El pulso entre China y Estados Unidos no es un conflicto letal, por muy enconada que se haya vuelto la guerra comercial entre Washington y Pekín. No obstante, la retórica de ambas partes es cada vez más belicosa. Si continúa el deterioro de las relaciones —ya en su punto más bajo desde las protestas de Tiananmén, hace casi 30 años—, la rivalidad podría tener unas consecuencias geopolíticas más graves que el resto de crisis enumeradas este año.

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Donald Trump, presidente de Estados Unidos, y Xi Jinping, su homólogo chino, durante una reunión en 2017. FRED DUFOUR/AFP/Getty Images

En un Washington tremendamente dividido, uno de los pocos consensos bipartidistas se basa en que China es un adversario con el que Estados Unidos mantiene una competencia estratégica inevitable. La mayoría de los responsables políticos estadounidenses están de acuerdo en que Pekín ha utilizado las instituciones y las normas para sus propios fines: por ejemplo, se incorporó a la Organización Mundial de Comercio y firmó el Convenio de la ONU sobre el Derecho del Mar, pero al mismo tiempo actúa de manera incompatible con el espíritu de ambos tratados. El hecho de que el presidente Xi Jinping haya eliminado la limitación de mandatos, la rápida expansión del Ejército chino y la extensión del control del Partido Comunista en todo el Estado y toda la sociedad son, para muchos observadores de Washington, la confirmación del peligroso giro que ha emprendido el país bajo su dirección. La Estrategia Nacional de Defensa 2018 del Gobierno estadounidense dice que la “rivalidad estratégica entre Estados” es su primera preocupación y que China y Rusia son sus principales rivales, después de muchos años en los que ese primer lugar lo ocupaba el terrorismo.

La sensación de impunidad se ve reforzada por la injusta detención de tres canadienses —entre ellos, uno de mis colegas, el experto en el nordeste de Asia Michael Kovrig—, que muchos consideran una represalia por el arresto en Canadá del directivo de Huawei Meng Wanzhou, a petición de Estados Unidos —con el que Canadá tiene tratado de extradición—, por haber violado las sanciones contra Irán.

En realidad, es muy probable que China no tenga ningún deseo de desafiar a corto plazo el orden mundial. Tampoco va a alcanzar una influencia mundial equiparable a la de Estados Unidos, siempre que el Gobierno de Trump tome medidas para dejar de perder aliados y credibilidad. Pero Pekín sí quiere tener cada vez más peso en las instituciones multilaterales y en la región. En Asia, cuenta con tener una esfera de influencia china en la que sus vecinos sean soberanos pero obedientes. Los responsables políticos estadounidenses, en su mayoría, creen que esa situación sería perjudicial para sus alianzas e intereses.

El aumento de las tensiones entre Estados Unidos y China tiene repercusiones en los conflictos existentes en Asia y otras partes del mundo. A las dos superpotencias nunca les ha sido fácil unir sus esfuerzos para poner fin a las crisis. Una rivalidad cada vez más irreconciliable lo haría aún más difícil. China no estaría tan dispuesta a respaldar ni sanciones más duras contra Corea del Norte —si las tambaleantes negociaciones entre Washington y Pyongyang se vienen abajo— ni los esfuerzos diplomáticos de Estados Unidos en Afganistán.

El peligro de guerra directa sigue siendo escaso, pero el Mar del Sur de China es un foco de tensión que preocupa. En las dos últimas décadas ha habido choques ocasionales entre las fuerzas chinas y la aviación estadounidense. Pekín reclama la titularidad del 90% del Mar del Sur de China, hasta solo unos cuantos kilómetros de distancia de las cosas de Vietnam, Malasia y Filipinas, y ha emprendido una campaña agresiva de construcción de bases en islas estratégicas, tanto naturales como artificiales. Desde el punto de vista de Pekín, esas maniobras son normales para lo que Xi denomina un “gran país”. China quiere lo que ya tiene Estados Unidos: vecinos complacientes, influencia en su periferia y la capacidad de controlar sus vías de acceso por mar. Otros, como es lógico, lo ven de otra manera. Los países pequeños del sureste asiático se oponen, y algunos han pedido protección a Estados Unidos.

Es posible que Pekín y Washington lleguen a algún tipo de acuerdo comercial en los próximos meses, lo cual aliviaría las tensiones. Pero lo más probable es que cualquier respiro sea momentáneo. Los líderes de ambos bandos creen que un enfrentamiento geopolítico y económico que venía fraguándose desde hace tiempo ha llegado a su punto de ruptura.

Este artículo forma parte del especial Las guerras de 2019

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia