La medicina tradicional china incrementa la presencia de Pekín en África gracias al éxito del Artemisinin, un tratamiento contra la malaria.

Acupuntura, un componente de la medicina tradicional china. Fotolia
Acupuntura, un componente de la medicina tradicional china. Fotolia

China proyecta su poderío por medios fundamentalmente militares y económicos. Sus maniobras en las disputadas aguas del Mar de China meridional o sus inmensas reservas de divisas son testimonio del poder duro de Pekín, que se verá ampliado con la puesta en marcha del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura o con la expansión de su sector naval. Pero Pekín no quiere quedarse ahí: sabe que las grandes naciones no sólo persuaden, sino que también seducen. Es por ello que recurre gradualmente al poder blando, cuyo peso es muy inferior al de sus métodos tradicionales de proyección hegemónica.

A pesar de contar con una cultura milenaria y con la mayor población del planeta, el poder blando chino está lejos de despegar hasta un nivel acorde con su tamaño. Es cierto que en el mundo proliferan los institutos Confucio, principales vehículos de difusión internacional de la cultura china, pero el país está a años luz de cortejar a culturas y consumidores extranjeros mediante enseñas equivalentes a Hollywood, por ejemplo, con las que su rival estadounidense difunde sus valores y apuntala la influencia lograda por el medio clásico de la superioridad económica y militar.

Otros gigantes, como India, han encontrado el modo de proyectar su poder blando mediante símbolos culturales de reconocimiento global como el yoga, utilizado ahora como herramienta de cortejo internacional en toda regla. China va por detrás en ese esfuerzo, en parte porque la condición autoritaria y cada vez más resoluta del Estado crea recelos en las democracias occidentales, que son el terreno de juego crucial para el poder blando. Sin embargo, Pekín lleva años realizando intentos de seducción internacional mediante una de las expresiones más características de su cultura milenaria: la Medicina Tradicional China (MTC).

Al contrario que el yoga, disciplina extendida por casi todo el mundo y de práctica masiva, la MTC parte en desventaja, ya que no goza de un amplio reconocimiento científico y la regulación occidental tiende a restringirla. A su vez, la MTC cuenta con prominentes opositores dentro del país, donde la medicina occidental tiene muchísima más aceptación (en China hay algo más de un millón de médicos formados en la disciplina occidental, frente a apenas 190.000 en la tradicional). A su vez, la MTC es considerada por muchos chinos como un instrumento politizado al servicio de las autoridades desde que, en 1949, Mao Zedong la declarara públicamente como tesoro nacional.

A pesar de ello, el presidente chino, Xi Jinping, no se rinde. Su gran proyecto de la Ruta de la Seda contiene, además de una inmensa expansión de las interconexiones terrestres y marítimas euroasiáticas, un plan para potenciar la exportación de la medicina tradicional  mediante el cual las autoridades nacionales y locales de todo el país se comprometen a facilitar que esta disciplina milenaria viaje por todo el mundo y se convierta en una embajadora del poder blando chino. No será tarea fácil, porque los productores de MTC carecen de certificaciones como la de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Agencia Europea de Medicamentos o la Food and Drug Administration, necesarias para exportar sus productos a la UE o a Estados Unidos.

La medicina tradicional china ha dado pasos simbólicos en el contexto internacional. Desde 2008 existe un acuerdo entre Pekín y Washington para cooperar en el ámbito de la MTC. De ese mismo año data también una declaración de la OMS que rinde tributo a esta medicina tradicional. En Europa, uno de los principales éxitos de esta disciplina milenaria podría tener lugar en Hungría, si finalmente se lleva a cabo el plan de establecer en el país un gran centro dedicado a la MTC, como parte de la iniciativa de Pekín y Budapest de expandir sus relaciones bilaterales. Pero estos pequeños espaldarazos internacionales llegan con cuentagotas y son del todo insuficientes como vehículo de proyección diplomático chino. El ámbito geográfico de la MTC como mecanismo de poder blando es otro.

 

África: territorio de expansión

La MTC no ha sido recibida en ningún lugar del mundo con tanto entusiasmo como en África, donde se conjuga con las prácticas tradicionales locales y ofrece una esperanza a poblaciones en las que los tratamientos de la medicina occidental escasean. La MTC va así tomando un papel creciente aunque aún minoritario en la importante cooperación sanitaria sino-africana, que cuenta con decenios de historia y que ha permitido a China competir con Estados Unidos no sólo en generosidad, sino también en presencia, influencia y afecto.

El primer hito sólido de cooperación entre Pekín y los países africanos en materia de medicina tradicional china fue un acuerdo firmado en 2007 entre un territorio de las Islas Comoros y la universidad de Guangzhou para experimentar los efectos locales de un medicamento contra la malaria entonces poco conocido fuera de China: el Artemisinin. En aquel momento, la progresión de la MTC en África parecía que sólo avanzaría con pasos tímidos y que estaría lejos de convertirse en un instrumento con el que China podría ganar reconocimiento en dosis suficientes como para considerarse un verdadero éxito de su poder blando. Sin embargo, ocho años después, el Segundo Foro Ministerial de Cooperación Sanitaria Sino-Africana arrojó un plan de acción por el que ambas partes se comprometen a desarrollar la MTC y a establecer clínicas especializadas en medicina tradicional en varios países africanos. El Artemisinin (o qinghaosu, en chino) es la principal explicación de este progreso.

La MTC se encamina a un apogeo africano por la eficacia del mencionado fármaco en el combate contra uno de los tipos de malaria más comunes en ese continente. Tan importante es este medicamento, basado en hierbas empleadas habitualmente por la MTC, que la doctora octogenaria que lo descubrió, Tu Youyou, ha sido galardonada con el Premio Nobel de Medicina este año. A pesar de que el comité que otorgó el premio insistió en que no era un reconocimiento global a la MTC, sino específicamente al qinghaosu, la concesión del Nobel ha desatado una ola de fervor patriótico a favor de la medicina tradicional en China. Es a partir de este punto, y no antes, cuando comienza a convertirse en un ingrediente relevante del poder blando de Pekín.

El patriotismo está sirviendo de altavoz para los logros de la doctora y de la tradición milenaria a la que representa. Xinhua, la agencia estatal de noticias, se refiere al Artemisinin como a “un regalo de la medicina tradicional china que ha salvado millones de vidas en África” y señala que los datos de la OMS muestran cómo, entre 2000 y 2013, las muertes por malaria en África descendieron hasta en un 54% gracias a terapias que incluían el qinghaosu.

La creciente obsesión por cortejar al mundo ya ha echado a andar, y en esa misión no caben atenuantes; el hecho de que el ingrediente básico del medicamento (la hierba artemisia annua) fuera bien conocida por la comunidad medicina africana antes de la introducción del Artemisinin, no ha frenado la maquinaria patriótica. Mientras tanto, países como Zambia buscan acuerdos para garantizar que Pekín les suministre el medicamento, mientras que Uganda se apresura a plantar artemisia annua en su territorio. Pero China tiene el remedio milagroso firmemente bajo su control, pues posee el 80% de los materiales existentes en el mundo con los que se obtiene el Artemisinin.

 

¿De África al resto del mundo?

En los últimos dos años, Pekín ha acelerado la cooperación en materia sanitaria de tipo occidental. Ha construido varios hospitales y formado a más de 2.000 médicos africanos, al tiempo que envió a más de mil especialistas durante el brote de ébola en África occidental. Esos esfuerzos, que le permiten competir con Estados Unidos en esfuerzo solidario, se diluyen sin embargo en una crisis de resonancia universal como la del ébola, en la que todas las potencias querían hacerse la foto arrimando el hombro. El Artemisinin abre un camino completamente diferente: el de una China que encuentra su modo propio y exclusivo de desarrollar su papel blando, homenajeando sus tradiciones ancestrales y poniendo en valor a la MTC como un remedio y un instrumento de proyección de excelencia internacional netamente chino.

Sin embargo, el camino es largo. África puede ser un buen primer paso, pero nunca el último, si lo que se pretende es crear un instrumento diplomático verdaderamente preponderante. El Artemisinin se topará con el límite natural de que su acción y reconocimiento sólo serán verdadera y colectivamente apreciados en los países que sufren el tipo de malaria para la que el tratamiento es efectivo. Esto significa que su contribución a la expansión de la MTC en el resto del mundo podría ser modesta.

Independientemente del éxito de la medicina tradicional como instrumento diplomático, China y su qinghaosu cuentan ya con el hito internacionalmente reconocido de haber contribuido a mitigar los efectos de una de las enfermedades que más vidas humanas se lleva por delante cada año. Ese hecho no tiene, en el terreno de juego del poder blando, un efecto de seducción, alcance y proyección cultural comparable al de un nuevo producto de consumo tecnológico o un taquillazo de Hollywood, pero es una contribución decisiva al bienestar de la parte más abandonada de la humanidad: toda una victoria moral con la que aderezar los medios de persuasión económico-militares por los que China es conocida en el mundo.