma.

En cuanto a la mayor preocupación, la visión alemana se centraría en los riesgos más allá de Europa. La situación en el continente no es buena, pero las distintas cuestiones parecen predecibles, incluso poniéndose en las peores hipótesis. Un conflicto importante que involucre a las grandes potencias sería una crisis de una dimensión diferente. La mayor preocupación vendría de una escalada de la crisis coreana que en algún momento provoque un ataque del Ejército de Estados Unidos para destruir la capacidad nuclear de Corea del Norte, con sustanciales daños colaterales que acabarían con muchas vidas en la península de Corea. Si el régimen norcoreano sobreviviera a este ataque, a continuación podría producirse un “invierno nuclear político”, dado que las relaciones entre EE UU y China quedarían congeladas, lo que se extendería al sistema de alianzas regionales y al comercio internacional.

Aunque geográficamente alejada del epicentro del conflicto, Europa se vería significativamente afectada por sus repercusiones. Las relaciones trasatlánticas recibirían otro golpe; la economía de Europa podría ser víctima de una nueva Guerra Fría en el este de Asia y el sistema de no proliferación nuclear podría colapsar, desencadenando carreras armamentistas nucleares en regiones más cercanas a Europa.

Cuanto mayor sea el número de países que caigan en la carrera nuclear, mayor será el descenso de la temperatura política en los asuntos mundiales, con la consecuencia de que el orden internacional basado en reglas se desintegrará cada vez más y la confrontación entre las grandes potencias se convertirá en el paradigma dominante.

Un impacto indirecto podría ser incluso más perjudicial para Europa que un golpe directo, como la crisis de refugiados entre 2015 y 2016. Aunque el continente europeo podría verse menos afectada que los países del este de Asia, este tipo de conmoción podría agravar las grietas en la construcción de la UE más que conducir a una cooperación más estrecha.

 

Panorama desde Londres

Por Susi Dennison

A la cabeza de la lista de las resoluciones de la Primera Ministra británica, Theresa May, para el nuevo año está el dar vida a la idea de la Gran Bretaña global. Este es el deslumbrante papel internacional que, según ha prometido a los votantes, reemplazará a la limitada y minusvalorada Gran Bretaña europea.

Un manifestante pro Unión Europea protesta a las puerta del Parlamento británico. (Niklas Halle’n/AFP/Getty Images)

Pero pese a la potencia militar del Reino Unido, su diplomacia de alto nivel y su liderazgo en la ayuda internacional, no está claro qué significa realmente este concepto. De modo que lo que el gobierno de May espera para el próximo año es una crisis o dos que le permita definir esta ambición a través de los hechos. Algo que demuestre que Gran Bretaña es un actor importante, con capacidad para reunir a las personas adecuadas alrededor de una mesa con el fin de encontrar soluciones que protejan los intereses del Reino Unido y el orden liberal. Un acontecimiento que haga evidente que el país obtiene su fuerza de sus relaciones especiales, pero que cuando las necesidades lo requieren también puede tomar su propia línea de actuación. Su desafío a la decisión del Presidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como capital de Israel es un buen ejemplo.

Si esto suena egoísta, es porque lo es. El tiempo no corre a favor de Theresa May en su propósito de presentar la Gran Bretaña global a los votantes del Reino Unido. En 2018, necesita crear realidades sobre el terreno que dejen claro que el país no se va a desvanecer en la insignificancia global después de marzo de 2019, cuando abandone la UE.

No se trata solo de demostrarles a los votantes que no se les mintió cuando se hablaba de la “enorme oportunidad” que representa el Brexit. La demostración también tiene que ver con convencer a los miembros de la UE de que el Reino Unido todavía tiene la suficiente relevancia diplomática como para cooperar estrechamente con él en cuestiones de seguridad y comercio, y darle un acceso privilegiado a los grupos de trabajo del consejo y a los formatos que dan forma a la política exterior europea. Y debe ser un despliegue lo suficientemente contundente como para ganarse a los europeos que se han visto desilusionados por el caótico planteamiento del Reino Unido de las negociaciones para abandonar la UE.

El mayor temor de Theresa May para 2018 es que la historia que ella y su gobierno han estado tejiendo sobre la relevancia actual del Reino Unido y sobre la necesidad de Europa de mantenerlo cerca tras el Brexit quede en evidencia como falsa. Necesita que la Gran Bretaña global haga una buena exhibición en 2018, tanto para mantener la situación política interna bajo control, como para recordar a otros países europeos el valioso socio que puede ser el Reino Unido, algo de lo que últimamente existen pocas evidencias prácticas.

Para Theresa May, la Gran Bretaña global debe convertirse en algo real si quiere asegurarse un buen acuerdo para el Reino Unido en su futura relación con la UE. Por muy superficial que pueda parecer este plan, no existe un plan B. La política del espléndido aislamiento dejó de ser atractiva para el Reino Unido hace un siglo. En un mundo interconectado, la perspectiva de volver a ella resulta claramente aterradora.

 

Panorama desde París

Por Tara Varma y Manuel Lafont Rapnouil

En 2017, Francia eligió un nuevo presidente que encabezaba una plataforma claramente proeuropea y anunciaba su intención de reclamar un papel internacional importante para el país. Con la victoria de Emmanuel Macron, Francia aspira a volver a la vanguardia, no solo de Europa, sino también de los asuntos mundiales.

Consolidar el nuevo impulso que se experimenta en Europa es obviamente la prioridad clave de Francia. Con las incertidumbres que rodean al próximo gobierno alemán, y varios obstáculos más que superar, esto queda lejos de estar garantizado.

Para Francia, no se trata solo de abordar los desafíos internos de la UE. Una renovación europea debería contribuir además a que Europa reafirme sus opiniones e intereses en el escenario global. En la visión de Macron, este nuevo ímpetu europeo también tiene que ser extrovertido. Como manifestó en su discurso en la Sorbona, sólo Europa puede “garantizar una soberanía real, es decir, nuestra capacidad de existir en el mundo actual”.

De ahí la renovada ambición de Francia —en el contexto global de un Estados Unidos en retirada y una China cada vez más asertiva— de actuar como el gran defensor del multilateralismo. Europa prosperará con más fuerza si desafíos intrínsecamente globales, como el terrorismo, la migración, el cambio climático y la digitalización, se abordan bajo un enfoque multilateral. Las esperanzas de Francia de un multilateralismo más efectivo van más allá de las crisis de seguridad inmediatas, como la de Siria o la del Sahel, como quedó reflejado en el discurso de Macron en la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre de 2017.

La esperanza de Francia es que la arquitectura multilateral sea lo suficientemente fuerte como para resistir los envites actuales, permitiendo que Europa tenga tiempo para reorganizarse. Las iniciativas de Macron incluso sugieren que planea que las instituciones internacionales logren reformarse en una dirección que las haga más efectivas, más receptivas y más cercanas a un “multilateralismo que proteja”, parafraseando uno de sus famosos eslóganes.

La principal preocupación del líder francés es que algo pueda desencadenar la desaparición de este orden multilateral, en particular la renovada proliferación internacional de armas de destrucción masiva. Desde una perspectiva francesa, la seguridad internacional se encuentra entre las principales misiones del orden multilateral.

La evaluación oficial de Francia del entorno internacional actual apunta a una “concentración de amenazas y crisis” sin precedentes, pero señala que “la proliferación de armas de destrucción masiva y sus sistemas de suministro siguen siendo un problema particularmente inquietante”, que podría plantear “desafíos directos a instituciones y normas”.

Francia está especialmente preocupada por la potencial proliferación en el contexto de tres crisis de seguridad internacionales. El uso repetido de armas químicas en Siria es aún más deplorable, en opinión de Francia, por el hecho de que no existe una respuesta internacional significativa. El Elíseo también se opone con vehemencia a los movimientos de Estados Unidos que aumentan el riesgo de la disolución del acuerdo nuclear con Irán. Y París está siguiendo de cerca el deterioro de la situación en la península de Corea, ya que considera que corre un grave riesgo de incendiarse.Este último caso es un ejemplo significativo de cómo Macron desea mantener las ambiciones globales de Francia y de cómo espera arrastrar al resto de Europa para defender una agenda multilateral renovada.

