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Miembros del partido Bharatiya Janata Party durante las manifestaciones en India contra China. (DIPTENDU DUTTA/AFP via Getty Images)

Los movimientos tectónicos que están teniendo lugar en el equilibrio de poder en Asia entre China e India y sus vecinos hacen peligrar la estabilidad de la región. ¿Cuáles son los factores que explican las causas del conflicto y sus posibles consecuencias?

Una nueva crisis ha brotado en la larga disputa fronteriza entre China e India a lo largo de la conocida como Línea de Control Actual (LAC, en sus siglas en inglés) que separa ambos Estados. Ya en 2017, las dos potencias nucleares mantuvieron una tensa confrontación en el Alto del Doklam, en la sección oriental de la LAC. Esta vez la crisis ha surgido en el sector occidental, en la región de Ladakh, en la Cachemira india, donde el Ejército Popular de Liberación chino ha llevado a cabo incursiones en varios lugares que India considera parte de su territorio. Las tensiones entre ambos ejércitos han dado lugar a las primeras muertes relacionadas con este conflicto desde 1975.

A pesar de que una escalada a una guerra abierta entre ambos países es poco probable en estos momentos, este conflicto representa un importante foco de inestabilidad en Asia meridional y denota el cambiante escenario geopolítico en Asia. ¿Qué factores ayudan a explicar las causas del conflicto y sus posibles consecuencias a largo plazo?

 

La lógica china

Para comprender las motivaciones que han llevado a China a iniciar las recientes hostilidades en la LAC, debemos tener en cuenta dos niveles de análisis, uno local y otro regional.

Con el primero, China ha mostrado preocupación en los últimos años por el desarrollo de infraestructuras por parte de India a lo largo de la Línea. En enero de 2020, el Ministerio de Defensa indio anunció que había culminado la construcción de once nuevas carreteras, en busca de su objetivo de completar un total de 61, cubriendo unos 3.400 km. Esta iniciativa busca mejorar el acceso del Ejército indio a la LAC. La percepción china es que estos desarrollos ponen en peligro la superioridad militar que el Ejército Popular de Liberación ha mantenido durante décadas sobre la LAC, particularmente en el sector occidental. Esto, unido a la reciente reforma constitucional en Cachemira llevada a cabo por el Ejecutivo indio, suspendiendo su autonomía e incorporándola como un territorio más de la federación, ha levantado todas las alarmas en el Gobierno chino, que ve en las acciones indias un intento por modificar el statu quo en una región muy disputada y donde Pekín ha llevado a cabo una fuerte inversión estratégica con el Corredor Económico sino-pakistaní, parte del megaproyecto de la Nueva Ruta de la Seda.

La preocupación china por un cambio en el equilibrio de poder en Cachemira se ve reforzada por el precedente de la crisis del Doklam en 2017, en el sector oriental de la LAC. Durante esa crisis, India sorprendió a China con su contundencia al cruzar la LAC para defender sus intereses geoestratégicos.

Por tanto, en la esfera local, la lógica de las incursiones militares chinas en Ladakh se explica por la necesidad de frenar la consolidación militar india, la cual pone en peligro la preeminencia militar china en el sector occidental de la LAC.

Pero las causas locales solo nos ofrecen una explicación parcial de la lógica de las acciones chinas. Para una comprensión completa es necesario también mirar a sus motivaciones en la esfera regional. En 2014, Xi Jinping anunció un cambio en la política exterior de China, abandonando la doctrina del crecimiento pacífico – Tao guang yang hui – inaugurada con Deng Xiaoping, en favor de una doctrina más proactiva – Fen fa you wei. Este cambio se ve reflejado en un importante número de iniciativas por parte del gigante asiático; desde el significativo aumento en inversión militar, a las tensiones comerciales con EE UU o la ya mencionada iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. Pero si hay un ámbito en el que su nueva política exterior más agresiva ha sido más evidente es en sus ambiciones territoriales. En los últimos años, Pekín ha incrementado sustancialmente el hostigamiento hacia sus vecinos, desde las tensiones con países como Vietnam y Filipinas en el Mar del Sur de China, pasando por la promulgación de la nueva Ley de Seguridad Nacional en Hong Kong o los ejercicios militares en aguas cercanas a Taiwán. En ese sentido, las tensiones con India en la LAC, tanto en 2017 como este verano, concuerdan con ese patrón.

A su vez, la histórica percepción del Estado chino de India como una potencia de segundo nivel parece estar cambiando. El fortalecimiento de las relaciones bilaterales entre India y EE UU desde la presidencia de George W. Bush, además de la consolidación de la alianza político-militar conocida como el quad democrático – que aúna a las cuatro grandes democracias en Asia-Pacífico: Estados Unidos, India, Japón y Australia – son ahora vistas como una amenaza al objetivo a medio plazo de China de alcanzar una posición hegemónica en Asia. Si esta vio en la crisis económica de 2008, que afectó particularmente a Occidente, una oportunidad para debilitar la posición estadounidense en la región, la crisis de la COVID19, de la que está saliendo más rápido que el resto del mundo, parece ser una buena oportunidad para hacer lo mismo con su aliado, India.

 

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Protestas contra el primer ministro indio, Narendra Modi, en Katmandú (Nepal).(Narayan Maharjan/NurPhoto via Getty Images)

La lógica india

A la hora de explicar el comportamiento de India en esta crisis es importante analizar sus prioridades en política exterior desde la llegada al poder de Narendra Modi. Este estableció como una prioridad de su política exterior la mejora de la cohesión interna en la que ha sido históricamente la principal esfera de influencia india, el Sur de Asia. Su política de neighbourhood first desde un primer momento buscó consolidar el liderazgo de India en el subcontinente.

