Creen que la única crisis de Sudán es la de Darfur, o que los horrores empiezan a desaparecer? Se equivocan. En Sudán se cuece un nuevo desastre, y es posible que estalle en 2010 con una declaración unilateral de independencia de Sudán del Sur. Si es así, el conflicto será seguramente el más doloroso, militarizado y devastador que haya conocido Sudán. Imagínense Darfur, pero con muchas más armas, por no hablar de aviones de combate chinos. El reloj de esta nueva crisis empezó a sonar, lleno de malos presagios, en 2005. Acababa de terminar, por fin, una guerra civil entre Norte y Sur que había dejado dos millones de muertos y millones más de desplazados. Pero el Acuerdo Integral de Paz de ese año no hizo más que aplazar la cuestión más delicada de todas –la independencia del Sur, una zona del tamaño de Francia, con poco menos de 10 millones de habitantes, que obtuvo su autonomía en ese acuerdo– a seis años después. El reloj se parará en enero de 2011, pero la crisis estallará antes.

Por desgracia, la “estrategia integral” sobre Sudán revelada por la Administración Obama en octubre depende de la ilusa idea de que la aplicación del acuerdo de paz de 2005 se va a hacer como estaba previsto. El equipo de Obama dijo que confiaba en que la probable secesión de Sudán del Sur sea “una transición ordenada hacia dos Estados separados y viables que vivan en paz entre sí”.

Pero Sudán no es Bélgica. La situación real –si nos guiamos por la historia reciente del país– será todo menos ordenada. Un censo nacional que debía haberse hecho antes de julio de 2007 se aplazó en varias ocasiones hasta que,  por fin, se llevó a cabo en medio de la violencia y de errores terribles. Sin embargo, Jartum ha insistido en que los resultados manipulados del recuento pueden utilizarse para trazar unos distritos parlamentarios que favorecen al Norte. La inscripción de votantes, que también depende de esos falsos datos del censo, acaba de empezar. Así que cualquier posibilidad de que las elecciones generales de abril –una prueba fundamental antes del plazo de enero de 2011– sean legítimas es, como poco, surrealista. Lo normal es que la votación degenere en un baño de sangre, puesto que casi todos los contendientes contarán con el respaldo o la oposición –o las dos cosas– de grupos armados. Si los comicios se llevan a cabo, pero sus resultados carecen de legitimidad, los gobernantes de Sudán del Sur sufrirán enormes presiones de la población para declarar unilateralmente la independencia, sin referéndum. Al fin y al cabo, el resultado de dicha consulta estaría bastante claro; es difícil encontrar a muchos habitantes de la zona que prefieran permanecer bajo el poder de Jartum.

Existe una razón táctica por la que Sudán del Sur podría lanzarse a por todas: el Norte está adquiriendo una ventaja militar insuperable, y es poco probable que Jartum renuncie a su control del Sur, que es una zona rica en petróleo, sin pelear. De hecho, durante los diez últimos años, Jartum ha usado los ingresos de ese petróleo para modernizar las Fuerzas Armadas en previsión de un conflicto. En Darfur, el régimen del Norte ha empleado su primitiva fuerza aérea con efectos mortales. Cuando empiecen a utilizar los aviones de combate y bombarderos supersónicos Shenyang J-8 y Chengdu F-7, comprados a China –el mayor cliente del petróleo sudanés–,  las consecuencias serán devastadoras. Además, las empresas chinas han ayudado a construir al menos tres fábricas de armas en las afueras de la capital sudanesa, entre ellas una que fabrica munición. Aunque el Sur se escinda antes de que se incremente el poder militar de Jartum, el conflicto que derivará de ese paso será complicado. En 2009, las escaramuzas en la frontera entre Norte y Sur dejaron al menos 2.000 muertos y más de 250.000 desplazados. La futura declaración de independencia del sur provocará, sin duda, no sólo un estallido de violencia a gran escala en el país antes llamado Sudán, sino también la desestabilización de toda la región. ¿Dejará Obama que ocurra todo eso durante su mandato?