La interferencia de la religión en la Administración Bush ha sido tan marcada que muchos han vaticinado el fin del Estado secular. La derecha evangélica ha vuelto a apoyar a los republicanos en las pasadas legislativas, pero la teocracia no pasará. El sistema dispone de suficientes recursos para defenderse.

Identidad revelada: un cartel en Lancaster, Pennsylvania (EE UU), no deja lugar a dudas:

 

¿Está o ha estado a punto de instaurarse una teocracia en Washington? Para quienes lo creen, las señales están muy claras. Los republicanos ganaron en 2004, al menos en parte, por todos los votantes religiosos a los que movilizaron. Bush utilizó su primer veto para rechazar un proyecto de ley que habría aumentado los fondos federales para la investigación con células madre y basó su decisión en una concepción religiosa de cuándo comienza la vida humana. La política exterior de la Casa Blanca, primero en Irak y más recientemente en Líbano, está bajo el influjo de una extraña alianza entre evangélicos y judíos.

Todo esto hace que varios libros publicados afirmen que EE UU está renunciando a la separación tradicional entre Iglesia y Estado. Sin embargo, aunque las cuestiones religiosas cuentan cada vez más, la idea de que se avecina una teocracia no se sostiene. Y hay tres razones para ello: la histórica separación entre Iglesia y Estado en la sociedad estadounidense, la ausencia de una confesión mayoritaria y la forma que tienen sus ciudadanos de practicar la religión.

La separación de Iglesia y Estado se implantó gracias a una peculiar alianza entre los librepensadores, que no deseaban que la religión se inmiscuyera en el Gobierno, y los creyentes que no querían que éste se entrometiera en sus creencias. Los evangélicos que hoy suelen votar a los republicanos proceden de esta segunda tradición. Su apoyo a la separación entre Iglesia y Estado no siempre fue idealista: eran furiosamente anticatólicos e identificaban la idea de la fe controlada por el Estado con una conspiración papista para despojar al pueblo de sus libertades. Aun así, no hay duda de que eran partidarios de la libertad de culto. Creían que la política implicaba demasiadas concesiones a una conducta pecaminosa para atraer a una persona de convicciones religiosas. Cuanto más grande fuera la esfera privada y más pequeño el papel del Gobierno, más posibilidades tendrían los fieles de encontrar a Dios de forma personal.

Todo esto empezó a cambiar en los 70, como reacción a la sentencia del caso Roe contra Wade, la decisión del Tribunal Supremo que legalizó el aborto en 1973. Cuando el fallo se hizo público, la Convención Baptista del Sur, la mayor confesión protestante conservadora del país, lo respaldó: muchos de sus fieles temían que si el Estado podía decir a una mujer lo que tenía que hacer con su cuerpo, también podría dictar a un ciudadano lo que debía creer. Por otro lado, es posible que la oposición de los católicos a la interrupción voluntaria del embarazo llevara a algunos protestantes a pensar que no estaba tan mal. Fuera por lo que fuera, este grupo no quiso, al principio, convertir el aborto en prueba de fuego moral para medir el lugar de la religión en la política. Pero en los años posteriores los baptistas conservadores se rebelaron y sustituyeron a sus líderes por activistas que sí querían hacer del asunto un punto decisivo en lo que iba a pasar a llamarse la guerra de culturas. El aborto voluntario simbolizaba un estado de degradación moral tan grave que los creyentes tenían que abandonar su resistencia a intervenir en política para respaldar a un partido, el republicano, que les prometía arreglar la situación. Desde entonces, los evangélicos, sobre todo los blancos del Sur, han constituido una base de apoyo crucial para el Partido Republicano. Sin ellos la presidencia de Bush, como es conocido, nunca se habría hecho realidad.

Identidad revelada: un cartel en Lancaster, Pennsylvania (EE UU), no deja lugar a dudas:
Identidad revelada: un cartel en Lancaster, Pennsylvania (EE UU), no deja lugar a dudas: "Somos una nación sometida a Dios; confiamos en Dios".

 

No obstante, hay cada vez más indicios de que su alianza con el Partido Republicano puede no ser duradera. La Asociación Nacional de Evangélicos, un grupo de presión que trabaja en nombre del movimiento, está centrandose en la ecología, un asunto que no beneficia al partido de Bush. Destacados pastores evangélicos, como el popular Rick Warren, se han distanciado de fundamentalistas como Pat Robertson y Jerry Falwell. Cada vez más congregaciones llegan a la conclusión de que el compromiso político impide el crecimiento espiritual, y escogen este último. En otras palabras, la separación entre Iglesia y Estado sigue teniendo mucha fuerza entre los evangélicos y, a medida que crece la impopularidad del Partido Republicano debido a la corrupción que le rodea y el fracaso de la guerra de Irak, todo indica que acabarán volviendo a su posición histórica.

AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR
En Estados Unidos no existe una confesión mayoritaria. No es posible establecer como oficial una cosa general llamada "religión" o "cristianismo". Si el país quisiera hacer oficial un credo, ¿cuál sería? La confesión más amplia es la católica, que engloba a alrededor de la cuarta parte de la población; la segunda, la baptista, con el 20%. Después, los porcentajes disminuyen a toda velocidad, hasta llegar a la judía (menos del 2%) y la musulmana (que pronto representará una proporción similar). Es cierto que en algunos lugares sí existen mayorías religiosas: católicos en Massachusetts, baptistas en Alabama, mormones en Utah… Pero, dado que todas las iglesias son minorías en el conjunto del país, cada una de ellas está interesada en impedir que otra se convierta en mayoritaria.

Es verdad que, por ahora, el grueso de la población es protestante, pero se reparte en grupos que discrepan sobre la liturgia, sobre si la Biblia es una verdad literal y en cuanto al papel de las mujeres en la dirección de la Iglesia. Dado su desacuerdo en el ámbito religioso, es difícil creer que pudieran coincidir alguna vez en política. La única manera de sortear ese problema sería que una forma genérica de protestantismo hiciera de iglesia oficial, pero esa religión estaría desprovista de todo contenido teológico y sería puramente simbólica. Y aun en ese caso, no tendría en cuenta las opiniones de católicos, judíos, musulmanes, no creyentes ni de los seguidores de religiones poco conocidas que han llegado en los últimos años.

Cuando todas las religiones son minoritarias, ocurre algo fascinante: todas se equiparan más. Pensemos en el caso de dos grupos de fieles que, fuera de EE UU, mantienen la relación más hostil imaginable: judíos y musulmanes. En EE UU, en cambio, tanto los unos como los otros son parte de confesiones secundarias y están acostumbradas a lidiar con lo que supone ser una minoría. Judíos y musulmanes necesitan adaptar sus normas sobre la dieta y la vestimenta a una sociedad que no comparte sus enseñanzas al respecto. Ambos grupos tienen una tradición de segregación de las mujeres y, sin embargo, viven en una sociedad comprometida con la igualdad. Los dos protestan cuando los cristianos de alguna comunidad concreta insisten en que haya rezo en las escuelas. Religiones que, en otros países, pueden constituir la base de movimientos teocráticos, no tienen posibilidad de hacerlo en EE UU en la medida en que sus seguidores, por fanáticos que sean, no son suficientes para llevar a la práctica las ideas teocráticas.

El último motivo para poner en duda la posible aparición de una teocracia en Estados Unidos se hace patente gracias al estudio detallado de la forma en que la gente practica la religión en su vida diaria. Autores como Kevin Phillips [Letter to a Christian Nation (Carta a una nación cristiana)] y Michele Goldberg [Kingdom Coming (El reino se acerca)], que se preocupan por los instintos teocráticos de la derecha cristiana, opinan que los creyentes están por completo alejados de las complejidades y ambigüedades del mundo laico actual. Quizá antes era así. Pero ahora está cada vez más claro que los estadounidenses religiosos, más que alejarse de la cultura secular, quieren acomodar sus prácticas al mundo moderno que les rodea.

