España debe liderar la búsqueda de una estrategia
mundial democrática de prevención y lucha contra el terrorismo.

El nuevo Gobierno de España se enfrenta con un mundo peor, más
caótico y peligroso, que el (aparentemente) idílico que encontraron
los anteriores en 1996 y 2000. Antes de poner en marcha una política
exterior coherente, el Ejecutivo debe constatar esas diferencias y los principales
problemas de gobernabilidad del mundo en 2004. Los problemas de fondo están
interrelacionados: la creciente pobreza y desigualdad; la crisis de la democracia,
hoy sometida a múltiples amenazas;
el terrorismo, sus raíces (demográficas, educativas y religiosas,
la falta de resolución del conflicto palestino-israelí, entre
otras) y el desacuerdo sobre cómo combatirlo. Los dos primeros ya eran
patentes al final de los 90, mientras que los dos últimos han aparecido
tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y se han agravado tras la invasión
de Irak.

El desacuerdo en cómo prevenir y luchar contra el terrorismo ha centrado
las diferencias transat-lánticas, sólo cosméticamente maquilladas
en las conmemoraciones del desembarco en Normandía y con la resolución
1.546 de la ONU sobre Irak. Tras ser invadido, este país ha pasado de
problema de prioridad menor en relación con otros (Israel/Palestina,
Corea del Norte, conflicto subyacente entre India y Pakistán) a centro
de enfrentamientos sin soluciones satisfactorias. La polarización mundial
y el nivel de resentimiento contra Estados Unidos en gran parte de la opinión
pública mundial han crecido peligrosamente, y la retórica del
"quienes no están conmigo están contra mí"
ha sembrado la división entre los gobiernos europeos; para ellos la decisión
de cómo posicionarse ante Irak se ha convertido en problema fundamental.

A escala global, lo importante es que los problemas antes enumerados, unidos
a avances tecnológicos en los que los terroristas suicidas tienen un
terrible potencial destructivo, requieren una política común por
parte de Europa y de EE UU y un consenso urgente sobre medidas democráticas
y eficaces para combatir el terrorismo, y no con invasiones militares. Sin este
acuerdo, una serie grave de atentados pondría en peligro el sistema democrático.

El conflicto entre la visión del Gobierno actual de Estados Unidos y
la de la inmensa mayoría del mundo puede maquillarse, pero es difícilmente
salvable. Las elecciones de noviembre podrían llevar a EE UU a una política
exterior distinta, bien con la victoria del Partido Demócrata en las
elecciones presidenciales y (no lo olvidemos) legislativas, bien con un Bush
libre de hipotecas electorales y más conciliador y propenso a deshacer
entuertos. Sin embargo, confiar en ello parece poco realista.

Ahora bien, ante problemas acuciantes, cabe sacar dos lecciones de la historia.
Una, optimista, es que Europa y Norteamérica fueron capaces de unirse
para derrotar al nazismo y al comunismo, los dos grandes peligros del siglo
xx. La otra, pesimista, es que la humanidad sólo reacciona ante catástrofes
cuando son inminentes o ya se han producido. No olvidemos que, como dijo Raymond
Aron, el mundo sólo fue capaz de crear un sistema de gobierno global
con las Naciones Unidas y las instituciones de Bretton Woods "de puntillas
hacia atrás" tras una Gran Depresión se-guida de una guerra
mundial.

Los últimos 10 años desde la toma del poder por el Partido Republicano
en el Congreso de EE UU han evidenciado la creciente irrelevancia de la ONU
y la urgente necesidad de su reforma. Quienes no quieren acometerla y dotar
a la ONU de medios para cumplir sus objetivos olvidan que en un mundo globalizado
las soluciones nunca pueden ser dictadas unilateralmente, que las Naciones Unidas
son más necesarias que nunca y que éstas son las únicas
instituciones que tenemos. No olvidemos que, para crearlas, 60 millones de la
generación de nuestros padres y abuelos perdieron sus vidas. España
debe contribuir activamente al reforzamiento de las instituciones multilaterales
participando en la necesaria reforma de la ONU, aportando recursos humanos y
económicos a misiones de paz y apoyando que el Consejo de Seguridad tenga
como miembros permanentes a la UE (sustituyendo a Francia y al Reino Unido)
y a la India, Brasil y Suráfrica, las tres mayores democracias en Asia,
América Latina y África, respectivamente.

España, hasta tiempos recientes, ha tenido una influencia muy superior
a su poder militar y económico gracias al éxito de su evolución
política y económica tras el fin de la dictadura y al enorme,
y a veces infravalorado, prestigio internacional del Rey. En Oriente Medio,
el equilibrio prudente entre árabes e israelíes mantenido por
el Gobierno de González permitió a España ser un eje importante
en el proceso de paz con dos momentos culminantes: la Conferencia de Paz en
Madrid y el proceso de Barcelona. Aunque la etapa de Aznar mejoró las
relaciones bilaterales con Israel y EE UU, no se tradujo en un mayor papel para
España en el proceso de paz, y su final fue interpretado como una sumisión
a Bush.

España se encuentra ahora ante un serio dilema. ¿Ha acertado el
Ejecutivo al retirar sus tropas de Irak sin la posibilidad de que las Naciones
Unidas asumieran el control de las operaciones? La mayoría del electorado
favorece al Gobierno, más aún tras las revelaciones sobre malos
tratos a los prisioneros iraquíes. Sin embargo, aun admitiendo que es
deseable alinearse con Europa, los realistas aducen que poca ayuda podemos esperar
de Europa en problemas futuros, y exhortan al Ejecutivo a buscar un camino medio
para conservar la ventaja de las buenas relaciones con Washington, necesarias
también para que España tenga mayor relevancia en la resolución
del conflicto árabe-israelí.

Lo que se requiere es, pues, cuadrar un círculo en el que España
abandone la política de Aznar de sumisión a EE UU y al mismo tiempo
mantenga sus compromisos fundamentales como aliado (con tropas en Afganistán
y en los Balcanes) y se acerque a las posiciones de Francia y Alemania sin perder
sus activos y personalidad propia dentro de la UE. El Gobierno está ya
dando pasos en esta dirección. Mi recomendación fundamental es
que España lidere la búsqueda de una estrategia mundial democrática,
y no militar, de prevención y lucha contra el terrorismo, contribuyendo
a un consenso entre Estados Unidos y Europa.

España debe liderar la búsqueda de una estrategia
mundial democrática de prevención y lucha contra el terrorismo.

Diego Hidalgo

El nuevo Gobierno de España se enfrenta con un mundo peor, más
caótico y peligroso, que el (aparentemente) idílico que encontraron
los anteriores en 1996 y 2000. Antes de poner en marcha una política
exterior coherente, el Ejecutivo debe constatar esas diferencias y los principales
problemas de gobernabilidad del mundo en 2004. Los problemas de fondo están
interrelacionados: la creciente pobreza y desigualdad; la crisis de la democracia,
hoy sometida a múltiples amenazas;
el terrorismo, sus raíces (demográficas, educativas y religiosas,
la falta de resolución del conflicto palestino-israelí, entre
otras) y el desacuerdo sobre cómo combatirlo. Los dos primeros ya eran
patentes al final de los 90, mientras que los dos últimos han aparecido
tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y se han agravado tras la invasión
de Irak.

El desacuerdo en cómo prevenir y luchar contra el terrorismo ha centrado
las diferencias transat-lánticas, sólo cosméticamente maquilladas
en las conmemoraciones del desembarco en Normandía y con la resolución
1.546 de la ONU sobre Irak. Tras ser invadido, este país ha pasado de
problema de prioridad menor en relación con otros (Israel/Palestina,
Corea del Norte, conflicto subyacente entre India y Pakistán) a centro
de enfrentamientos sin soluciones satisfactorias. La polarización mundial
y el nivel de resentimiento contra Estados Unidos en gran parte de la opinión
pública mundial han crecido peligrosamente, y la retórica del
"quienes no están conmigo están contra mí"
ha sembrado la división entre los gobiernos europeos; para ellos la decisión
de cómo posicionarse ante Irak se ha convertido en problema fundamental.

A escala global, lo importante es que los problemas antes enumerados, unidos
a avances tecnológicos en los que los terroristas suicidas tienen un
terrible potencial destructivo, requieren una política común por
parte de Europa y de EE UU y un consenso urgente sobre medidas democráticas
y eficaces para combatir el terrorismo, y no con invasiones militares. Sin este
acuerdo, una serie grave de atentados pondría en peligro el sistema democrático.