 

Panorama desde Roma

Por Silvia Francescon

Las elecciones están previstas en Italia para el primer trimestre de 2018, muy probablemente el 4 de marzo. Las últimas elecciones crearon una legislatura inestable, que presenció la creación de cuatro gobiernos de centro-izquierda diferentes. Recientemente, el Parlamento aprobó una nueva ley electoral (apoyada por el Partido Democrático de Matteo Renzi y Forza Italia de Silvio Berlusconi). Pero en lugar de aportar más estabilidad, la nueva ley está diseñada para recompensar a las coaliciones y penalizar a las formaciones independientes, claramente con la intención de limitar el ascenso del Movimiento Cinco Estrellas.

Esto resulta muy revelador de las esperanzas del gobierno para 2018: ganarse a los populistas euroescépticos y permanecer anclados a Europa y a su motor franco-alemán.

Sin duda, los próximos meses se caracterizarán por una intensa confrontación política, que estará dominada por los argumentos populistas. Mientras que en pasadas elecciones el tema de Europa no formaba parte de las campañas electorales, hoy sí lo hace, y no de la manera en que esperaban los eurófilos. De hecho, el último barómetro europeo pone de relieve cómo los italianos se han vuelto críticos con Europa, mientras que hace solo unos pocos años eran abrumadoramente proeuropeos. La crisis del euro, la inmigración y la preocupación por la seguridad son los principales impulsores de este giro.

El Partido Democrático debería intentar aliarse a nuevas fuerzas políticas, como Más Europa, para superar la negatividad actual y crear una narrativa proeuropea en la línea de la “L’Europe qui protège” de Macron. Algunos también temen la interferencia de las noticias falsas y una potencial implicación de Rusia mediante el apoyo directo o indirecto a la Liga Norte y al Movimiento Cinco Estrellas, que supuestamente tienen fuertes lazos con el gigante vecino, y que son fuertemente euroescépticos.

Según una reciente encuesta de la consultora IPSOS, la inmigración supone un temor importante para los italianos, solo superada por el empleo. Claramente, este es un asunto subjetivo. El número real de inmigrantes que llegan a Italia no justifica esta preocupación. Como en otros países, es muy probable que muchos italianos voten motivados por el miedo en lugar de por el pensamiento racional, y dese luego no por la esperanza. Peor aún, los argumentos populistas también han penetrado en las agendas de los partidos tradicionales, mientras que la derecha, que antes se mostraba moderada y centrada en un programa liberal, hoy ha pasado a ser una extrema derecha mucho más agresiva.

Las esperanzas y los miedos son dos caras de una misma moneda, y la migración y Europa están muy interrelacionadas. La UE tardó demasiado en responder a los llamamientos de solidaridad de Italia y los planes de reubicación nunca se han llegado a implementar de verdad. En lugar de idear una política común para gestionar la inmigración, la Unión ha derivado el problema: a Turquía en el caso de los refugiados sirios y a Libia, un Estado casi fallido, en el de los africanos subsaharianos, con trágicas consecuencias.

El futuro no parece prometedor. La actual actitud del Grupo de Visegrado, la confrontación entre el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y la Comisión o el abandono de Estados Unidos del pacto mundial sobre migración reducen la posibilidad de resolver el problema. Para ganar las próximas elecciones el desafío será reconstruir los cimientos de la confianza entre los ciudadanos, y, para hacerlo, los partidos tendrán que crear una visión sólida y planes concretos, tanto en lo que respecta a Europa como a cuestiones que generan miedos, como la inmigración. No hacerlo significará su derrota.

La versión original y en inglés ha sido publicada con anterioridad en ECFR.

Traducción de Natalia Rodríguez.