Pensemos, por ejemplo, en el culto que practican. Es poco frecuente que recen a un Dios remoto y severo que les sermonea sobre sus pecados. La oración suele ser una conversación personal, un ruego a Dios de que ayude a cerrar un trato inmobiliario o devuelva la salud a un familiar enfermo. Las megaiglesias que tan rápidamente están extendiéndose no llenan sus bancos a fuerza de pedir a sus fieles que den la espalda al consumismo o rechacen las posibilidades de ascender. Están muy en sintonía con la cultura popular y les ofrecen música atractiva, consuelo terapéutico, un sentimiento de comunidad y una oportunidad de sentirse perdonados y empezar una nueva vida. Las formas más conservadoras de religión suelen estar a la última con la tecnología que usan para captar miembros, la elaboración de sus campañas de marketing y la resonancia de su mensaje.

Asimismo, los estadounidenses no suelen elegir una fe determinada porque crean que sus enseñanzas son las verdaderas. En realidad, es que pasan de una confesión a otra con cierta frecuencia. No deben de creer con mucho ahínco en los dogmas de la que dejan atrás si son capaces de sentirse atraídos por una nueva. Para ser una sociedad en la que tanta gente proclama vivir con arreglo a los principios de la Biblia, la ignorancia religiosa está muy extendida. La inmensa mayoría cree que las palabras: "Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo" proceden de las Escrituras, cuando, en realidad, son de Benjamin Franklin. Sea lo que sea lo que atrae a la gente a cada confesión, no es la doctrina. Pocos saben qué es la predestinación, cuándo vivió Lutero o qué creía San Agustín.

Una consecuencia política importante es que hay relativamente poco sectarismo en la vida pública. Es cierto que hubo una época en la que los protestantes despreciaban a los católicos, y los cristianos, a los judíos. Pero como no son demasiado sensibles ante la doctrina, los estadounidenses no ven muchos motivos para pensar que los que son de otra religión están equivocados o condenados a arder en el infierno. Uno de los grandes temores que suscita la idea de un régimen teocrático es que, como ocurrió durante la Inquisición en España, el Estado y la Iglesia unan sus fuerzas para perseguir a la gente por tener ideas que ellos consideran erróneas. Sin embargo, dado que en EE UU no se suele considerar que las ideas religiosas sean verdaderas ni falsas, es muy difícil imaginar que pudiera existir un Santo Oficio.

Todo esto no impide que, en comparación con otros países, los estadounidenses sean muy creyentes. Pero es importante comprender hasta qué punto han tratado casi siempre la religión como un compromiso privado, y no una demostración pública. Sí comparten una religión civil, una identificación de su país con su fe; sin embargo, están bastante de acuerdo en que no hay que exhibir cruces en público, ni invocar el nombre de Cristo en las ceremonias de graduación de los institutos. Aman a Dios y —como dijo el periodista de The Washington Post E. J. Dionne— odian la política. Por ello, es poco probable que apoyen campañas para unir las dos cosas. EE UU afronta muchos peligros, desde amenazas terroristas en el extranjero hasta catástrofes ecológicas en casa, pero la amenaza teocrática no es uno de ellos.

 

¿Algo más?
El libro más reciente de Alan Wolfe es Does American Democracy Still Work? (Yale University Press, New Haven, Connecticut, 2006), en el que analiza la erosión de la democracia. Para entender por qué los baptistas, católicos, musulmanes o judíos no amenazan el Estado secular en EE UU consulte sus obras: The Transformation of American religion (Free Press, N. York, 2003) y One Nation, After All (Viking, N. York, 1998). Uno de los títulos más vendidos sobre religión es el combativo Letter to a Christian Nation (Knopf, N. York, 2006) , de Sam Harris (autor también de The End of Faith, W. W. Norton, N. York, 2005), quien arremete contra la moderación y la tolerancia frente a los fundamentalismos y anima a los ateos a salir del armario. Kevin Philips compara a los extremistas cristianos de EE UU con los ayatolás iraníes en The American Theocracy (Viking, N. York, 2006), y considera a la derecha religiosa como uno de los tres mayores peligros para la democracia, junto con la dependencia del petróleo y el exceso de endeudamiento. Otras obras recientes en la misma línea son The Theocons: Secular America Under Siege (DoubleDay, N. York, EE UU, 2006) y Piety and Politics (Harmony, EE UU, 2006).