El Sur de Asia es una de las regiones peor integradas en la esfera mundial, tanto internamente, entre sus Estados miembros, como externamente. Esto ha supuesto un lastre importante para el crecimiento de India. La Asociación para la Cooperación Regional de Asia Meridional (SAARC en sus siglas en inglés) es una de las más disfuncionales del mundo, debilitada fundamentalmente por la rivalidad entre sus dos principales miembros, India y Pakistán. Tras su llegada al poder en 2014, Modi buscó revitalizar las relaciones intrarregionales convocando una cumbre de la SAARC y realizando acercamientos hacia Pakistán. Sin embargo, pronto estos brotes verdes quedaron helados, principalmente por los propios errores indios. Con Pakistán, el acercamiento inicial decayó por la escalada retórica antimusulmana del Gobierno indio, primero, y continuó después con la crisis tras el atentado terrorista en Pulwama de febrero de 2019 y el bombardeo en represalia de las fuerzas aéreas indias del territorio pakistaní, y la ya mencionada suspensión por parte de Nueva Delhi de la autonomía de Cachemira ese mismo año.

Las relaciones con un aliado tradicional como Nepal también se han resentido, con el bloqueo económico indio al país tras la aprobación de su nueva Constitución en 2015 y en 2020 con una disputa territorial que ha creado una importante animadversión social en el país del Himalaya hacia su vecino del sur. La crisis de los refugiados rohingya y los recientes cambios constitucionales para revocar la ciudadanía india a refugiados musulmanes de la guerra de la independencia bangladesí, han dañado a su vez las otrora sólidas relaciones entre Bangladés e India. Todos estos errores estratégicos por parte de la diplomacia india en sus relaciones con sus vecinos han tenido una importante consecuencia, el acercamiento de estos a China. Si a esto unimos la consolidación de la presencia china en el Océano Índico con la adquisición del puerto de Hambantota en Sri Lanka, el objetivo de la doctrina Modi de garantizar la hegemonía de su país en Asia Meridional ha sido un absoluto fracaso. En su lugar, lo que se ha conseguido ha sido ofrecer una oportunidad a Pekín de erosionarla.

En este contexto, la iniciativa india para cambiar el equilibrio de poder en la LAC puede ser percibida como un intento por frenar la intrusión china en su esfera de influencia, particularmente en su flanco más débil, la frontera norte.

 

El factor nacionalista y el futuro del orden regional

Existe un amplio consenso entre los analistas de que una escalada del conflicto entre China e India no interesa a ninguno de los dos países. Esta percepción se ve corroborada por el hecho de que la muerte de los soldados indios tuvo lugar durante un proceso consensuado de desescalada del conflicto y que se achaca a errores por parte de los comandantes menos experimentados sobre el terreno. El propio Narendra Modi en un discurso oficial adoptó una posición diplomática en relación al suceso. Y por parte de China, la prensa oficialista ha mantenido un perfil bajo en relación al conflicto, manteniéndolo fuera de sus portadas. Sin embargo, estos intentos por calmar la situación por parte de ambos gobiernos podrían escapar a su control por culpa de un factor, el nacionalismo.

Tanto Xi Jinping como Narendra Modi son dos líderes que se caracterizan por poseer un importante sesgo nacionalista. En el caso de Xi, este se ve reflejado en su visión del “Sueño Chino”, de la que la nueva política exterior es un elemento importante. Modi, por su parte, ha hecho del nacionalismo hinduista una piedra angular de su reelección en 2019. El nacionalismo militante es un importante motor de la popularidad de ambos líderes, pero uno que ahora puede volverse en su contra si sus ciudadanos empiezan a demandar una posición más beligerante hacia la soberanía nacional en la LAC. En India las redes sociales y los medios de comunicación ya han empezado a reflejar un importante sentimiento antichino, incluso con boicots a los productos y proyectos de inversión del país vecino o el bloqueo de apps de compañías chinas, como TikTok o Weibo. En China, donde el gobierno tiene un mayor control sobre la opinión pública, la indignación popular ha sido menor, pero ya han emergido importantes voces desde el ámbito militar y político llamando a la defensa de la integridad territorial china. El nacionalismo de Xi ha hecho de los llamados cien años de humillación, el período entre la entrega de Hong Kong a Gran Bretaña tras las Guerras del Opio y la ocupación japonesa de China durante la Segunda Guerra Mundial, un símbolo nacionalista en favor de una política territorial más agresiva. El renunciar a territorios en la LAC que China considera como suyos, podría ser percibido por la ciudadanía como una capitulación.

Más allá de su conclusión, sobre la cual se puede ser moderadamente optimista a día de hoy, este último conflicto entre China e India ilustra los importantes movimientos tectónicos que están teniendo lugar en el equilibrio de poder en Asia. Con el aumento del poder económico y militar de las potencias regionales, es inevitable que sus esferas de influencia acaben por solaparse, no solo en el Sur de Asia, sino también en Asia Oriental y el Sureste Asiático, dando lugar a un incremento de las tensiones regionales a medio y largo plazo. La ambición china por la hegemonía en Asia-Pacífico lógicamente está creando preocupación en sus vecinos, los cuales comienzan a mostrarse más decididos a confrontar para evitarlo, en especial ante la notable caída en la implicación estadounidense en la región durante la presidencia de Donald Trump.