El conflicto entre la visión del Gobierno actual de Estados Unidos y
la de la inmensa mayoría del mundo puede maquillarse, pero es difícilmente
salvable. Las elecciones de noviembre podrían llevar a EE UU a una política
exterior distinta, bien con la victoria del Partido Demócrata en las
elecciones presidenciales y (no lo olvidemos) legislativas, bien con un Bush
libre de hipotecas electorales y más conciliador y propenso a deshacer
entuertos. Sin embargo, confiar en ello parece poco realista.

Ahora bien, ante problemas acuciantes, cabe sacar dos lecciones de la historia.
Una, optimista, es que Europa y Norteamérica fueron capaces de unirse
para derrotar al nazismo y al comunismo, los dos grandes peligros del siglo
xx. La otra, pesimista, es que la humanidad sólo reacciona ante catástrofes
cuando son inminentes o ya se han producido. No olvidemos que, como dijo Raymond
Aron, el mundo sólo fue capaz de crear un sistema de gobierno global
con las Naciones Unidas y las instituciones de Bretton Woods "de puntillas
hacia atrás" tras una Gran Depresión se-guida de una guerra
mundial.

Los últimos 10 años desde la toma del poder por el Partido Republicano
en el Congreso de EE UU han evidenciado la creciente irrelevancia de la ONU
y la urgente necesidad de su reforma. Quienes no quieren acometerla y dotar
a la ONU de medios para cumplir sus objetivos olvidan que en un mundo globalizado
las soluciones nunca pueden ser dictadas unilateralmente, que las Naciones Unidas
son más necesarias que nunca y que éstas son las únicas
instituciones que tenemos. No olvidemos que, para crearlas, 60 millones de la
generación de nuestros padres y abuelos perdieron sus vidas. España
debe contribuir activamente al reforzamiento de las instituciones multilaterales
participando en la necesaria reforma de la ONU, aportando recursos humanos y
económicos a misiones de paz y apoyando que el Consejo de Seguridad tenga
como miembros permanentes a la UE (sustituyendo a Francia y al Reino Unido)
y a la India, Brasil y Suráfrica, las tres mayores democracias en Asia,
América Latina y África, respectivamente.

España, hasta tiempos recientes, ha tenido una influencia muy superior
a su poder militar y económico gracias al éxito de su evolución
política y económica tras el fin de la dictadura y al enorme,
y a veces infravalorado, prestigio internacional del Rey. En Oriente Medio,
el equilibrio prudente entre árabes e israelíes mantenido por
el Gobierno de González permitió a España ser un eje importante
en el proceso de paz con dos momentos culminantes: la Conferencia de Paz en
Madrid y el proceso de Barcelona. Aunque la etapa de Aznar mejoró las
relaciones bilaterales con Israel y EE UU, no se tradujo en un mayor papel para
España en el proceso de paz, y su final fue interpretado como una sumisión
a Bush.

España se encuentra ahora ante un serio dilema. ¿Ha acertado el
Ejecutivo al retirar sus tropas de Irak sin la posibilidad de que las Naciones
Unidas asumieran el control de las operaciones? La mayoría del electorado
favorece al Gobierno, más aún tras las revelaciones sobre malos
tratos a los prisioneros iraquíes. Sin embargo, aun admitiendo que es
deseable alinearse con Europa, los realistas aducen que poca ayuda podemos esperar
de Europa en problemas futuros, y exhortan al Ejecutivo a buscar un camino medio
para conservar la ventaja de las buenas relaciones con Washington, necesarias
también para que España tenga mayor relevancia en la resolución
del conflicto árabe-israelí.

Lo que se requiere es, pues, cuadrar un círculo en el que España
abandone la política de Aznar de sumisión a EE UU y al mismo tiempo
mantenga sus compromisos fundamentales como aliado (con tropas en Afganistán
y en los Balcanes) y se acerque a las posiciones de Francia y Alemania sin perder
sus activos y personalidad propia dentro de la UE. El Gobierno está ya
dando pasos en esta dirección. Mi recomendación fundamental es
que España lidere la búsqueda de una estrategia mundial democrática,
y no militar, de prevención y lucha contra el terrorismo, contribuyendo
a un consenso entre Estados Unidos y Europa.

Diego Hidalgo es presidente de la
Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior
(FRIDE).