 

 

La interferencia de la religión en la Administración Bush ha sido tan marcada que muchos han vaticinado el fin del Estado secular. La derecha evangélica ha vuelto a apoyar a los republicanos en las pasadas legislativas, pero la teocracia no pasará. El sistema dispone de suficientes recursos para defenderse. Alan Wolfe

Identidad revelada: un cartel en Lancaster, Pennsylvania (EE UU), no deja lugar a dudas:

 

Está o ha estado a punto de instaurarse una teocracia en Washington? Para quienes lo creen, las señales están muy claras. Los republicanos ganaron en 2004, al menos en parte, por todos los votantes religiosos a los que movilizaron. Bush utilizó su primer veto para rechazar un proyecto de ley que habría aumentado los fondos federales para la investigación con células madre y basó su decisión en una concepción religiosa de cuándo comienza la vida humana. La política exterior de la Casa Blanca, primero en Irak y más recientemente en Líbano, está bajo el influjo de una extraña alianza entre evangélicos y judíos.

Todo esto hace que varios libros publicados afirmen que EE UU está renunciando a la separación tradicional entre Iglesia y Estado. Sin embargo, aunque las cuestiones religiosas cuentan cada vez más, la idea de que se avecina una teocracia no se sostiene. Y hay tres razones para ello: la histórica separación entre Iglesia y Estado en la sociedad estadounidense, la ausencia de una confesión mayoritaria y la forma que tienen sus ciudadanos de practicar la religión.

La separación de Iglesia y Estado se implantó gracias a una peculiar alianza entre los librepensadores, que no deseaban que la religión se inmiscuyera en el Gobierno, y los creyentes que no querían que éste se entrometiera en sus creencias. Los evangélicos que hoy suelen votar a los republicanos proceden de esta segunda tradición. Su apoyo a la separación entre Iglesia y Estado no siempre fue idealista: eran furiosamente anticatólicos e identificaban la idea de la fe controlada por el Estado con una conspiración papista para despojar al pueblo de sus libertades. Aun así, no hay duda de que eran partidarios de la libertad de culto. Creían que la política implicaba demasiadas concesiones a una conducta pecaminosa para atraer a una persona de convicciones religiosas. Cuanto más grande fuera la esfera privada y más pequeño el papel del Gobierno, más posibilidades tendrían los fieles de encontrar a Dios de forma personal.

Todo esto empezó a cambiar en los 70, como reacción a la sentencia del caso Roe contra Wade, la decisión del Tribunal Supremo que legalizó el aborto en 1973. Cuando el fallo se hizo público, la Convención Baptista del Sur, la mayor confesión protestante conservadora del país, lo respaldó: muchos de sus fieles temían que si el Estado podía decir a una mujer lo que tenía que hacer con su cuerpo, también podría dictar a un ciudadano lo que debía creer. Por otro lado, es posible que la oposición de los católicos a la interrupción voluntaria del embarazo llevara a algunos protestantes a pensar que no estaba tan mal. Fuera por lo que fuera, este grupo no quiso, al principio, convertir el aborto en prueba de fuego moral para medir el lugar de la religión en la política. Pero en los años posteriores los baptistas conservadores se rebelaron y sustituyeron a sus líderes por activistas que sí querían hacer del asunto un punto decisivo en lo que iba a pasar a llamarse la guerra de culturas. El aborto voluntario simbolizaba un estado de degradación moral tan grave que los creyentes tenían que abandonar su resistencia a intervenir en política para respaldar a un partido, el republicano, que les prometía arreglar la situación. Desde entonces, los evangélicos, sobre todo los blancos del Sur, han constituido una base de apoyo crucial para el Partido Republicano. Sin ellos la presidencia de Bush, como es conocido, nunca se habría hecho realidad.

Identidad revelada: un cartel en Lancaster, Pennsylvania (EE UU), no deja lugar a dudas:
Identidad revelada: un cartel en Lancaster, Pennsylvania (EE UU), no deja lugar a dudas: "Somos una nación sometida a Dios; confiamos en Dios".

 

No obstante, hay cada vez más indicios de que su alianza con el Partido Republicano puede no ser duradera. La Asociación Nacional de Evangélicos, un grupo de presión que trabaja en nombre del movimiento, está centrandose en la ecología, un asunto que no beneficia al partido de Bush. Destacados pastores evangélicos, como el popular Rick Warren, se han distanciado de fundamentalistas como Pat Robertson y Jerry Falwell. Cada vez más congregaciones llegan a la conclusión de que el compromiso político impide el crecimiento espiritual, y escogen este último. En otras palabras, la separación entre Iglesia y Estado sigue teniendo mucha fuerza entre los evangélicos y, a medida que crece la impopularidad del Partido Republicano debido a la corrupción que le rodea y el fracaso de la guerra de Irak, todo indica que acabarán volviendo a su posición histórica.

AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR
En Estados Unidos no existe una confesión mayoritaria. No es posible establecer como oficial una cosa general llamada "religión" o "cristianismo". Si el país quisiera hacer oficial un credo, ¿cuál sería? La confesión más amplia es la católica, que engloba a alrededor de la cuarta parte de la población; la segunda, la baptista, con el 20%. Después, los porcentajes disminuyen a toda velocidad, hasta llegar a la judía (menos del 2%) y la musulmana (que pronto representará una proporción similar). Es cierto que en algunos lugares sí existen mayorías religiosas: católicos en Massachusetts, baptistas en Alabama, mormones en Utah… Pero, dado que todas las iglesias son minorías en el conjunto del país, cada una de ellas está interesada en impedir que otra se convierta en mayoritaria.

Es verdad que, por ahora, el grueso de la población es protestante, pero se reparte en grupos que discrepan sobre la liturgia, sobre si la Biblia es una verdad literal y en cuanto al papel de las mujeres en la dirección de la Iglesia. Dado su desacuerdo en el ámbito religioso, es difícil creer que pudieran coincidir alguna vez en política. La única manera de sortear ese problema sería que una forma genérica de protestantismo hiciera de iglesia oficial, pero esa religión estaría desprovista de todo contenido teológico y sería puramente simbólica. Y aun en ese caso, no tendría en cuenta las opiniones de católicos, judíos, musulmanes, no creyentes ni de los seguidores de religiones poco conocidas que han llegado en los últimos años.

Cuando todas las religiones son minoritarias, ocurre algo fascinante: todas se equiparan más. Pensemos en el caso de dos grupos de fieles que, fuera de EE UU, mantienen la relación más hostil imaginable: judíos y musulmanes. En EE UU, en cambio, tanto los unos como los otros son parte de confesiones secundarias y están acostumbradas a lidiar con lo que supone ser una minoría. Judíos y musulmanes necesitan adaptar sus normas sobre la dieta y la vestimenta a una sociedad que no comparte sus enseñanzas al respecto. Ambos grupos tienen una tradición de segregación de las mujeres y, sin embargo, viven en una sociedad comprometida con la igualdad. Los dos protestan cuando los cristianos de alguna comunidad concreta insisten en que haya rezo en las escuelas. Religiones que, en otros países, pueden constituir la base de movimientos teocráticos, no tienen posibilidad de hacerlo en EE UU en la medida en que sus seguidores, por fanáticos que sean, no son suficientes para llevar a la práctica las ideas teocráticas.

El último motivo para poner en duda la posible aparición de una teocracia en Estados Unidos se hace patente gracias al estudio detallado de la forma en que la gente practica la religión en su vida diaria. Autores como Kevin Phillips [Letter to a Christian Nation (Carta a una nación cristiana)] y Michele Goldberg [Kingdom Coming (El reino se acerca)], que se preocupan por los instintos teocráticos de la derecha cristiana, opinan que los creyentes están por completo alejados de las complejidades y ambigüedades del mundo laico actual. Quizá antes era así. Pero ahora está cada vez más claro que los estadounidenses religiosos, más que alejarse de la cultura secular, quieren acomodar sus prácticas al mundo moderno que les rodea.

Pensemos, por ejemplo, en el culto que practican. Es poco frecuente que recen a un Dios remoto y severo que les sermonea sobre sus pecados. La oración suele ser una conversación personal, un ruego a Dios de que ayude a cerrar un trato inmobiliario o devuelva la salud a un familiar enfermo. Las megaiglesias que tan rápidamente están extendiéndose no llenan sus bancos a fuerza de pedir a sus fieles que den la espalda al consumismo o rechacen las posibilidades de ascender. Están muy en sintonía con la cultura popular y les ofrecen música atractiva, consuelo terapéutico, un sentimiento de comunidad y una oportunidad de sentirse perdonados y empezar una nueva vida. Las formas más conservadoras de religión suelen estar a la última con la tecnología que usan para captar miembros, la elaboración de sus campañas de marketing y la resonancia de su mensaje.

Asimismo, los estadounidenses no suelen elegir una fe determinada porque crean que sus enseñanzas son las verdaderas. En realidad, es que pasan de una confesión a otra con cierta frecuencia. No deben de creer con mucho ahínco en los dogmas de la que dejan atrás si son capaces de sentirse atraídos por una nueva. Para ser una sociedad en la que tanta gente proclama vivir con arreglo a los principios de la Biblia, la ignorancia religiosa está muy extendida. La inmensa mayoría cree que las palabras: "Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo" proceden de las Escrituras, cuando, en realidad, son de Benjamin Franklin. Sea lo que sea lo que atrae a la gente a cada confesión, no es la doctrina. Pocos saben qué es la predestinación, cuándo vivió Lutero o qué creía San Agustín.

Una consecuencia política importante es que hay relativamente poco sectarismo en la vida pública. Es cierto que hubo una época en la que los protestantes despreciaban a los católicos, y los cristianos, a los judíos. Pero como no son demasiado sensibles ante la doctrina, los estadounidenses no ven muchos motivos para pensar que los que son de otra religión están equivocados o condenados a arder en el infierno. Uno de los grandes temores que suscita la idea de un régimen teocrático es que, como ocurrió durante la Inquisición en España, el Estado y la Iglesia unan sus fuerzas para perseguir a la gente por tener ideas que ellos consideran erróneas. Sin embargo, dado que en EE UU no se suele considerar que las ideas religiosas sean verdaderas ni falsas, es muy difícil imaginar que pudiera existir un Santo Oficio.

Todo esto no impide que, en comparación con otros países, los estadounidenses sean muy creyentes. Pero es importante comprender hasta qué punto han tratado casi siempre la religión como un compromiso privado, y no una demostración pública. Sí comparten una religión civil, una identificación de su país con su fe; sin embargo, están bastante de acuerdo en que no hay que exhibir cruces en público, ni invocar el nombre de Cristo en las ceremonias de graduación de los institutos. Aman a Dios y —como dijo el periodista de The Washington Post E. J. Dionne— odian la política. Por ello, es poco probable que apoyen campañas para unir las dos cosas. EE UU afronta muchos peligros, desde amenazas terroristas en el extranjero hasta catástrofes ecológicas en casa, pero la amenaza teocrática no es uno de ellos.

 

¿Algo más?
El libro más reciente de Alan Wolfe es Does American Democracy Still Work? (Yale University Press, New Haven, Connecticut, 2006), en el que analiza la erosión de la democracia. Para entender por qué los baptistas, católicos, musulmanes o judíos no amenazan el Estado secular en EE UU consulte sus obras: The Transformation of American religion (Free Press, N. York, 2003) y One Nation, After All (Viking, N. York, 1998). Uno de los títulos más vendidos sobre religión es el combativo Letter to a Christian Nation (Knopf, N. York, 2006) , de Sam Harris (autor también de The End of Faith, W. W. Norton, N. York, 2005), quien arremete contra la moderación y la tolerancia frente a los fundamentalismos y anima a los ateos a salir del armario. Kevin Philips compara a los extremistas cristianos de EE UU con los ayatolás iraníes en The American Theocracy (Viking, N. York, 2006), y considera a la derecha religiosa como uno de los tres mayores peligros para la democracia, junto con la dependencia del petróleo y el exceso de endeudamiento. Otras obras recientes en la misma línea son The Theocons: Secular America Under Siege (DoubleDay, N. York, EE UU, 2006) y Piety and Politics (Harmony, EE UU, 2006).

 

 

Alan Wolfe es profesor de Ciencias Políticas y director del Centro Boisi para la Religión y la Vida Pública del Boston College (Massachusetts, EE UU). Es autor de un decena de obras sobre religión y política en Estados Unidos.