Por qué la nueva presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, tendría que dar un vuelco a la política del país en el Mar del Sur de China.

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Barco patrulla taiwanés en las aguas próximas a las islas japonesas de Okinotori, en el Pacífico occidental. STR/AFP/Getty Images

En mayo el entonces presidente taiwanés, Ma Ying-jeou, envió dos patrulleras armadas, seguidas de lejos por un buque militar, a la zona económica exclusiva (ZEE) en torno a las islas japonesas de Okinotori, en el Pacífico occidental. La medida fue una respuesta a la captura, por el servicio de guardacostas de Japón, de un barco de pesca taiwanés que faenaba de manera ilegal allí, y cuyo capitán quedó posteriormente en libertad bajo fianza. Ma afirmó que las acciones de las fuerzas del orden niponas infringían el Convenio de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CNUDM), porque las Okinotori son unas rocas que no pueden servir como base de la ZEE.

Esta medida repentina no hacía falta, puesto que Taiwán puede exigir a Japón que entable unas negociaciones serias sobre los derechos de pesca mediante un mecanismo bilateral no gubernamental y ya establecido, además de presentar una protesta oficial ante Tokio. Además es un paso imprudente, porque crea una tensión innecesaria en unas relaciones bilaterales que estaban mejorando, ahora que Taiwán acaba de estrenar Gobierno con Tsai Ing-wen como presidenta.

No cabe duda de que existe cierta coherencia superficial entre la postura de Ma sobre el estatus legal internacional de la isla de Taiping (Isla Itu Aba), perteneciente al archipiélago de Spratly (Islas Nansha), y la que tiene sobre las Okinotori.

El ex presidente taiwanés consideraba que la primera es una isla, porque puede albergar a seres humanos y tener una vida económica propia. Parecía aguardar con impaciencia el próximo fallo del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya en la disputa entre China y Filipinas, que aclarará si las Spratly -incluida Taiping, que ha estado siempre bajo el control de Taiwán- son islas o peñascos.

Si el tribunal decide que Taiping es una isla, habrá una base legal para establecer allí una ZEE y reforzar su actividad en el Mar del Sur de China. Y, para ser congruentes, las Okinotori deben calificarse como rocas.

Sin embargo, Ma, que estudió en Harvard y es abogado especializado en derecho internacional, se equivocaba, aunque su argumento tenga sentido desde un punto de vista técnico, sobre todo con arreglo al CNUDM. Cometió un error porque las cuestiones relacionadas con las ZEE del Mar del Sur de China están directamente vinculadas a las reivindicaciones territoriales de los diversos países vecinos, en particular la China revisionista, y, por consiguiente, a la vigencia del orden legal internacional actual, fundamentado en el Tratado de Paz de San Francisco.

Por el contrario, el problema de Okinotori no es territorial, a pesar de que China y Corea del Sur hayan presentado en tres ocasiones protestas formales ante la Comisión para los Límites de la Plataforma Continental (CLPC) del CNUDM, con el argumento de que Okinotori es una isla que permite a Japón tener establecida allí una ZEE. Ni Estados Unidos, ni Palaos, ni ningún otro país interesado en el tema ha presentado una objeción ante la CLPC sobre el estatus de Okinotori.

Como máximo, Okinotori es una cuestión de patrimonio mundial, de recursos y metales submarinos y, en menor medida, derechos de pesca y conservación de los recursos acuáticos vivos. De hecho, la CLPC aprobó en 2012 una recomendación vinculante que establecía que Japón podía expandir su control de las plataformas continentales más allá de sus ZEE, incluidas las que utilizaban Okinotori como punto de referencia, excepto un área entre las islas y Palaos. El estatus legal de Okinotori como isla no es controvertido en absoluto -salvo para China y Corea del Sur-, a pesar de que sería discutible, dadas sus características topológicas y físicas.

No es extraño, dado que estos dos países, para los que Japón es un rival o adversario regional fundamental, tienen razones de peso para querer contener su poder marítimo en general e impedir la expansión de su control e influencia en el Pacífico oeste en particular.

Es bien sabido que China es ambiciosa y planea ampliar su poder naval en alta mar hasta la llamada Cadena de la Segunda Isla, para lo que despliega sus flotillas de vez en cuando en esa zona. Además, ha empleado su enorme capacidad de ayuda económica para construir infraestructuras de doble uso, por ejemplo puertos, como instrumento estratégico para crear unos posibles bastiones militares en el Pacífico.

Con esa misma capacidad de ayuda económica, China emprende constantes ofensivas diplomáticas para atraer a potencias más pequeñas y microestados del Pacífico con el fin de arrebatar todavía más aliados a Taiwán, que no cuenta más que con 22. En algunas ocasiones, dependiendo de la compleja combinación de factores nacionales e internacionales, Corea del Sur se ha sumado al bando de China para contener a Japón.

Los esfuerzos del ex presidente saliente para dejar un legado en el último minuto tienen todas las probabilidades de acabar siendo un montaje absurdo para el pueblo taiwanés. Y, sobre todo, pueden convertirse en tragedia, a no ser que la nueva presidenta, Tsai Ing-wen, dé un vuelco total a la política del país en el Mar del Sur de China, separe la cuestión de Okinotori de la de Taiping y traslade sus prioridades políticas de las islas de esa zona a la defensa de la isla principal de Taiwán.

Puede consultar el texto original en inglés aquí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia